Jimin, su hija Jennie y la estudiante de intercambio
1
El cansancio me mata de tantas horas que llevo trabajando en esta melodía. La taza de café humea pero mi vista sigue fija en la ventana, claramente necesito un descanso. Miré el reloj: 5 de la tarde. El tiempo había pasado rápido y aún no podía hacer que una frase combinara con la otra. Mi mente divagaba cuando sentí la puerta de entrada.
—Hola papi, ¿estás ahí?—oí que decía Jennie, mi hija.
—Si mi amor estoy en el estudio. ¿Quieres que te prepare una taza de chocolate caliente?
—Que sean dos porfa que tengo compañía.
—OK—respondí y de prisa me puse de pie y me dirigí a la cocina.
Desde lejos vi a mi hija acomodando sus útiles sobre la mesa corriendo mis partituras a un lado. A su lado, inmovil estaba una de sus compañeras de escuela. Sus rasgos eran pocos comunes, su piel era oscura, su cabello largo y negro como la seda y tenía los ojos grandes y profundos, definitivamente esta chica era extranjera.
—Papi ella es Laurita—dijo mi hija dándose cuenta de que las observaba. Vino este año de intercambio.
La chica me saludó con un hola señor cómo está y una reverencia mal hecha que le hicieron desviar la mirada al suelo tímidamente. Yo no pude evitar fijarme en su compleción extrañamente curvilínea y llamativa, además de que con ese uniforme de colegiala, faldita de cuadros, camisa blanca hasta el cuello, corbata roja, y medias negras largas que llegaban hasta las rodillas, captaba mi atención de una manera incontrolable.
—Todavía Laurita está adaptándose—dijo mi hija y yo asentí.
La chica seguía mirando tímidamente al piso sin volver a dirigirme la mirada. Pobrecita.
—Está bien, voy a prepararles el chocolate—dije y seguí caminando hacia la cocina.
Mientras ponía la leche al fuego y buscaba las barritas de chocolate, volteaba cada tanto para observar a Laurita que había sentado y buscaba en su mochila una regla.
Traté de enfocarme en lo que estaba haciendo. Lavé dos tazas, vertí la leche en ellas, introduje las barritas, las revolví y busqué galletitas en la alacena hasta que sentí que mi hija abandonaba la sala.
—Voy al baño, discúlpame Laurita—le dijo.
Puse todo en una bandeja y cuando giré para dirigirme a la sala, vi como un lápiz caía de la mesa y rodaba bajo el sofá. Tenía las manos ocupadas y solo atiné a avanzar. Laurita, rápidamente se levantó y se reclinó para buscarlo. De rodillas tanteó con las manos por debajo del sofá hasta hallarlo. Ahora yo era el que estaba inmóvil. La falda cubría un trasero gigantesco que parecía mirarme fijamente. Y más bien cubría escasamente porque en su búsqueda se agachó aún más y descorrió su falda hasta descubrir su blanca e inocente bombachita. Sentí como mi verga se endurecía.
Laurita se levantó y me descubrió junto a la puerta con mis ojos puestos en ella. Noté como se ruborizaba.
—Perdón—dijo en un susurro
—No te disculpes, y perdóname a mi por no ayudarte. Tenía las manos ocupadas.
Ella asintió y miró hacia abajo, creí percibir cómo sus ojos se posaban en el bulto de mi jean y una sombra de impresión corrió por ellos. El rojo de sus cachetes aumentó.
En eso reapareció mi hija.
—Gracias por el chocolate papi, ponlo sobre la mesa así lo tomamos mientras terminamos los deberes.
Mientras decía esto sus ojos también se dirigieron hacia mi bulto. Me miró con reprobación arrugando la frente.
—Deja todo ahí que nosotras podemos, ¿si?
Su tono me pareció sospechoso, aunque quizá se avergonzaba de mí y que puedo decir, no fue mi intención exhibir semejante erección.
Salí rápidamente sin decir palabra hacia mi habitación. Mi cabeza mal dormida y agotada era presa de mil pensamientos. No sólo me había excitado con una compañera del colegio de mi hija, sino que ambas lo habían notado. Me avergoncé y me recosté.
