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Jueguito en el trabajo





Supo que era un error participar en ese juego con sus compañeros de oficina. La idea surgió una mañana vacía. Nadie quería quedarse mirando el techo, pensando que a la empresa le quedaba poco futuro. Por eso decidieron hacer algo entretenido.

Las reglas eran simples: había un cesto de basura y un montón de papel inútil. Participan uno contra uno, arrojando bollitos de papel al cesto. Tienen diez intentos cada uno, quien logre encestar más, gana.

Esta era la parte que menos preocupaba a Patricia, lo difícil venía después: el ganador podría hacerle una exigencia al que perdiera, y éste debía cumplirla, sin chistar. Quien se negara a cumplir el castigo, debería comprar un costoso paquete de café de lujo para la oficina.

Patricia no quería admitirlo, pero su situación económica era deprimente. Apenas le alcanzaba para pagar el alquiler del departamento y comer, y su novio ganaba menos que ella. No podía darse el lujo de tirar a la basura tanto dinero en café.

Sus compañeros eran los mismos cinco desde hacía un poco más de tres años, en ese tiempo habían desarrollado bastante confianza entre ellos; más de la que Patricia podía tolerar. Dos de ellos, Claudia y Zabdiel, tuvieron aventuras sexuales, de las que hablaban con total normalidad.

Esto desencadenó que su otra compañera, Silvana, también empezara a contar algunas de sus anécdotas sexuales. Por supuesto V también se sumó a esta maldita costumbre. Los únicos a los que no les interesaba hacer alardes de sus vidas sexuales eran Richard y Patricia.

Pero Richard hizo algo que la puso aún más incómoda: la invitó a salir.

Y no había pasado ni una semana desde ese momento. Patricia se sintió muy avergonzada al tener que rechazarlo. Le explicó que ella tenía novio, cosa que todos sabían.

Patricia llevaba cuatro años en pareja. No podía entender por qué Richard de pronto había decidido pasar eso por algo. “A mí no me importa que tengas novio”, le dijo. “No soy celoso.

Los últimos días fueron muy incómodos, Patricia no se animaba a mirar a Richard a los ojos, y sus dos compañeras le exigían explicaciones; no podían entender por qué rechazó a Richard, un tipo tan lindo.

¿Acaso a ellas tampoco les importaba que Patricia tuviera novio?

El maldito juego comenzó y rápidamente se degeneró, como Patricia temía. Al principio las “exigencias” impuestas por el ganador consistían en cosas simples como organizar un fichero, limpiar un cajón, o lavar las tazas de café durante unos días.

Sin embargo esto se volvió aburrido y las “prendas” se hicieron más fuertes. V le exigió un beso a Silvana, y ella aceptó, entre risitas. No pareció importarle mucho que él se aprovechara de la situación y le metiera la lengua hasta el fondo de la garganta.

Silvana tampoco se quejó por esa mano impertinente que se aferró a una de sus nalgas.

La cosa escaló aún más, para el disgusto de Patricia. Silvana venció en la competencia a Claudia, ocho a dos, y su exigencia fue: “Chupame una teta”.

Patricia no podía creerlo.

¿Realmente estaba dispuesta a mostrar las tetas solo para humillar a Claudia? Aparentemente sí. Porque no tuvo problema en abrir su camisa blanca y desprender su corpiño, exponiendo sus melones. Todos aplaudieron, a excepción de Patricia, que miraba incómoda desde su silla.

Ella ya le había ganado a Zabdiel y se creyó muy ocurrente al exigirle que organizara un fichero que era un completo desastre. Nunca se le cruzó por la cabeza hacerle una exigencia similar a la que hizo Silvana.

Claudia, entre risas, se acercó a su compañera de trabajo y, como si hubieran sido pareja durante todos estos años, le agarró una teta y empezó a lamerla y chuparla con maestría. Recorrió el pezón con la punta de la lengua y le dio varios chupones. Richard dijo lo mismo que estaba pensando Patricia: “Me parece que no es la primera vez que Claudia chupa una teta”. La aludida se rió, sin dejar de chupar. Patricia se sintió extraña. Nunca imaginó que su compañera de oficina anduviera por ahí chupando las tetas de otras mujeres.

La competencia siguió y se puso aún peor cuando Zabdiel le ganó a Silvana por nueve a siete. El muy desgraciado le pidió a su ex novia que le chupara la verga… delante de todos. Patricia no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Estuvo a punto de decir que eso era una locura, pero el resto de sus compañeros no opinaban igual que ella: aplaudieron e incentivaron a Silvana a cumplir con la demanda. Ella, muy sonriente, con la misma actitud con la que exhibió sus tetas, se puso de rodillas, abrió el pantalón de Zabdiel y empezó a chuparle la verga. Esta vez la que comentó fue Claudia: “¿Alguno piensa que ésta será la primera vez que Silvana chupa una verga?” Solo hubo risas como respuesta; pero Patricia se quedó muda, mirando el hipnótico vaivén de la cabeza de Silvana.

Por suerte la exigencia se dio por cumplida apenas unos segundos después, y llegó el turno de Patricia para competir. Ya no le entusiasmaba ni un poquito este juego, pero no quería quedar como la aburrida que arrruinaba todo. Además le tocaba competir contra Richard, él parecía ser un poquito más recatado que los demás.

Su derrota fue aplastante, se puso tan nerviosa que no pudo encestar ni un solo papelito. Richard metió ocho y fue más que suficiente para alzarse con la victoria.

―¿Qué tengo que hacer? ―Preguntó ella. Y él la miró con una sonrisa libidinosa que la hizo retroceder.

―Lo mismo que le hizo Silvana a Zabdiel―, dijo Richard, con total calma.

