En esta historia Richard es un chico joven argentino que tiene 7 hermanas.
CapĂtulo 1.
Castigo Divino.
Si Dios existe, me odia. De eso estoy seguro. Me castigĂł con cuatro hermanas mayores y me condenĂł a vivir con ellas en la misma casa… y no solo con ellas, sino tambiĂ©n con mi mamá. Pero eso no es todo, no. Se ve que Dios está verdaderamente esmerado en complicarme la vida y se guardĂł la cereza de la torta para el dĂa en que Macarena, una de mis hermanas, cumpliĂł veintitrĂ©s años. A pesar de que la cumpleañera era ella, al “regalito” me lo llevĂ© yo… ¡y quĂ© mierda de regalo!
Hicieron una fiesta discreta, con algunos parientes y amigos de Macarena, a los que yo solo conocĂa de vista. Me sentĂ© en un rincĂłn y me puse a tomar cerveza; tomĂ© tanta como pude, hasta que mi mamá me prohibiĂł hacerlo, porque solo tengo dieciocho años y no está bien visto eso de andar vomitando frente a los parientes. Aunque la cosa no fue para tanto y la fiesta fue más o menos tolerable. Al menos hubo mucha comida.
La gran sorpresa llegĂł cuando la fiesta terminĂł. AhĂ me comprendĂ por quĂ© Alicia, mi mamá, se encerrĂł tantas veces en su pieza, para hablar con su hermana, mi tĂa Cristela.
Sin anestesia, mi madre me soltĂł la frase que pondrĂa mi vida patas arriba de un dĂa para otro:
―Tu tĂa Cristela se va a quedar a vivir con nosotros durante un tiempo. Le vamos a dejar tu cuarto, asĂ que vas a tener que compartir dormitorio con Tefi.
No lo podĂa creer. Al tener que convivir con tantas mujeres, mi cuarto era mi “refugio masculino”, el Ăşnico lugar de toda la casa en el que podĂa andar en calzoncillos todo el dĂa… o en pelotas. Para colmo, de todas mis hermanas, la que peor me cae es EstefanĂa. Ella se cree muy importante por ser mayor que yo, pero es la más chica de las cuatro, apenas tiene diecinueve años. Claro, como no puede joder a las otras tres, me jode a mĂ.
Eso no es todo, no señor. Se ve que Dios (si existe) le gusta meter el dedo en la llaga. Si hay alguien en el mundo que odie más que EstefanĂa, esa es AyelĂ©n, mi prima… la hija de mi tĂa Cristela. Y sĂ, por supuesto que ella tambiĂ©n se va a quedar a vivir con nosotros… ¡En mi habitaciĂłn!
Al parecer esta improvisada mudanza se debĂa a los estragos que estaba causando el Covid-19 en el mundo. ya se corrĂan rumores de que pronto podrĂa declararse una cuarentena nacional.
Mi tĂa Cristela nunca estuvo casada, conociĂł al padre de AyelĂ©n y Ă©l la dejĂł en cuanto se enterĂł que ella estaba embarazada. DespuĂ©s de eso pasĂł varios años soltera o con algunas parejas esporádicas. Su actual pareja… bueno, ex pareja. Como sea… el tipo al que ella acaba de dejar se llama Dante. Cristela y AyelĂ©n vivĂan en la casa de este sujeto, porque no tienen vivienda propia. Los rumores de la cuarentena hicieron reflexionar a Cristela. Nos contĂł que no quiere quedarse encerrada en la casa de un tipo por quien ya no siente nada. Al parecer llevaba bastante tiempo esperando el momento apropiado para dejarlo, y el Covid-19 le dio la excusa perfecta.
Cuando Cristela y Ayelén llegaron pidiendo asilo, mi mamá, que tiene una fuerte conciencia familiar, no tuvo problema en abrirles las puertas de nuestra casa y regalarles, con moño y todo, mi dormitorio.
Asà fue como tuve que resignar la poca masculinidad que aún me quedaba. Junté todas mis pertenencias y las saqué de mi querida “Baticueva”, de mi “Fortaleza de la Soledad”, de mi “Torre Avengers”, de mi “Halcón Milenario”... perdà mi único lugar en el mundo.
―Ni sueñes que vas a meter todas esas porquerĂas en mi pieza ―dijo EstefanĂa, meneando la cadera y señalándome con el dedito.
¡Ay, me dan ganas de raparle la cabeza cada vez que se pone asĂ! ÂżAcaso piensa que esos gestos tan teatrales la hacen ver como una “mujer fuerte e independiente”?.
Lo de mujer no se lo discuto, la muy desgraciada tiene con quĂ© lucirse; pero lo de “fuerte e independiente” no lo tiene… de lo contrario no vivirĂa con nosotros, porque nos odia a todos. La Ăşnica de mis hermanas que puede hacer gala de esas caracterĂsticas es Gisela, la mayor. Con ella me llevo un poquito mejor. Ella tiene trabajo propio y si aĂşn vive con nosotros es porque está ahorrando, para comprarse una casa. Al menos ella sĂ va a tener un lugar propio.
Justamente fue Gisela quien saliĂł a defenderme.
―Tefi, estamos intentando adaptarnos a una situaciĂłn atĂpica. Para nadie es fácil, y si no colaborás un poquito solamente vas a complicar todo.
―¡Pero no tengo tanto lugar para porquerĂas! ÂżDĂłnde va a meter todo eso?
Las “porquerĂas” a las que se referĂa mi hermana eran tomos de comics, libros de terror, videojuegos y, mi tesoro más preciado en todo el universo: la PlayStation 4. No querĂa abandonar mi habitaciĂłn sin ello; sin embargo la cosa no estaba como emitir protestas. Tal y como habĂa dicho Gisela: nos encontramos ante una situaciĂłn atĂpica, y todos deberĂamos colaborar.
Bajé la guardia y dije:
―Puedo dejar casi todo en mi pieza, con la condición de que yo pueda entrar a buscarlo cuando quiera.
―No, cuando quieras, no ―dijo mi mamá―. La pieza va a estar ocupada por dos damas ―supuse que por “damas” se referĂa a mi tĂa y a mi prima―, tenĂ©s que golpear antes de entrar. Si ellas…
―SĂ, sĂ… voy a golpear antes de entrar ―la interrumpĂ antes de que me soltara un discurso sobre “intimidad femenina”―. A lo que me refiero es que ellas tienen que entender que las cosas son mĂas, y a veces las voy a querer sacar… especialmente si vamos a estar encerrados acá todo el puto dĂa.
―SĂ, claro ―dijo mi tĂa Cristela―. Las cosas son tuyas, eso lo entendemos perfectamente. No queremos causar molestias, pero…
―Pero nada ―dijo mi mamá―. Ustedes no son ninguna molestia. Cristela, vos sos mi hermana y ésta también es tu casa, y la casa de tu hija. Esto de la cuarentena es una mierda, ya todos nos agarró por sorpresa; vamos a intentar llevar la situación lo mejor posible, como una familia.
―Asà es ―la apoyó Gisela―. Solamente tenemos que trabajar en las normas de convivencia, y tenemos que ser un poquito más tolerantes con los demás. ―Al decir ésto último miró a Tefi, como si la estuviera desafiando.
―Está bien ―dijo Tefi, resignada―, que meta en mi pieza las porquerĂas que quiera, pero las va a tener que dejar en el piso, porque ya no hay más lugar.
AsĂ fue como terminĂ© mudándome al cuarto de mi peor archienemiga… bueno, la segunda peor. Porque la más cruel y despiadadas de mis archienemigas era la que se quedaba con mi cuarto: mi prima AyelĂ©n. Estuve tentado a soltarle un discurso explicándole que la iba a matar si rompĂa alguna de mis cosas. DescartĂ© ese acto de autoritarismo porque la situaciĂłn ya estaba lo suficientemente tensa como para iniciar un conflicto extra con la pelotuda de mi prima. ¡Pero quĂ© rabia me dio cuando entrĂł a mi pieza y me dedicĂł esa sonrisa burlona! Para colmo la muy hija de puta caminĂł meneando el culo, como si fuera una gata que sale siempre cae parada.
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Diario de Cuarentena:
<Mi primera noche en la pieza de Tefi no fue tan mala>.
Como tenĂa mucho sueño, me acostĂ© temprano. En algĂşn momento ella se acostĂł a mi lado y se durmiĂł, sin que yo me diera cuenta. NotĂ© su presencia reciĂ©n al dĂa siguiente, cuando me levantĂ©. SalĂ de la pieza sin hacer ruido y me sentĂ liberado. HabĂa sobrevivido a Tefi… al menos por una noche.