Encendí la tele, la apagué, tomé una revista, la dejé, intenté dormirme, no pude, y repetí todo de nuevo, pero seguía con mi cabeza en otro lado. De las sombras de mi mente comenzaban a emerger dos nalgas apenas cubiertas por una fina bombacha, que se tornaba tanga, y ésta mágicamente se enterraba entre las nalgas marcando un gigantesco trasero. Mientras esto cruzaba por mi cabeza, mis manos mecánicamente habían desabrochado el pantalón, descorrido el slip, y habían comenzado a manipular mi pene, primero lentamente y luego a ritmos frenéticos. Era Laurita la causante de eso, la pensaba en cuatro patas, en tanga y con sus medias aún puestas caminando por mi habitación. Ni siquiera noté cuando me corrí y mi semen salió despedido cubriendo las sábanas, solo seguí masturbándome y pronunciando su nombre Laurita, Laurita, siii.
2
Desperté sobresaltado. Miré el reloj. Las 12 de la noche. Me había quedado dormido con el pantalón y el slip a medio correr.
Acomodé mi ropa y salí hacia el baño, a darme una ducha. Quería higienizar mi cuerpo, y mi mente. Lo que había pensado antes de caer dormido, era una locura, una perversión.
Cuando me desnudé, noté que había dejado por casualidad la bata en la sala, sobre una silla. Supuse que a esta hora Jennie estaría en su habitación en la planta alta por lo que salí rápidamente del baño hacia la sala. Cuando hallé la bata y daba vuelta para dirigirme de nuevo al baño me choqué con Laurita. Estaba parada frente a mi, estupefacta, sosteniendo un vaso de agua. Venía de la cocina.
Su mirada se deslizó hacia abajo tan rápido que fue difícil de percibir. Igual que a la tarde, sus cachetes se pusieron colorados.
—Disculpe, señor Jimin, buscaba agua.
—No no, perdóname a mí sólo buscaba la bata para darme una ducha. Mi cabeza tan olvidadiza, dejé aquí mi bata y luego, yo...esto ¿y tus padres te dejan vivir sola? yo sé hacer un café muy bueno
Seguí balbuceando incoherencias, mientras la comía con mis ojos. No había cambiado en nada su vestimenta desde la tarde. Su faldita seguía calentándome de una manera descomunal.
—Dime, Laurita...¿no deberías estar en tu casa?
—Eso iba a decir...su hija me dejó quedarme hasta terminar tareas y se nos hizo muy tarde
—¿Y no te prestó ropa Jennie? Que descortés de su parte, tendré que regañarla
—No, no se moleste. Ella quiso y yo me negué. Es mucha molestia ya dejarme pasar la noche. Ella está durmiendo y yo solo vine a la cocina por un vaso de agua.
Su acento me excitaba. La situación era muy tensa. Yo semi desnudo y ella tan inocente. Por mi mente estaba pasando una locura. Si eso era una completa locura, pero así y todo algo me hizo sacar el animal que llevo dentro. Me dejé llevar y avanzando sobre ella la hice girar y la apoyé contra la pared. El vaso cayó al suelo, pero por suerte era de plástico y no hice ruido. Antes de que pudiera gritar aprisione su rostro con mi mano.
—No grites pequeña, no te haré daño.
Mi tono me sorprendió, parecía el de un asesino en serie. Su boca intentaba gritar pero estaba impedida. Sentía como me volvía a ganar una erección y aproveche para apoyar mi verga en su faldita.
—¿La sientes nenita? Dura ¿no? Es tu culpa, tuya, de tu culito y de esa faldita de perrita.
Descorrí con la mano que tenía libre la falda y le propiné un pellizco en una nalga. Mi mano ahogó su chillido. Recorrí suavemente su trasero, mi mano caliente le ponía la piel de gallina.