―¿Qué? ¿Te volviste loco? ¡Yo no te voy a chupar la verga! ¡Ni loca!

―Vamos, Patri ―intervino Silvana―. No seas tan aburrida, es solo un juego. No tiene por qué significar nada. Claudia me tuvo que chupar una teta y no quedó tan traumada… y vos ya viste lo que hice yo.

―Sí, pero Zabdiel fue tu novio… no es la primera vez que le hacés eso. Richard no es mi novio… yo ya tengo novio.

―Tu novio no tiene por qué enterarse de nada ―aseguró Claudia―. Lo que pasa en la oficina, se queda en la oficina.

Patricia podría haber seguido discutiendo, con mil argumentos más; pero sabía que era una tarea inútil. La culpa era de ella, por involucrarse en ese juego y por no retirarse antes de competir contra Richard. Resignada, temblando como una hoja, se puso de rodillas. Cerró los ojos y se rascó la cabeza, como si esto pudiera ayudarla a mentalizarse. Iba a hacer algo que iba en contra de sus principios. Durante más de cuatro años ella fue fiel a su novio, y aseguraba que nunca le pondría los cuernos, de ninguna manera. Pero ahora…

Richard se había quitado todo el pantalón, exponiendo una larga verga, completamente depilada. Patricia quedó impactada al ver esto, nunca había visto un hombre con el pubis depilado. Richard estaba muy entusiasmado, como si estuviera a punto de cumplir el sueño de su vida. Agarró su verga y la sacudió hasta que se puso dura. Patricia fantaseaba con la idea de que de pronto alguien diría que todo era una locura, y ella no tendría que hacerlo; pero ocurrió lo contrario. Entre risitas, Silvana le dijo:

―Preparate, Patri… porque te la vas a comer toda.

Patricia estaba mirando a Silvana cuando Richard le puso la verga justo delante la boca. Ella ni siquiera giró la cabeza, pero estaba resignada, sólo quería que todo terminara lo más rápido posible. Abrió la boca y Richard le frotó la verga por los labios, que estaban pintados con un rojo intenso. Recibió dos embestidas dentro de la boca, que fueron a chocar contra la cara interna de su mejilla. Luego él la agarró de la cabeza y hubo una tercera, en la cuarta él le hizo girar la cabeza.

Fue instantáneo. En cuanto ella quedó de frente, la pija se le hundió hasta el fondo de la garganta, pero no sintió náuseas. Respondió naturalmente, como si fuera una petera experta. Eso lo había aprendido de su primer amante, que le hacía tragar la verga entera. Su novio nunca le exigía tal cosa. Al parecer este talento no se olvida, y el cuerpo de Patricia comenzó a responder de forma mecánica. La verga entró y salió de su boca, primero impulsada por el mismo Richard, que la tenía agarrada de los pelos; pero luego fue ella la que se movió sola. Empezó a chupar la verga con Maestría y levantó la mirada, para cruzarse con los ojos de Richard. De pronto lo vio de otra manera, le pareció el tipo más sexy del mundo… y ella tenía su pija en la boca. Lo miró con sensualidad, como si le estuviera diciendo “Te voy a hacer el mejor pete de tu vida”.

Patricia perdió toda la vergüenza y empezó a chupar la pija con verdaderas ganas. Todo su cuerpo se acaloró y seguramente sus compañeros de oficina sospechaban que no era la primera vez que ella había hecho un pete como ese. Las chicas probablemente pensaran que Patricia ya tenía la concha mojada, y no se equivocaban.

La mamada no duró mucho tiempo, porque ella lo hizo muy bien y porque Richard la deseaba mucho. El semen comenzó a surgir, y ella reaccionó de la misma forma en que lo hacía con su primer amante, ese que le decía: “Dale, putita, tomate toda la leche”. Sintió una ola de placer al imaginar que Richard estaría pensando en esas mismas palabras y ella, con sensualidad y obediencia, empezó a tragar todos los abundantes chorros de semen que cayeron en su boca. No permitió que se escapara ni una sola gota. Tal vez sus compañeros ni siquiera sabrían que ella tragó semen.

Cuando la mamada terminó, Patricia se puso de pie y acomodó su ropa, con un pañuelo descartable secó sus labios, con la elegancia de una dama. Luego volvió a su silla y siguió trabajando, como si nada hubiera ocurrido.

El juego no terminó a partir de ese momento, pero quedaron secuelas.

Ese mismo día, a la salida, Patricia esperó a que los demás se marcharan. Ella sabía que Richard se quedaría hasta el final. Cuando estuvieron solos, él se puso de pie y abrió la boca, para decir algo. Pero ella hizo todo lo contrario. Se puso de rodillas, le bajó el pantalón y abrió la boca, para comerse una vez más esa hermosa pija. Empezó a chuparla con puro gusto, sus cabellos se sacudieron con violencia y la verga entró hasta el fondo de su garganta, una y otra vez.

Por segunda vez en el día le chupó la verga a Richard y por segunda vez se tragó todo el semen. Limpió su boca y dijo:

―Mañana es sábado. Te voy a esperar en la puerta de la oficina, pasame a buscar. Vamos a ir a un telo y me vas a coger bien. ―Los ojos de Richard se iluminaron de alegría―. Pero me tenés que coger muy bien ―dijo, haciendo énfasis en el “muy”―. Porque si le voy a meter los cuernos a mi novio, al menos tiene que valer la pena. ¿Está claro?

―Sí, señorita. Perfectamente claro.

―Bien, nos vemos mañana.

Antes de marcharse, Patricia acarició una vez más esa verga que le había hecho perder la cabeza.


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