En nuestro primer dĂa de cuarentena no hubo tensiones. Todo funcionĂł más o menos como un domingo en el que nadie tiene que salir a trabajar o a cursar en la universidad. Yo no hacĂa ninguna de las dos cosas, por lo que para mĂ todos los dĂas eran domingo, desde que terminĂ© el colegio secundario.
Gisela nos comentĂł que pudo hablar con la empresa en la que ella trabaja para poder cumplir con todas sus labores sin salir de casa. Eso la animĂł mucho, podrĂa seguir trabajando. Las que se vieron más afectadas por la cuarentena fueron Tefi y mi tĂa Cristela. Tefi no cursa en ninguna universidad, pero trabajaba en una buena tienda de ropa, donde no la explotaban demasiado y le pagaban lo suficiente como para tener siempre algo de dinero… dinero que se gastaba en salidas con sus amigas. Ella no pudo encontrar una forma para trabajar desde su casa, ya que su jefa parecĂa no entender nada de “ventas online”.
―Si esa mujer no ve a la cliente sacando la plata de la billetera, no vende nada ―se quejó Tefi―. Hasta le tiene pánico a las tarjetas de crédito. Le dije mil veces que debe actualizarse un poco, de lo contrario va a tener que cerrar el negocio… y yo me voy a quedar sin trabajo.
Cristela, por otro lado, era peluquera, y una de mucho renombre en la ciudad. Ganaba muy bien y su peluquerĂa era espectacular, hasta yo iba a cortarme el pelo con ella. Pero por culpa de la cuarentena una de las profesiones más perjudicadas resultĂł siendo la peluquerĂa.
―¿Cómo le voy a cortar el pelo a la gente si tengo que estar a dos metros de distancia? ―Se preguntó.
Mis otras dos hermanas, Pilar y Macarena, estudian en la universidad. Ellas se estaban adaptando al estudio a la distancia, y se lo estaban tomando con mucha calma.
Mi mamá es ama de casa y nunca tuvo la necesidad de trabajar, gracias a que mi difunto padre nos dejĂł una excelente pensiĂłn. Tal vez si mi familia no fuera tan numerosa, hasta podrĂamos vivir dándonos ciertos lujos. Sin embargo, como hay muchas bocas para alimentar, la pensiĂłn alcanza lo justo… y más ahora, que se sumaron Cristela y AyelĂ©n.
Mi prima tampoco trabaja ni estudia, aunque de vez en cuando ayuda a su madre en la peluquerĂa, y Cristela le paga por ello. Todo eso llegĂł a su fin con la declaraciĂłn de cuarentena. Ahora AyelĂ©n está en las mismas condiciones que yo: En la más cochina pobreza.
Al menos, lo mĂo es una “pobreza afortunada”. Si bien casi nunca tengo dinero en efectivo, como soy el menor de la familia, y el Ăşnico varĂłn, siempre consigo que me den plata para comprarme algĂşn libro o algĂşn cĂłmic. La que más me ayuda con eso es Gisela. Soy su “pequeño mimado”, y siempre lo serĂ©. Por eso es la favorita de mis hermanas.
SĂ, yo no tengo ningĂşn problema en admitir que tengo una hermana favorita, y ellas lo saben muy bien. Con Tefi nos odiamos a muerte; con Macarena mi relaciĂłn es bastante neutral: ni buena ni mala; y con Pilar nunca hablo. Ella es más o menos como yo, le gusta pasarse el dĂa encerrada en la pieza, haciendo quiĂ©n sabe quĂ©. Bueno, sĂ© que a ella tambiĂ©n le gusta leer… pero su material de lectura no es el mismo que me gusta a mĂ. Demasiadas novelas románticas sobre vampiros y hombres lobos. Una vez intentĂ© leer una y casi me da diabetes, por lo empalagosa que era la historia.
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Diario de Cuarentena:
<Segunda noche en el cuarto de Tefi. TodavĂa estoy vivo>.
Sin embargo ya tuvimos nuestra primera discusiĂłn.
Y sĂ, todos en la casa sabĂan que iba a ocurrir más temprano que tarde; y ocurriĂł.
Tefi se enojĂł porque yo estaba usando el televisor de su cuarto para jugar a la Play, y ella querĂa mirar una serie en Netflix. Le dije que estaba en medio de una partida online de Call of Duty, no podĂa abandonar a mis compañeros de armas en plena batalla. Pero EstefanĂa, que no sabe nada de lealtad, ni de juegos online, insistiĂł en que apagara todo, para que ella pudiera disfrutar de su serie de Netflix.
Empezaron las puteadas y todos en la casa se acercaron a ver quĂ© pasaba. Mi madre fue la primera en intervenir. LogrĂł calmarnos lo suficiente, a base de amenazas. Nos dijo que si seguĂamos peleando nos iba a encerrar a los dos en el mismo cuarto hasta que hiciĂ©ramos las paces, o nos matáramos entre nosotros. Lo que ocurriera primero.
Explicamos la situaciĂłn y me sorprendiĂł que fuera Macarena la que brindara una soluciĂłn, porque ella generalmente no se mete en las disputas familiares. Tiene la polĂtica de no molestar, para que no la molesten.
―En la casa hay un montĂłn de televisores ―dijo―. Nunca estamos usando todos a la vez… y en todos se puede mirar Netflix. Si querĂ©s mirar algo, Tefi, fijate si hay algĂşn televisor libre. A mĂ no me molesta que uses el de mi pieza. No me gusta estar todo el dĂa encerrada ahĂ. Prefiero quedarme en el patio.
―Esta es mi pieza ―se quejó Tefi―. Y él puede jugar a la Play en cualquier televisor.
―SĂ, pero instalarla en cada televisor antes de empezar a jugar es muy molesto ―dije. En realidad no era un trabajo tan difĂcil, sin embargo era mucho más sencillo que ella usara otro televisor para mirar Netflix.
Al final todos se pusieron de mi parte y Tefi tuvo que ir a mirar su bendita serie al dormitorio de Macarena.
Diario de Cuarentena:
<Tuve mi primera batalla en territorio enemigo, y la gané>.
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Estoy seguro de que todos los integrantes de mi casa pensaron que la primera disputa la ocasionarĂa yo, al discutir con EstefanĂa; pero nuestro pequeño roce no tuvo comparaciĂłn con lo que ocurriĂł durante la segunda noche del aislamiento.
Estaba muy tranquilo, jugando con la PlayStation cuando escuchĂ© a mi madre elevando la voz. Por un momento pensĂ© que patearĂa la puerta del cuarto de Tefi, que era donde yo estaba, y me gritarĂa por algo. Sin embargo su problema era con otra persona. SalĂ del cuarto y me encontrĂ© a toda mi familia en el living comedor, lo que normalmente denominamos como “el área comĂşn”, donde nadie tiene más poder que los demás.
Alicia, mi mamá, le estaba gritando a Pilar. Eso me extrañó mucho, ya que, de todas mis hermanas, Pilar y Gisela son las que menos problemas suelen generar. Gisela por ser la más responsable y Pilar porque casi nunca habla con nadie.
No entendĂa nada, me acerquĂ© lentamente, procurando no hacer ruido; no querĂa que de pronto la atenciĂłn de mi madre cayera sobre mĂ.
―¿Pero cómo se te ocurre? ―Preguntó Alicia, apuntando a Pilar con un dedo amenazador―. ¡Con todos los problemas que hay en Italia y en España! ¿Acaso querés que acá también estemos igual?
―¡Ay, qué exagerada! ―Exclamó ella―. No es para tanto. La cuarentena recién empieza, era algo de una sola noche.
―¿Qué pasó? ―Me preguntó Macarena, en un susurro.
Ella era hábil, ni siquiera me di cuenta que estaba allĂ, hasta que hablĂł. Me encogĂ de hombros, porque no sabĂa la respuesta. Ambos miramos a mi tĂa Cristela, que estaba al lado nuestro, ella parecĂa tener más informaciĂłn. Sin levantar la voz, nos dijo:
―Alicia sorprendió a Pilar intentando salir de la casa, al parecer pensaba pasar toda la noche afuera.
―¿Pilar? ―Preguntó Macarena, incrédula―. Pero si ella nunca sale a ningún…
―¡Pero si vos nunca salĂs a ningĂşn lado! ―GritĂł mi mamá, como si las palabras de Macarena le hubieran recordado que Pilar suele pasarse el dĂa encerrada en su cuarto―. ÂżJusto ahora querĂ©s salir? ÂżPara quĂ©?