—Tienes la colita fría mi amor...en un ratito se te va, lo prometo
Mi mano, automáticamente, aprisionó una nalga y luego con fuerza la zarandee con un cachetazo seco. La volví a manosear y acto seguido repetí el cachetazo con idéntica fuerza. Su cuerpo se agitaba y su boca llenaba de saliva mi mano propagando gritos que eran vanos, ahogados por mi. Sentía como su nalga iba calentándose con rapidez. Los golpes retumbaban en la sala pero yo aun así continuaba. Estaba completamente ido.
—¿Te duele preciosa?
No respondió nada
— ¡¿Dime si te duele perra?!
Aprisioné su boca con mi mano mientras ella movía su cabeza asintiendo, yo continuaba propinándole golpes en sus duras nalguitas. De tanto zarandear su bombachita había comenzado a contraerse clavándose entre sus nalgas, resaltando aún más su contorno.
El morbo me había ganado completamente: un padre abusando de una compañera de su hija en plena sala.
Levanté su frágil cuerpecito con una mano apoyándola sobre mi cuerpo mientras con la otra cubría su boca.
—No nos delates perrita, que aún queda mucho por hacer y no queremos que Jennie se entere
La puse sobre la mesa de frente hacia mi. Descorrí su falda y palpé su bombachita. Acaricié suavemente a dos dedos su conchita pasando sobre la telita. Estaba empapada
—así que te gustó perrita mmmm que rica estás.
Parecía no oírme mientras me contemplaba con terror y ojos desorbitados.
Levanté su bombachita apenas con un dedo, y luego empujé con furia dos de ellos por la rajita de su vagina. No me bastó con hundirlos hasta el fondo haciendo que ella se queje de dolor, sino que comencé a penetrarla con ellos. Tocaba fondo y salía, abría lo más que podía los labiecitos de su conchita y volvía a clavarlos. Su cuerpo convulsionaba mientras involuntariamente abría más y más sus piernecitas. Sus chillidos colándose por mi mano me motivaban perversamente a seguir. Pero me detuve, saqué mis dedos de su concha y a la luz de la luna que se metía por la ventana, los exhibí cubiertos de flujo, los lamí con soberbia, deleitando cada minúscula gota.
—¿Te gustó o no perrita?— Siguió mirándome pero ni siquiera chistó.
Me invadió el furor, y le propiné una maliciosa cachetada en pleno rostro. Su mejilla se tiñó colorada bajo la marca de mis dedos.
Con una mano intenté quitarle la bombacha. Su humedad complicó mi tarea porque la tela empapada se enroscaba y deslizaba con dificultad por sobre sus piernas.
La miré con éxtasis, y en sus ojos vi súplica, y terror de no saber que podía ocurrir con su lindo cuerpecito.
Su cara se sacudió de izquierda a derecha bajo la palma de mi mano, su boca sintiéndose liberada dejó espacio para un grito que vez más fue ahogado por mi. Finalmente le saqué su bombachita empapada y se la metí en la boca. Sus cachetes se pusieron regordetes. La imagen era altamente morbosa. Con su boca atrapada e imposibilitada de gritar, me apresuré a atar por detrás sus manos con el cinturón de tela de la bata.
Intentaba zafarse pero pronto comprendió que era inútil. Parecía empezar a resignarse.
La tomé suavemente del mentón y la miré con ternura. Ella pareció no comprender mi cambio de actitud repentino. Con mi mano izquierda aprisioné su nariz mientras con la derecha intenté desanudar su corbata colegiala. Me había transformado en una bestia. No deseaba solo un placer momentáneo, quería gozar con su sufrimiento.
Su boca reseca por los vanos chillidos goteaba por los labios mientras su respiración se agitaba más y más al no poder respirar. La solté mientras la contemplaba resoplar. Me desconozco, estoy humillando a una jovencita alumna de intercambio y me gusta.
Apreté otra vez su naricita y viendo en sus ojos un pedido desesperado de piedad, continúe desprendiendo su camisa botón por botón
—¿Qué tenemos aquí? Pero mira que ricas tetas.