―Era para ver a unas amigas… como vamos a pasar tanto tiempo sin vernos… se nos ocurrió hacer una pequeña reunión.
―Muy tarde, la hubieran hecho cuando la cuarentena no era obligatoria. Tuvieron al menos una semana para verse.
―No pudimos…
―Ni van a poder. No hasta que se pase la cuarentena. En los noticieros están mostrando un montĂłn de gente que fue detenida por andar violando el aislamiento… y no quiero que MI hija termine en los noticieros. ÂżQuĂ© excusa vas a poner si te para la policĂa?
―Pero…
―Mamá tiene razĂłn ―intervino Gisela―. Es muy arriesgado, no solo para vos, sino para toda la familia. Si bien es cierto que ninguno de nosotros se puede considerar como “persona de riesgo”, somos muchos viviendo bajo el mismo techo. Si vos salĂs, nos ponĂ©s en riesgo a todos.
Pilar la fusilĂł con la mirada, no recuerdo la Ăşltima vez que la vi tan enojada. Ella suele estar siempre en su propio mundo, no jode a nadie; pero ahora todas las miradas acusadoras de la familia se centraban en ella.
―¡No vas a ir a ninguna parte! ―SentenciĂł mi mamá―. Si algĂşn dĂa levantan la cuarentena, van a poder salir ―dijo esto mirándonos a todos―. Pero hasta ese momento, se van a quedar acá adentro. Como bien dijo Gisela, somos muchos; nos tenemos que cuidar entre nosotros. Si uno solo se contagia con esa mierda, nos jodemos todos.
―¿Te vas a quedar en casa? ―Preguntó Gisela, ella era más pedagógica que mi madre.
―No sé por qué hacen tanto escándalo, era solo un rato… ni siquiera va a haber mucha gente.
―Porque vos no sabés con quién estuvo esa gente ―dijo mi mamá―. ¿Cómo sabés si alguna de tus amigas no tiene un conocido o un pariente que haya venido del extranjero? ¿Te pusiste a preguntarles eso?
―No…
―¡Se acabó! ―Exclamó mi madre―. Voy a guardar todas las llaves de la casa, de acá no sale nadie, hasta que la situación mejore.
―¿QuĂ©? ÂżVamos a estar como presos, solo porque esta tarada se quiso ir? ―Se quejĂł EstefanĂa.
―Por una nos jodemos todos ―dijo mi mamá―. Somos una familia numerosa, viviendo bajo el mismo techo. Tienen que entender que si una sola de ustedes se manda una cagada, se perjudican todos. No confĂo en Pilar…
―Mamá, no digas eso ―dijo Gisela, intentando traer un poco de paz.
―Pilar ―intervine, muerto de miedo. SentĂ la mirada asesina de mi madre clavándose en mi cuello. Pero ya no querĂa que siguieran peleando―. ÂżVos prometĂ©s que no vas a intentar salir? Por más que todos nos vayamos a dormir.
Pilar me mirĂł con sus grandes ojos marrones, se cruzĂł de brazos y no respondiĂł. Eso fue un duro golpe para mĂ, estaba convencido de que ella lo prometerĂa.
―Pilar, colaborá un poquito ―suplicó Gisela; pero ella permaneció muda.
―Ahà lo tienen ―dijo mi madre―. Solamente piensa en ella, como siempre. Parece a propósito. Nunca sale a ningún lado, y ahora de pronto está desesperada por salir. Voy a guardar todas las llaves de la casa. Se acabó. Macarena, traeme todas las llaves.
―¿La mĂa tambiĂ©n?
―SĂ, la tuya tambiĂ©n.
―¡Ufa, la puta madre! ―La que se quejĂł fue EstefanĂa―. Ya me estaba sintiendo como una prisionera, y ahora va a ser peor.
―Apenas llevamos dos dĂas de cuarentena, no seas tan exagerada ―le dije.
―¡Por eso! Si al segundo dĂa nos quitan las llaves, dentro de una semana nos van a estar pasando la comida por una ranura en la puerta de la pieza.
―A mà no me molesta ―dije, encogiendome de hombros―, siempre y cuando no me toque estar encerrado en el mismo cuarto que vos.
―Bueno, bueno ―Gisela hablĂł con tono maternal―. Ustedes dos dejen de pelear, al menos por un dĂa. VenĂ, Maca, te ayudo con las llaves.
Por más que le hubiera dicho a EstefanĂa que no fuera tan exagerada, la verdad era que a mĂ tambiĂ©n me molestaba bastante no tener acceso a la llave de la casa. No pensaba ir a ningĂşn lado, pero por alguna razĂłn, me jodĂa.
Diario de Cuarentena:
<Estoy prisionero en mi propia casa, por culpa de Pilar. Estoy enojado con ella.>
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En la tercera noche, desde el inicio de la cuarentena, las cosas se pusieron un poquito raras. Tefi decidiĂł pasar tiempo en su cuarto, a pesar de que tenĂa disponible el de Macarena. Creo que lo hizo para marcar territorio.
Durante la tarde tuve un pequeño encontronazo con mi prima AyelĂ©n, porque a ella le molestĂł que yo quisiera sacar tres tomos de comics de mi propia pieza, cuando ella estaba durmiendo. No es mi culpa que duerma a mitad del dĂa. Ella se quejĂł diciendo: “Estamos en una puta cuarenta, ÂżquĂ© mierda importa la hora del dĂa? Yo quiero dormir”. Pude haberle respondido que era mi pieza y yo podĂa entrar cuando se me diera la regalada gana. Pero preferĂ evitar problemas y me fui a leer a la pieza de Tefi, creyendo que al menos allĂ podrĂa estar solo.
Nunca supe si Tefi tiene algĂşn pasatiempo, más allá de estar todo el dĂa revisando Twitter e Instagram. SĂ© que a veces se pone a mirar videos de YouTube, en la computadora que tiene en su cuarto. Eso fue exactamente lo que se puso a hacer. No me molestĂł para nada, porque la computadora está en un escritorio, y yo me quedĂ© leyendo en la cama. Ella al menos tuvo la buena voluntad de ponerse auriculares para mirar los videos. Hasta ese momento no tuvimos ningĂşn problema.
Al parecer ella se cansĂł de mirar cosas en YouTube. CruzĂł la pieza y se acercĂł al ropero, donde hay un espejo enorme en la puerta del medio. Ella apuntĂł al espejo con su celular y comenzĂł a sacarse fotos haciendo gestos absurdos, como darle besos al aire y flexionar mucho la cadera para que su cola quedara más levantada. Esto fue lo que más me sorprendiĂł. Ella tenĂa puesto un diminuto short blanco, que le tapaba la mitad de sus redondas nalgas. Espero nunca tener que decirle que tiene un buen culo, porque sin duda lo tiene. Bueno, creo que mis cuatro hermanas salieron con buenos culos, y ese es uno de los principales motivos por los que no puedo tener amigos. Nunca falta el que quiere venir a casa para mirarle el culo a mis hermanas.
―¿Podés salir de la cama? ―Me preguntó Tefi, de mala gana.
―¿Qué? ¿Por qué? Si te querés acostar, hay lugar suficiente ―la cama era de dos plazas, y yo soy bastante flaco.
―Es que salĂs en todas las fotos… y no quiero ―ahĂ comprendĂ, el espejo apuntaba directamente hacia la cama.
―Pero… pero… ―me di cuenta de que Ă©ste podrĂa ser el inicio de una nueva discusiĂłn, ya habĂa ganado el derecho a jugar a la Play en su cuarto, lo mejor era no tentar demasiado la suerte―. Está bien, me quedo en la cama, no creo que se vea completa en el espejo… Âżsi me siento asĂ se ve?
Me hice una bolita contra el respaldo de la cama, dejĂ© las rodillas a la altura de mi mentĂłn, podĂa leer mi comic en esa posiciĂłn.
―Mmm… bueno, está bien.
Ella siguiĂł con sus fotos, y me di cuenta de que intentaba que mis pies no salieran en el reflejo del espejo. Para eso se parĂł derecho a mĂ. Se agachĂł un poco, supongo que para dar Ă©nfasis a su escote. La mayorĂa de las fotos del Instagram de Tefi están tomadas desde arriba. No es tan tetona como Gisela, pero sĂ© que está orgullosa de su busto, y le gusta mostrarlo. El problema es que al inclinarse de esa manera, su culo quedĂł apuntando hacia mĂ… y ese shorcito no cubrĂa tanto como deberĂa. Para colmo era bastante ajustado, y se le marcaba mucho el papo.
IntentĂ© concentrarme en mi comic, y la tarea me resultĂł imposible. No estoy acostumbrado a mirarle el culo a las mujeres, mucho menos a mis hermanas… la abstinencia ya me está pesando. Este es el tercer dĂa que paso sin hacerme una paja, algunos dirán que tres dĂas sin pajearse no es nada; pero yo estoy acostumbrado a tener mi propio cuarto, con mi computadora… y sĂ, ahĂ puedo mirar todo el porno que se me antoje. Mi rutina de masturbaciĂłn incluye al menos una al dĂa… tal vez más.
Aunque me cueste, debo admitir que Tefi tiene unas nalgas espectaculares; ya quisiera yo tener una novia con un culo tan grande y redondo como ese. ¡Las cosas que le harĂa! Además… ¡Uf! ¡CĂłmo se le marca la concha! No acostumbro ver a mis hermanas como mujeres, sino como entes molestos que habitan en mi casa; pero ahora, por culpa de Tefi, soy consciente de que ellas tienen concha, y tal vez la tengan muy bonita. Mi mente divagĂł, intentando imaginar cĂłmo serĂan los labios vaginales que escondidos detrás de la bombacha de Tefi… y mi verga empezĂł a despertarse.
Ella siguiĂł con sus fotos, como si yo no existiera. Cuando se dio la vuelta, hundĂ mi cara entre las páginas del cĂłmic, al tener las piernas flexionadas ella no notarĂa mi incipiente erecciĂłn. PensĂ© que iba a decirme algo, que habĂa notado que yo la espiaba; pero no. Su intenciĂłn no era otra que la de fotografiar su gran culo en el espejo.
―¿A quién le vas a mandar esas fotos? ―Pregunté, sin apartar la mirada del cómic.
―¿Y a vos qué mierda te importa? ―Respondió, desafiante―. Es mi culo y con él hago lo que quiero.
―¡Está bien! Che… que mala onda. Te pregunté bien, solo para charlar de algo. No quiero meterme en tu vida.
―Bueno, no te metas.
Sacó un par de fotos más, centrándose en sus nalgas que se reflejaban en el espejo. Después dejó el celular en la mesita de luz y dijo:
―Me voy a bañar. Cuando vuelva quiero dormir, asà que vamos a apagar la luz.
SabĂa que le molestaba que yo siguiera leyendo mientras ella intentaba conciliar el sueño, yo tenĂa dos opciones: dormir o ir a leer al living.
―Está bien ―le dije, restándole importancia―. Yo también tengo sueño.
AbandonĂł el dormitorio, bamboleando sus grandes y turgentes nalgas, fue imposible no mirarla.
Cuando me quedĂ© solo mirĂ© de reojo el celular y descubrĂ que la pantalla no habĂa sido bloqueada. Rápidamente lo agarrĂ© y deslicĂ© un dedo, buscando la galerĂa de imágenes. No sabĂa por quĂ© estaba haciendo eso, era extremadamente peligroso; pero estaba muy aburrido. QuerĂa ver las fotos que se habĂa sacado.
Las encontrĂ© con facilidad, las Ăşltimas dos eran las más interesantes, las nalgas de Tefi ocupaban toda la pantalla y se podĂa ver cĂłmo la bombacha le marcaba la concha. Mi verga reaccionĂł ante estas imágenes sin tener en cuenta que esa era mi propia hermana. Me recriminĂ© a mi mismo por reaccionar de esta manera con Tefi. Si se tratase de Gisela no me molestarĂa tanto, ella es muy hermosa y me cae bien; pero Tefi… a pesar de que la odio… ¡quĂ© culo tiene! Es una maravilla. Si tuviera amigos, podrĂa venderles esas fotos por un buen precio.
SeguĂ revisando la galerĂa de imágenes y me quedĂ© helado con lo que encontrĂ©. HabĂa otra foto de Tefi en ropa interior, con el culo en primer plano; pero esta vez tenĂa puesta una tanga negra… una diminuta tanga negra. Tan pequeña que se le metĂa entre los gajos de la concha. SĂ, esa concha estaba mordiendo la tela de la tanga. Devorándola completamente. En el centro los labios se tocaban, porque toda la tela ya habĂa quedado bien encajada entre ellos.
A mi verga no le importĂł que esa fuera mi hermana, se levantĂł del todo y quedĂł presionando mi pantalĂłn, luchando por salir. La dejĂ© en libertad, la sujetĂ© con una mano y empecĂ© a pajearme, pensando en las cosas que harĂa si tuviera una novia con esa concha. Mi estĂłmago daba incĂłmodas vueltas… ¡Esta es Tefi! Carajo, nunca la habĂa visto asĂ. ÂżPor quĂ© tiene que tener un culo tan lindo? Y esos gajos… ¡Dios!
PasĂ© a la siguiente imagen y la rigidez de mi verga aumentĂł. La escena era prácticamente igual; la gran diferencia era que ahora Tefi no tenĂa ropa interior. Su concha estaba totalmente expuesta, pude ver el pequeño agujerito entre sus labios vaginales… ese agujero que parecĂa estar diciendo a gritos: “¡La pija va acá!”
“A esta puta le gusta sacarse fotos en concha”, pensĂ©. Jamás imaginĂ© que alguna de mis hermanas pudiera tener la aficiĂłn de sacarse fotos desnuda. Eso era algo que hacĂan esas pendejas putas que yo veĂa en internet; no mis hermanas. Sin dejar de pajearme, seguĂ con mi exploraciĂłn. La siguiente foto era magnĂfica: Tefi miraba a la cámara, con cara de “bebota putiporno” y tenĂa las piernas abiertas, su concha totalmente depilada aparecĂa en primer plano, con esos gajos sonrosados y el agujero abierto.
AcelerĂ© mi masturbaciĂłn; pero un ruido me hizo interrumpirla rápidamente. CerrĂ© la galerĂa de imágenes y dejĂ© el celular en la mesita de luz. Me sentĂ© en el borde de la cama, ocultando mi erecciĂłn. La puerta del dormitorio se abriĂł, girĂ© la cabeza y vi a Tefi, envuelta en una toalla. Me quedĂ© boquiabierto, si esa toalla subĂa cinco centĂmetros más, yo podrĂa verle la concha. Mi corazĂłn latĂa con tanta violencia que creĂ que me darĂa un infarto. Disimuladamente guardĂ© la verga dentro del pantalĂłn.
―¿Podés salir un rato? Quiero cambiarme ―Por extraño que parezca, sus palabras no sonaron como una orden. Me lo estaba pidiendo bien.
―SĂ, claro. Además yo tambiĂ©n me quiero bañar ―dije, improvisando sobre la marcha―. Esperá que saco algo de ropa.
Me puse de pie, siempre dándole la espalda, y me acerquĂ© al ropero. SaquĂ© un pantalĂłn y una remera y los usĂ© para cubrir mi erecciĂłn. SalĂ del cuarto intentando no mirar demasiado a Tefi, ya me sentĂa suficientemente culpable por haber invadido su celular.
No pude detenerme, mi hermana Macarena estaba charlando con mi prima Ayelén, mientras tomaban mates, y me miraron como si yo fuera un extraño. Probablemente les llamó la atención mi cara de espanto. Caminé rápido, anunciando: “Me voy a bañar”. Esto pareció convencerlas, ya que no preguntaron nada más.
Me encerrĂ© en el baño, abrĂ la ducha y me desnudĂ© tan rápido como pude. Mi verga aĂşn seguĂa dura. Me metĂ debajo del agua tibia y seguĂ con mi ritual masturbatorio. SacudĂ mi pija con fervor, pensando en la concha de Tefi… bah, en realidad no querĂa pensar en mi hermana. Supongo que estaba usando la imagen de su concha de la misma forma que usaba cualquier imágen de concha que encontraba en internet: para fantasear con mi chica ideal. Con esa chica que nunca se niega a tener sexo conmigo y cumpe todos mis deseos… esa chica que no existe.
Estaba en lo mejor de mi paja cuando alguien golpeó la puerta del baño.
―¿Puedo pasar? ―dijo una voz femenina.
Me detuve en seco y con voz temblorosa dije:
―Eh… me estoy bañando.
―Es que me estoy haciendo pis…
―¿Pilar?
―No, soy Gisela.