Masculló algo incomprensible. Del escote de la camisa asomaban dos fabulosos pechos aprisionados por un sostén rojo. Abrí completamente su camisa saltando ambos senos en todo su esplendor, ayudados por los vaivenes de su cuerpo retorciéndose por la falta de aire.
La miré detenidamente y acerqué mi boca a su oído.
—¿Quieres decirme algo? ¿Eres vergonzosa no? Dile a papito Jimin...¿No quieres que el vea tus enormes tetas?
—No por favor—Movió su cabeza a ambos lados con timidez.
Pobrecita, se notaba que estaba aterrada y eso lo único que hizo fue calentarme más.
Me abalancé hacia ella y le comí la boca con un beso intenso, casi sin dejarla respirar,, chupando su larga y suave lengua, mordiendo sus finos labios, mientras ella chillaba e intentaba desprenderse. Me detuve, pero sólo para comenzar a recorrer con mi lengua su naricita, sus suaves pómulos y sus mejillas. Mientras succionaba su rostro, mis manos, inquietas apretaban sus pechos, los masajeaban, los aprisionaban entre los dedos, jalaban sus pezones, los balanceaban, y volvían a apretarlos.
Jugué un ratito más con su lengua, que serpenteaba entre mi boca, y se enroscaba con la mía. Por un momento pensé que dentro de ella surgía un placer desconocido más allá de estar siendo forzada.
La miré, pero ella bajó sus ojos, como resignada. Le quité el sostén y apreté sus pechos y luego comencé a balancearlos. El bamboleo era acompañado por ahogados chillidos.
—¿Te gusta putita?
Me detuve. Tomé impulso y estrellé un cachetazo en su seno izquierdo. El azote hizo que ambos senos se balancearan al chocar entre ellos. Aulló como perra. Repetí lo mismo con el derecho.
—No por favor—chillaba mientras sus senos se golpeaban y agitaban frenéticos.
La piel comenzó a adquirir un tono rojizo y sus pezones a hincharse. Mientras golpeaba el seno derecho con mi mano con la otra estrujaba el pezón izquierda y luego viceversa.
Paré. Y contemplé el espectáculo. Tenía los pechos enrojecidos y los ojos cristalinos, estaba hermosa. Quería posar mi boca en esas tetas cuando oí un ruido a mis espaldas.
Sentí su presencia. Los gritos de Laurita la habían alertado.
Era Jennie.
3
Me sobresalté y giré avergonzado.
—¡Papi! ¿Qué estás haciendo?
—Ehm Jennie yo...
—Si te estás divirtiendo tanto ¿Por qué no me despertaste?
—¿Cómo?
—Lo he visto todo papá—dijo y se acercó lentamente clavando fijamente sus preciosos ojos almendrados, en los míos.
—¿Qué has visto?
—Todo—dijo—La sentí gritar a Laurita y bajé las escaleras.
—Pero...
Me interrumpió poniendo suavemente un dedo en mis labios. Se pegó provocativamente a mi apoyando sus senos en mi pecho. Me habló al oído arrastrando lascivamente cada palabra. Cerré mis ojos inhalando su maravilloso perfume.
—Ay papi—Me miró. Sus pupilas desprendían fuego—Baje y me quedé mirando. Me gustó como la manoseabas y la golpeabas.
—pero Jennie
—Ay papi, tu nenita también puede pensar cosas morbosas...y para que veas que no te miento toca y siente como me has puesto.
Me sujetó la mano y la llevó hacia abajo. Levantó la falda y deslizó mis dedos bajo la tutela de los suyos por la fina tela de su tanga rosa. Completamente húmeda.
Quise hurgar más dentro suyo pero corrió mi mano...
—No no no, ahí solo se toca cuando yo quiera, además como castigo por no invitarme antes a tu fiestita quiero que hagas algo por mi —Dijo mientras fruncía el ceño y apretaba sus labios.
—¿Qué quieres que haga?
No respondió. Simplemente giró su rostro señalando a Laurita que cubierta de sudor y abierta de piernas permanecía sobre la mesa en completo silencio con la mirada fija en el suelo.
—Fóllatela duro y haz que se corra— ordenó.
Jennie se agachó y descorrió mi slip. Mi verga salió erecta y goteando.
—Mmm—exclamó— Veamos cómo sabe, pero es solo un regalo anticipado.
Abrió la boca mientras me miraba y desplegó su lengua en toda su magnitud. Con su puntita rozó apenas mi glande. Sentí que mi cuerpo se agitaba. Mi hija, mi adorada Jennie, me estaba dando una mamada en la sala frente a una compañerita que yo había manoseado. Era una embriagante locura.
Con su mano derecha sujetó mi miembro y enterró mi glande en su boca, suspiré al tiempo que lo sacaba aprisionándolo entre sus labios. Un hilillo de semen prendía de mi verga hasta su labio inferior.
—Dale, follatela—me dijo y me abalancé sobre Laurita, que advirtiéndolo gimió espantada.
—No señor Jimin por favor...
Abrí sus piernas con todas mis fuerzas, y ella gritó. Mi pene alcanzaba la altura de la mesa, por lo que sólo tenía que atraerla hacia mi. Y lo hice con total bestialidad, sujetándola desde sus rodillas y clavando mi verga sin contemplaciones por su rajita. Gimió desgarradoramente y empezó a sollozar quejidos:
—Ay Ay no por favor, por favor.
Por más lubricada que haya estado mi verga, y por más fluidos que hayan hecho lo mismo con su concha, su rajita era apretada y mi verga muy grande para su diminuta conchita de adolescente.
—No entra—le dije a Jennie.
—A ver papito bájala que tengo una idea.
Recliné mis piernas y dejé caer a Laurita que intentó huir en cuatro patas gimiendo y balanceando sus pechos mientras agitaba sus nalgas.
Vi el deseo que emanaba de los ojos de Jennie. Ella también quería disfrutar de su compañerita de intercambio.
La sujetó desde los tobillos y la arrastró hasta nosotros. Se recostó sobre Laurita tendida de bruces sobre el suelo y le habló al oído.
—Con qué querías huir perrita. ¿Así demuestras tu respeto a nosotros que te dejamos quedarte a pasar la noche?
Laurita gimoteaba.
—Levántate—le ordenó Jennie— Y ponte en cuatro patas como recién.
La jovencita obedeció. Sus codos y rodillas estaban clavados en el suelo, sus nalgas y su conchita relucientes ante nosotros.
Sinceramente, no sabía donde posar mis ojos. La desproporción del trasero de Laurita era un deleite si, pero Jennie era todo un espectáculo en sí misma. Su cabello negro, unos apetecibles senos apenas cubiertos por su blanca camisa de colegio, su falda moldeando un trasero, el contorno de sus piernas, todo en ella era digno de admirar. Había pasado de ser mi hija, a transformarse en segundos en una mujer extremadamente sexy.
Su voz me sacó de tal ensimismamiento:
—¿Te gusta su culito verdad papá?
—Siiii—murmuré.
—Oíste eso perrita ¿Qué tal si lo mueves para mi papito?
Laurita chilló. Y comenzó a mover sus descomunales nalgas, pero con timidez.
—¡Más fuerte!— le ordenó Jennie mientras le tiraba de los cabellos de Laurita, haciendo que se doble de dolor.
Su trasero comenzó a balancearse con más ímpetu, pero no pareció complacer a Jennie.
—¡Muévelo perra— Gritó al tiempo que con una mano continuaba jalando el pelo de su compañerita y con la otra le propinaba cachetazos en las nalgas. Primero la izquierda, luego la derecha, chocando una contra otra.
El cuerpo de Laurita convulsionaba con cada golpe que mi hija le proporcionaba y había comenzado a gemir arqueándose al ser jalada hacia atrás por los pelos.
Jennie se detuvo. Arrodillada junto a Laurita se aferró a esta desde las nalgas, dejándolas a mi vista. Posó su mano izquierda sobre la conchita de Laurita y la abrió descorriendo uno de sus labios. Su mano derecha fue directa hacia su boca, sacó la lengua y recubrió sus dedos con toda la saliva que pudo. La imagen fue tan excitante que comencé a masturbarme parado como estaba. Veía los hilillos relucir entre sus dedos y conducidos por ella rozar suavemente la conchita de Laurita, cubriendo de saliva su rajita.