Siempre me confundo la voz de Pilar con la de Gisela; si bien no son muy parecidas fĂsicamente, tienen un tono de voz casi idĂ©ntico. A todos los miembros de la casa les pasa lo mismo que a mĂ… bueno, menos a Pilar y Gisela; ellas saben diferenciar sus propias voces.
Al saber que se trataba de la mayor de mis hermanas, me tranquilicé un poco. Con ella tengo más confianza que con las demás… aunque no la confianza suficiente como para que me vea desnudo, con la pija dura.
―¿No podés esperar un rato? ―Pregunté.
―No… ya no aguanto más…
―¿Por qué no vas al baño de mamá?
Mi madre tiene la única pieza con baño incluido y…
―Ya sabés por qué, a ella no le gusta que le usemos el baño.
Ese maldito problema de siempre. Por alguna razón mi mamá, que es tan generosa, siempre fue muy celosa de su baño. No permite que nadie lo use. Algo que es muy contraproducente en una casa con tantos habitantes, especialmente ahora, que somos ocho.
―Preguntale ―dije, intentando ganar tiempo―. Tal vez te deje.
Pero ya era demasiado tarde.
―Ya no aguanto más, Richard.
La puerta se abrió y Gisela entró a toda velocidad, sin embargo se quedó congelada en cuando sus ojos se encontraron con mi verga erecta. Abrió la boca y se puso pálida, como si hubiera visto un fantasma.
―¡Ay, perdĂłn! ―Dijo―. Es que… ¡PerdĂłn! No sabĂa que… es que… en serio, no aguanto más. Me estoy haciendo pis.
Cerró la puerta, se bajó los pantalones de una forma tal que yo no pude ver nada, y se sentó en el inodoro. Mantuvo la vista fija al piso, pero noté que, de reojo, se fijaba en mi verga. Me quedé como una estatua.
No supe quĂ© hacer. No tenĂa ningĂşn sentido cubrirme, ella ya habĂa visto todo. El agua caĂa sobre mi espalda y mi cabeza, como eso siempre me relaja, supuse que esta vez me ayudarĂa a mitigar la erecciĂłn; pero no. OcurriĂł todo lo contrario, como si la presencia de mi hermana hiciera que mi sangre circulase con más potencia. Mi verga palpitĂł y dio pequeños saltos, como un animal feroz apunto de atacar. IntentĂ© mirar para otro lado, como si eso pudiera borrar la presencia de Gisela. Sin embargo, cuando la mirĂ© de reojo, pude notar que ella tenĂa la vista fija en mi verga.
Con un trozo de papel higiénico se secó la entrepierna, giré una vez más la cabeza, para no ver nada cuando ella se puso de pie. Escuché que ella abrió la puerta y desde allà me habló.
―No sabĂa que estuvieras tan bien dotado. Se me hace muy raro que todavĂa no tengas novia.
Eso pudo avergonzarme aún más; pero produjo en mà el efecto contrario. Sonreà con cierta timidez y ella me devolvió el gesto, justo antes de marcharse.
Cuando me quedĂ© solo intentĂ© volver a mi ritual de masturbaciĂłn, aĂşn temeroso de que alguna otra de mis hermanas quisiera usar el baño en ese preciso momento. Por eso no pude concentrarme. SacudĂ mi pija varias veces, aĂşn seguĂa dura; pero no sentĂ ninguna emociĂłn.
Me quedé bajo la ducha durante unos minutos, hasta que mi pene por fin se fue a dormir. Me sequé y me puse ropa limpia.
VolvĂ al dormitorio de EstefanĂa, ella ya estaba durmiendo, en su lado de la cama. CerrĂ© la puerta con suavidad, para no despertarla. Su telĂ©fono celular descansaba sobre la mesita de luz de su lado. La tentaciĂłn de volver a revisarlo fue enorme; sin embargo ya habĂa pasado un momento vergonzoso con Gisela, no querĂa que me ocurriera lo mismo si Tefi me sorprendĂa espiando su telĂ©fono. Me acostĂ© al lado de mi hermana, procurando no despertarla, e intentĂ© relajarme, para poder conciliar el sueño.
Fue inĂştil.
Mi mente vagĂł por el recuerdo de las imágenes que habĂa visto. Fui consciente de que ahora conocĂa la concha de Tefi, la habĂa visto, sabĂa perfectamente cĂłmo era. Además mi mente divagĂł por la gran cantidad de motivos por los cuales ella pudo haberse sacado esas fotos. ÂżSe habrĂa fotografiado pensando en alguien? ÂżTenĂa algĂşn amante secreto al que le enviaba esas fotos? ÂżCuántas se habĂa sacado?
De pronto Tefi se moviĂł, y mi corazĂłn se detuvo. SentĂ algo redondeado y tibio posarse contra mi espalda, a continuaciĂłn uno de los brazos de mi hermana me envolviĂł. Pude escuchar su suave respiraciĂłn y supe que aĂşn estaba durmiendo, tal vez no era la primera noche que ella pasaba durmiendo con un hombre, y puede que su inconsciente la hubiera traicionado, haciĂ©ndolo creer que yo era ese hombre. AhĂ caĂ en la cuenta de que eso que se habĂa apoyado en mi espalda era una de sus tetas. Esto, sumado al recuerdo de las fotos porno, fue una mala combinaciĂłn, mi “amigo” empezĂł a despertarse.
Ésta va a ser una larga noche.
Diario de Cuarentena:
<Tengo la pija dura y no puedo dormir>.
CapĂtulo 2.
Maldita Cuarentena.
MirĂ© el reloj de mi celular. ¡Me despertĂ© tarde! RecordĂ© que tenĂa que ir al club, a entrenar. Casi me caigo de la cama por intentar salir rápido, para vestirme. AbrĂ el ropero y lo encontrĂ© lleno de blusas de colores, polleras, minifaldas, tangas y corpiños. No entendĂa nada.
―¿Qué mierda estás haciendo? ―Preguntó una voz a mi espalda.
Di media vuelta, con el corazĂłn en la garganta. EncontrĂ© a mi hermana EstefanĂa sentada frente a su computadora, y allĂ comprendĂ todo.
Los engranajes de mi cerebro se pusieron en marcha. Empecé a conectar toda la información que pude recopilar:
La cuarentena. No tengo que ir a entrenar. El club está cerrado. No puedo salir de casa. Este no es mi dormitorio; es el de mi hermana. Mi cuarto está ocupado por mi tĂa Cristela y mi prima AyelĂ©n. Si me pierdo, me llamo Richard. Tengo dieciocho años. Vivo en Argentina. Planeta Tierra.
Y la cuarentena. La puta cuarentena por el Covid 19.
Mi hermana se rió de mi. Me sentà un imbécil.
―¿CreĂste que llegabas tarde a entrenar? ―PreguntĂł ella, con tono burlĂłn―. Sos un tarado.
―Es que vi la hora… y creà que…
―Ya llevamos una semana de cuarentena, deberĂas estar acostumbrado.
―No, todavĂa no me acostumbrĂ©. ―RespondĂ, con bronca―. Me voy a desayunar.
―Querrás decir a merendar, son las cuatro de la tarde.
―Lo que sea. No me jodas, EstefanĂa.
Ella me mirĂł con odio, pero no respondiĂł. Mejor, porque no tenĂa ganas de discutir con ella. Me puse un pantalĂłn y unas chancletas. SalĂ del cuarto que tenĂa que compartir con mi hermana, añorando los tiempos en los que yo tenĂa algo llamado “Intimidad”.
―¿Te caĂste de la cama? ―Me preguntĂł Gisela, la mayor de mis hermanas.
A diferencia de Tefi, ella me sonriĂł maternalmente.
―Creà que llegaba tarde al club… hasta que me acordé de la cuarentena.
Ella empezĂł a reĂrse y juntos fuimos hasta el comedor. AllĂ estaba mi mamá, tomando mates con su hermana Cristela. El pelo de mi tĂa me encandilĂł, el brillo del sol caĂa sobre Ă©l y estaba más rojo que nunca. AĂşn no me acostumbraba a ver a Cristela con ese color de pelo tan artificial. Es una mujer muy bonita, pero ese tono rojo intenso la hace ver como una puta barata, en mi opiniĂłn. Por supuesto no le dirĂa eso a ella.
―¿Vas a comer algo? ―Me preguntĂł mi tĂa, ofreciĂ©ndome una bandeja con facturas. ManoteĂ© una medialuna con dulce de leche y empecĂ© a comerla.
―Ya te preparo una leche con chocolate ―dijo Gisela.