—Se que te gustará esto papito—me dijo clavando sus bellos ojos en mi,
Abrió con ambas manos la conchita de su compañerita de colegio, jalando de sus labios y reclinándose desde un costado, pasó su lengua por la diminuta vagina de Laurita. El rojo hirviente de la lengua de Jennie, se camuflaba con el color de la conchita de la chica que iba ganando cada vez más humedad. No fue sólo la lengua, sino también los labios los que prosiguieron la labor, recorriendo cada rincón de la concha de Laurita, mordisqueando sus labiecitos, relamiendo su conchita.
Mi hija gemía Mmmm si que rico al compás de los chillidos de Laurita que habían pasado de no por favor Ay, para para ay mmm.
Algo en la escena había cambiado. Los quejidos de Laurita parecían no ser ya de dolor sino de placer. Sus caderas balanceándose al ritmo de las arremetidas de la boca de mi hija parecían denotarlo. No soporte más. Me acerqué y doblé mis rodillas. La punta de mi verga quedó en dirección a la rajita de Laurita. El marrón almendrado de los ojos de Jennie mirándome de refilón. Sus dedos abriendo con todas sus fuerzas la conchita de la jovencita. Clavé mi glande en la rajita de Laurita, la sujeté de los hombros y enterré toda mi verga en su interior. Su cuerpo pareció quebrarse, y el estremecimiento fue tal que pensé que se venía ya.
—Aaaaaayyyy— gritó.
Arremetí con fuerza. Los ojos de Jennie brillaban de placer contemplando mis penetraciones. Ni lerda ni perezosa comenzó a balancear las nalgas de Laurita que ya de por sí se agitaban por su descomunal tamaño bajo mis arremetidas.
Jennie me alentaba...
—¡Follala papá! No te detengas...¡haz que sufra esta putita!
Cada centímetro de mi miembro se enterraba entre la apretada conchita. La montaba en cuatro patas mientras jalaba de sus cabellos con una mano y con la otra la atraía hacia mí desde sus caderas.
Sentía que Laurita se venía, y yo no tardaría mucho más. Sus piernas y las mías comenzaron a temblar.
La sujete pasando mis manos entre sus brazos, y colocando mis manos tras su nuca. Ella, siguiendo el vaivén de mi cuerpo, se enterró completamente en mi verga. Bramó:
—Ayyyyyyy ay ay mmmm.
Pero mirala que puta. Aceleré mis arremetidas y me dejé correr al tiempo que su conchita soportaba la doble presión de su orgasmo manando de su interior y el chorro de semen eyaculado por mi verga.
Aunque el cuerpo de Laurita me tapaba, incliné mi cuello para tratar de ver a Jennie.
Ella extasiada miraba agitarse a su compañera. Saqué mi verga de la conchita de Laurita. Aunque desde mi posición se me complicaba observarlo, el brillo de los ojos de Jennie me anunciaba que la escena era de un morbo único.
—Papi, deberías ver como rebalsa la conchita de Laurita.
Ella continuaba gimiendo tratando de contener el dolor. Jennie enterró su boca entre las piernas de Laurita. Estuvo un rato allí y volvió a levantar la cabeza.
—Gracias Laurita. Vas aprendiendo parece. Abriste tan bien las piernas que cayo todo en mi boca.
Mi glande aún goteante fue presa repentinamente de los labios de Jennie. Podía sentir el calor de su lengua palpar mi glande y la viscosidad de mi semen entremezclándose en su boca con el flujo de Laurita. Chupó una última vez y liberó la punta de mi verga de su boquita.
—Sequita papito—dijo mientras sujetó mi pene entre sus dedos— Ahora follátela otra vez.
Su voz desprendía arrogancia y deseo. Me sorprendió. A Laurita también. Me pregunté quién tenía el mando en realidad porque para ser yo el padre, ella había sido la figura de autoridad.
FIN
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