―Tiene las bolas por el piso Âży vos le seguĂs preparando la leche con chocolate? ―Dijo mi tĂa, riĂ©ndose.
―Para mà siempre va a ser mi hermanito chiquito ―Gisela me pellizcó un cachete―. Sentate, Richard, y guardame algunas medialunas saladas.
―Voy a hacer lo posible.
Me senté al lado de mi mamá, ella me miró de arriba abajo, como si fuera un escáner policial.
―¿Estuviste toda la noche despierto?
―Creo que sà ―di otro mordisco a la medialuna.
Alicia, mi mamá, es una mujer que se cuida mucho. No aparenta los años que tiene, le encanta hacer ejercicio y su figura no es muy distinta a la de Tefi, la más chica de mis hermanas, y ella sà que tiene un gran cuerpo. Esto suele engañar mucho a la gente. Ven a mi madre como una mujer joven, hermosa, aparentemente moderna, alegre y juvenil… pero tiene la mentalidad de una señora de noventa años.
Además en estos Ăşltimos dĂas se hizo un cambio de look que la hacĂa parecer incluso más joven. Mi tĂa Cristela le tiñó el cabello de rubio, mi mamá siempre tuvo un tono castaño claro; pero hacĂa mucho que no la veĂa tan rubia. Cristela, haciendo uso de sus dotes para la peluquerĂa, le hizo a mi madre un peinado bastante elaborado: más lacio arriba, con bucles cayendo sobre los hombros. Algo que parecĂa más propio para ir a una fiesta, que para estar tomando mates en tu casa. No dije nada sobre eso porque entendĂ que el peinado solo habĂa servido para que Alicia y Cristela se mantuvieran entretenidas por unas horas. No me extrañarĂa ver a todas mis hermanas con elaborados peinados, teniendo a una peluquera desocupada en casa.
―¿Te parece bien? ―Espetó―. Pasarte toda la noche despierto… seguramente jugando con la Aplesteishon.
―PlayStation ―la corregĂ. Cristela soltĂł una fuerte carcajada, y la risa de Gisela nos llegĂł desde la cocina.
―Como sea. No es sano que pases tantas horas despierto, y que te levantes a las cuatro de la tarde.
―¿Por qué no? ―Pregunté, encogiéndome de hombros―. Si estamos en cuarentena, no tengo nada para hacer.
―Esa no es excusa. Si no tenés nada para hacer, entonces buscá algo.
―Alicia ―intervino mi tĂa―. ÂżNo te parece que estás siendo muy estricta? Al fin y al cabo Richard tiene razĂłn, esta cuarentena nos tiene a todos mirando el techo, sin saber quĂ© hacer. Al menos Ă©l tiene algo con quĂ© entretenerse.
―Gracias ―dije, buscando algo más para comer entre las facturas. Esta vez elegà una con crema. Gisela llegó justo a tiempo con un gran vaso de leche chocolatada, que me ayudó a bajar la comida.
―Es cierto, mamá ―dijo mi hermana―. Dejalo tranquilo.
―Es que no hace nada en todo el dĂa ―se quejĂł ella―, y esto no tiene que ver con la cuarentena. No trabaja, no estudia…
―Juego al fĂştbol. Si el club no estuviera cerrado, ahora deberĂa estar entrenando. Pero no puedo.
―El fútbol es una actividad recreativa. Eso no te da de comer ―insistió mi madre―. Si fueras jugador profesional, bueno… pero no lo sos.
―No lo soy porque nunca me dejaste ir al club a entrenar. DecĂas que yo tenĂa que estudiar. Bueno, ahora terminĂ© la escuela, y quiero ir a entrenar… pero no puedo; por la cuarentena.
―TendrĂas que buscarte un trabajo ―mi madre parecĂa no dar el brazo a torcer―. Ya te lo dije mil veces. ÂżAcaso pensás que te voy a mantener toda tu vida?
―No, toda mi vida no… pero sà toda la tuya.
Cristela y Gisela volvieron a reĂrse. A mi mamá no le hizo ninguna gracia.
―Mamá ―dijo Gisela, interviniendo justo a tiempo, antes de que Alicia tenga una de sus crisis nerviosas―. Entiendo lo que querĂ©s decir, yo tambiĂ©n opino que Richard deberĂa buscarse un trabajo; pero ahora mismo estamos atravesando una situaciĂłn mundial muy delicada. No podemos decirle que salga a buscar trabajo. Mientras tengamos para vivir, tenemos que compartir entre todos. Somos una familia.
―SĂ, muy cierto ―dijo Cristela―. Por suerte yo tengo buenos ahorros, pensaba usarlos para que AyelĂ©n y yo nos pusiĂ©ramos una peluquerĂa más grande. Pero de momento tendrá que ser nuestro “fondo de desempleo”. Vamos a estar bien, Alicia ―agarrĂł la mano de su hermana.
Mi madre se vio derrotada, y la conozco lo suficiente como para saber que eso no le gusta nada. Pudo seguir con la discusiĂłn, pero decidiĂł ceder un poco.
―Está bien, pero en cuanto se termine la cuarentena, te ponés a buscar trabajo. No estamos en la mejor situación económica. Somos muchos y las cosas están cada vez más caras.
―Ok, está bien ―dije, a regañadientes, solo porque no querĂa seguir peleando.
Ahà fue cuando entendà por qué mi mamá no dudó ni un momento en sacarme de mi cuarto cuando Cristela y Ayelén vinieron a vivir con nosotros. Ella me considera un estorbo en la casa. Todas mis hermanas trabajan o estudian; pero yo no. Lo que no entiendo es por qué castigó a Tefi mandándome a su cuarto; imagino que alguna razón tiene que haber.
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Terminé mi merienda y fui hasta mi cuarto a buscar un libro para leer, aún tengo varios de Stephen King pendientes. La puerta estaba entreabierta, y pasé diciendo “Hola”, bajito. Me sentà un tarado por estar pidiendo permiso para entrar a mi propio cuarto; pero ahora lo habitaba ese monstruo despreciable que mi familia suele llamar “Ayelén”.
―Quiero buscar un libro ―dije, mientras abrĂa lentamente la puerta.
―Está bien ―me respondió mi prima.
Cuando la vi me quedĂ© paralizado. Ella estaba tendida en mi cama, boca abajo, leyendo una de esas revistas de moda que tanto le gustan a mi tĂa. El largo pelo rubio de AyelĂ©n caĂa por su espalda, formando bucles. TenĂa puesta una remera roja, bastante cortita. No llevaba puesto un pantalĂłn, ni una pollera, nada. Lo Ăşnico que tenĂa era una tanga negra. Su redondo culo resaltaba como una montaña en el centro de mi cama. Casi se me cae la mandĂbula.
“Tranquilo, Richard ―me dije a mà mismo―. Ya la viste en bikini varias veces, ésto es más o menos lo mismo”.
Pero no era lo mismo. A pesar de que la tanga no transparentaba nada, sabĂa que eso no era un bikini. Además se le habĂa metido una buena parte entre las nalgas, y su vulva sobresalĂa en la parte de abajo, apretada por la tela. Ella siguiĂł concentrada en su revista, como si yo no existiera.
La odio, sĂ… sĂ que la odio. ¡Pero cĂłmo me gusta su culo!
Bueno, sus tetas también.
¿Por qué, Dios; por qué tuviste que darle un culo tan hermoso a mi archienemiga? Es injusto.
Otro gran problema que tuve siempre con ella es que me cuesta hacerle ver a la gente que Ayelén es un monstruo. Para casi todo el mundo ella es un dulce angelito… y sà que lo parece. Da la apariencia de ser la chica más buena del planeta, con sus grandes ojos azules, su carita redonda, sus mejillas regordetas. Es muy hermosa y ella sabe que parece inofensiva, usa eso para engañar al mundo. Suele jugar el rol de “niña buena” con casi todos; pero conmigo ni se molesta. Me trata para la mierda.
Más de una vez, en alguna playa o una pileta, AyelĂ©n me sorprendiĂł mirándole el culo, y siempre me hizo comentarios socarrones como: “Se nota que te gusta mirarme el orto”. “¿Tanto te cuesta alejar los ojos de mi culo?”; “¿QuĂ© pasa, pendejo? ÂżMe querĂ©s tocar el culo?”. Ella hacĂa eso porque sabĂa que me dejaba en clara desventaja. No sabĂa quĂ© responderle cuando adoptaba esa actitud de pendeja forra. Tampoco podĂa negar que le estuviera mirando el culo, porque era muy obvio. Incluso, cuando discutimos, a veces se agacha para mostrarme el culo, o el escote, asĂ me lo puede reprochar.
“Tengo los ojos en la cara, pendejo… no entre las tetas”
¡La odio!
CaminĂ© hasta mi biblioteca e intentĂ© concentrarme en los tĂtulos de los libros. DescartĂ© los que ya habĂa leĂdo y me puse a hojear uno que titulado “Dolores Claiborne”. AĂşn no lo habĂa leĂdo y era bastante corto. En plena cuarentena podĂa terminarlo en pocos dĂas.
GirĂ© la cabeza, en un acto involuntario, y mis ojos fueron a parar directamente sobre el culo de AyelĂ©n, más especĂficamente en la vulva que destacaba como una boca vertical. Ella mirĂł hacia donde yo estaba y me sorprendiĂł infraganti.
―¿Otra vez mirándome el orto, pendejo?
Me daba mucha rabia que me dijera “pendejo”, como si ella fuera mucho más grande que yo. Ayelén tiene diecinueve años, apenas uno más que yo.
―¿Y quĂ© querĂ©s que haga? ―Me defendĂ―. Si estás con el orto entangado en plena cama… MI cama. No importa dĂłnde mire, lo que más destaca de toda la pieza es tu culo.
En ese momento se abriĂł la puerta y entrĂł mi tĂa Cristela.
―¡Che, nena! ¿Qué hacés en tanga? ¿No ves que está tu primo?
―Justamente ―dijo la rubia―, es mi primo. ¿Qué importa si estoy en tanga? Si le molesta, que se vaya bien a la mierda.
Hubo una Ă©poca en la que creĂ que AyelĂ©n era igual de maldita que EstefanĂa; pero no. AyelĂ©n es mucho más cruel. Infinitamente más harpĂa.
―Acá sos una invitada ―agregĂł mi tĂa―. TenĂ©s que comportarte.
―Mirá, mamá ―AyelĂ©n se dio vuelta, para ver a su madre. Como yo estaba en el lado contrario, pude ver todo su culo, apuntando hacia mĂ.
Diario de Cuarentena:
<¡Dios, cómo muerden trapo esas nalgas!>
―Yo no quiero estar acá ―continuĂł diciendo mi prima―. Te dije que querĂa quedarme en la casa de Dante. Si me voy a bancar toda la puta cuarentena encerrada en esta casa, al menos quiero estar cĂłmoda.
―Te dije que no podĂamos quedarnos en lo de Dante, yo ya no siento nada por Ă©l. No querĂa seguir estirando más una relaciĂłn que ya estaba muerta.
―Pero al menos ahĂ tenĂamos espacio para nosotras, yo tenĂa mi propia pieza. Además Dante me cae bien… ¡La vez que uno de tus novios me cae bien, vos lo dejás!
―¿Vos querés que yo tenga un novio solo porque a vos te cae bien?
La discusiĂłn ya habĂa pasado a un área a la que a mĂ no me correspondĂa. Quise salir de la pieza, pero mi tĂa estaba parada justo frente a la puerta, gritándole a su hija, con la cara tan roja como su pelo. Me daba miedo acercarme, lo más probable era que me mordiera… o que me mandara a la mierda por interrumpir. Me tuve que quedar ahĂ… entreteniendo mi vista con la tanga de AyelĂ©n. Ahora yo estaba justo frente a la cama, y ella habĂa separado un poco las piernas. Pude ver su pubis cubierto por la tanga, y una lĂnea recta que se dibujaba en el centro de su vulva.
Mi tĂa se dio cuenta de que yo querĂa salir… o tal vez le molestĂł la forma en la que yo estaba mirando a su hija; de ser asĂ, me darĂa mucha vergĂĽenza. Ella dio un paso hacia adelante, dejándome libre el camino hacia la puerta. SalĂ de allĂ tan rápido como pude. Lo Ăşltimo que escuchĂ© fue a mi prima diciendo:
―Si supieras elegir pareja, no tendrĂamos este problema. Lo que pasa es que siempre elegĂs mal, y la vez que elegĂs bien, ni siquiera te das cuenta…
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AprovechĂ© que el cuarto de EstefanĂa estaba vacĂo, y me instalĂ© allĂ a leer el libro de Stephen King. Supuse que Tefi estarĂa mirando Netflix en la pieza de Macarena. Eso me darĂa algunas horas de paz y tranquilidad.
Por desgracia esas horas no fueron más que unos pocos minutos. Treinta o cuarenta, como mucho. Y no fue Tefi la que perturbó mi paz, sino la propia Macarena. La escuché gritar, como si estuviera discutiendo con alguien. Dejé el libro en la mesita de luz y salà a ver qué pasaba.
Efectivamente, estaba en plena discusiĂłn… con mi madre. ÂżPor quĂ© no me sorprende? Bueno, lo raro es que mi mamá se pelee con cualquiera que no sea Tefi o yo. Pero recordĂ© que en el segundo dĂa de cuarentena tuvo una fuerte discusiĂłn con Pilar, lo cual tambiĂ©n era sumamente extraño. Al parecer este confinamiento estarĂa lleno de momentos atĂpicos.
―¿Cómo se te ocurre? ¿Estás loca? ―Gritó Alicia, a viva voz.
―¡No te metas en mi vida, mamá! ―Le retrucó Macarena, señalándola con un dedo―. Ya veintitrés años, no podés decirme lo que puedo o no puedo hacer.
―¡Pero vivĂs bajo el mismo techo que yo, y tus hermanas! ―A mĂ ni siquiera me mencionó―. ¡Nos pusiste en riesgo a todos, por imprudente!
―¿QuĂ© pasa? ―PreguntĂł Gisela, que reciĂ©n se unĂa a la escena.
De a poco todos los demás miembros de la casa se nos fueron uniendo.
―Tu hermana ―dijo mi mamá, señalando a Macarena―. ¡Se comportó como una puta!
Pilar asomĂł la cabeza desde el pasillo que daba a su dormitorio.
―¡No me digas puta, porque se va a armar!
Cristela y AyelĂ©n salieron de mi dormitorio, cuya puerta comunica directamente con el living comedor. Siempre me molestĂł eso, porque se escuchan los ruidos de afuera, y seguramente esta discusiĂłn no podĂa pasar desapercibida para mi tĂa y mi prima.
―¿Pero qué fue lo que hizo? ―Volvió a preguntar Gisela, un tanto asustada.
―Preguntale… dale, nena… deciles lo que hiciste… para que todos vean cĂłmo nos pusiste en riesgo, por puta. ¡Yo sabĂa que ibas a terminar siendo una puta!
―¡Mamá, no le digas asĂ! ―Gisela abriĂł mucho los ojos, ella odia las discusiones, y le cuesta mucho lidiar con el carácter de mierda que tiene mi mamá.
―Contanos, Maca ―dijo Cristela, intentando traer un poco de paz―. No podemos opinar si no sabemos qué pasó.
Macarena estaba roja de rabia, tenĂa su largo cabello negro atado en una cola de caballo, y a pesar de estar llorando, aĂşn lucĂa muy bonita. Sus ojos azules generaban un gran contraste con el rubor. Miraba al piso, como si quisiera ocultar su rostro.
―Dale, Maca… contales o les cuento yo ―amenazó mi madre.
―Lo que pasó es que ―cuando Macarena empezó a hablar, todos contuvimos el aliento―. Estuve saliendo con un hombre… uno de mis profesores de la universidad.
―¿QuĂ©? ―Como siempre, la Ăşltima en interesarse en los problemas familiares fue Tefi, que reciĂ©n salĂa de la pieza de Macarena―. ÂżViolaste la cuarentena por ir a coger con tu profesor?
―¡No, tarada! ―Se defendió Maca―. Esto pasó antes de la cuarentena.
―¿Entonces cuál es el problema? ―PreguntĂł mi tĂa―. Ella ya es grande, sabrá lo que hace…
―Es que eso no es todo ―dijo mi mamá, con los dientes apretados―. Hoy el bendito profesor de Macarena saliĂł en las noticias. No tenĂamos casos de Covid por la zona; pero parece que el señor dio positivo… y esta pelotuda se estuvo revolcando con Ă©l.
Todos nos pusimos pálidos, yo tambiĂ©n. Aunque no pude ver mi cara, sentĂ cĂłmo la sangre se me enfriaba. Hasta AyelĂ©n cambiĂł su semblante cargado de seguridad, se la veĂa tan aterrada como al resto de nosotros. Estoy seguro de que todos pensamos lo mismo a la vez…
―Si Macarena tiene Covid ―dijo Pilar―, entonces ya estamos todos contagiados.
―¿Ves lo que estoy diciendo? ―Alicia estaba llena de rabia―. Esta pelotuda, por andar de putita, nos metió el virus en la casa.
Se hizo un silencio sepulcral tan profundo que pude escuchar mi propio corazĂłn, que latĂa como si quisiera abandonar mi pecho. Estar enfermo no era lo que me preocupaba, sino que sentĂ pena por Macarena, ya que todos la señalarĂan como la Ăşnica culpable.
―¡Ah, no te lo puedo creer! ―ExclamĂł Pilar, con su potente voz de locutora―. A mĂ no me dejaron salir para no “contagiarme”, y esta pelotuda ya nos habĂa contagiado a todos de entrada.
―Si te hubiĂ©ramos dejado salir ―dijo Gisela, que parecĂa estar sobreponiĂ©ndose a su miedo―, entonces hubieras contagiado a otras personas.
La pobre Macarena lloraba copiosamente, habĂa pequeños espasmos en su respiraciĂłn.
―¿Y ahora qué vamos a hacer? ―Preguntó Tefi, con genuino miedo.
―Lo que vamos a hacer ―dijo Alicia― es encerrar a esta boluda en su pieza, hasta que podamos llamar a un médico. Tal vez tuvimos suerte y no todos nos contagiamos.
―¡Ay no! ―ExclamĂł Tefi, creĂ que se quejarĂa de la postura dictatorial de mi mamá; pero me equivoquĂ© al pensar que mi hermana tenĂa corazĂłn―. ¡Yo estuve ahĂ un montĂłn de horas… en esa pieza! ¡Seguramente me contagiĂ©! ¡Y vos dormiste conmigo! ―Me señaló―. AsĂ que ya estás en la misma.
NotĂ© que mi prima AyelĂ©n se alejaba de mĂ, a pesar de que ya estaba a más de dos metros de distancia. Maldita hija de…
―No ganamos nada encerrando a Macarena.
―Dejá, Gise. No te gastes ―dijo la aludida―. No tengo ganas de hablar con nadie, mejor me quedo dentro de la pieza.
CaminĂł con la cabeza gacha hasta su dormitorio, y se encerrĂł allĂ. Una vez más reinĂł el silencio.
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La aventura de Macarena con su profesor nos llevĂł a un momento depresivo. Mi madre llevaba casi una hora intentando averiguar todo lo posible sobre la condiciĂłn del amante de su hija, además hablĂł con doctores para que vinieran a hacernos un testeo cuanto antes. Cristela y AyelĂ©n se quedaron en mi pieza, y no asomaron la cara. Pilar, que siempre daba la impresiĂłn de estar viviendo en su propio mundo, solo saliĂł de su cuarto para prepararse unos sandwiches. EstefanĂa iniciĂł una video llamada con una de sus amigas, y para no quedar de fondo, ya que la cámara apuntaba hacia su cama, decidĂ quedarme en el living con Gisela, la Ăşnica que no se encerrĂł en una pieza.
―¿Qué va a pasar ahora? ―Le pregunté a la mayor de mis hermanas.
Ella estaba sentada en el sofá, con una carpeta en la mano, supuse que era algo de su trabajo. La dejó de lado y me miró con sus profundos ojos marrones. Soy su hermano y aún me cuesta sostenerle la mirada sin sonrojarme. Gisela tiene algo muy especial, y no me refiero a sus grandes y redondas tetas, sino a que inspira confianza, a la vez que sensualidad.
―Sinceramente no lo sĂ©. Tal vez dentro de poco venga algĂşn mĂ©dico a hacernos un test. Pero no podemos volvernos tan paranoicos, hasta tener los resultados. Ninguno de nosotros tiene sĂntomas de Covid.
―¿Creés que existe una chance de que no estemos contagiados?
―Lo veo difĂcil. Quiero ser positiva, pero si Macarena tuvo relaciones sexuales con ese tipo, entonces tiene que estar contagiada. Nosotros vivimos en la misma casa que ella, compartimos ambiente, charlamos… incluso hasta nos tomamos unos mates juntas, más de una vez.
―SĂ, yo tambiĂ©n tomĂ© mates con ustedes.
Me parecĂa muy loco que una práctica tan comĂşn en Argentina, como tomar mates con otras personas, se haya vuelto un factor de riesgo, por culpa de un maldito virus.
―Entonces es solo cuestión de esperar, y rezar por un milagro.
SabĂa que eso de “rezar” no lo decĂa en un sentido literal. Nunca fuimos muy religiosos que digamos. Mi mamá nos criĂł con un sistema que se basaba en portarse bien porque era lo correcto y en no lastimar a otras personas. TambiĂ©n siempre fue bastante crĂtica con el sexo, pero creo que es comprensible, ya que tiene cuatro hijas mujeres a las que cuidar. Si no les hubiera resaltado lo inmorales que eran las prácticas sexuales extramatrimoniales, es posible que alguna de mis hermanas ya fuera madre soltera.
―Estaba pensando en que tal vez mamá se enojó con Macarena por… ya sabés, lo que opina mamá sobre el sexo.
Gisela me mirĂł fijamente otra vez e hizo una pausa.
―SĂ, sĂ© perfectamente lo que opina. Si fuera por ella, las cuatro serĂamos monjas… y vos serĂas cura.
―¡No, ni en pedo!
Ella soltĂł una risa.
―Yo tampoco serĂa monja. Y no pienses mal, no lo digo porque me guste andar revoleando la tanga por ahĂ, sino porque las monjas tienen que pasarse el dĂa rezando. Me parece un horror. Varias veces discutĂ con mamá por el tema del sexo… una vez ella se enterĂł que yo tenĂa un noviecito, y casi me encadena a la pared de mi pieza para que no pueda salir a verlo.
―SĂ, es bastante estricta.
―¿Alguna vez te hizo algo parecido?
―¿Qué? ¿A m� No, yo nunca tuve novia.
―¿Nunca? ¿Ni una sola?
―¿Te sorprende?
―Mucho. Especialmente despuĂ©s de lo que vi en el baño ―esperaba que ella hubiera olvidado ese incidente y que no lo mencionara nunca más en nuestras vidas. Gisela empezĂł a reĂrse otra vez―. ¡Tarado! Te pusiste rojo. No te sientas mal, Richard; fue un pequeño accidente. No es la primera vez que veo un pito. Tampoco es que haya visto muchos; pero dejame decirte que pocas veces vi uno como el tuyo.
―¿QuĂ© tiene el mĂo? ―Le preguntĂ© automáticamente, sin saber muy bien por quĂ©.
―Es bastante… grande ―esta vez la que se puso roja fue ella―. Me imaginĂ© que con eso ya habĂas conseguido alguna noviecita.
―No, resulta que está prohibido eso de andar mostrándoles el pito a las chicas por la calle.
Una vez más estallĂł en carcajadas. Mi madre apareciĂł, con su simpatĂa de bulldog rabioso, y nos fulminĂł con la mirada.
―¿Se puede saber de quĂ© carajo se rĂen ustedes?
―De nada, mamá ―dijo Gisela―. Richard y yo estamos intentando hacer un poquito más fácil todo este momento. ¿Hubo alguna buena noticia?
―¿Y qué buena noticia puedo tener? ¡Estamos re complicados!
―No sé… tal vez ya pudiste hablar con un médico.
―SĂ, y mañana mismo vienen a hacernos el hispado.
―Eso es una buena noticia.
―No veo por qué.
Esta vez estallĂ©, me tenĂa harto esa mala onda constante de mi mamá.
―Porque asà vamos a saber si tenemos el puto virus o no ―le dije. Ella me miró con rabia asesina―. Todos estamos preocupados, mamá. Tratándonos para la mierda no vas a mejorar nada.
Alicia abrió la boca, dispuesta a ladrar y morder; pero fue la propia Giesela que se interpuso entre ella y yo, como si fuera una mamá osa protegiendo a su cachorro.
―Richard tiene razĂłn, mamá. Desde que empezĂł la cuarentena estás especialmente insoportable. Nos estás cansando a todos. Ya nadie te banca, ni siquiera yo. Si la primera semana es asĂ, en un mes nos vas a terminar matando a todos.
―Si antes no nos mata el virus ―sentenció.
Como sabĂa que estaba en clara desventaja, Alicia volviĂł a su dormitorio.
―Qué mujer insoportable ―le dije a Gisela.
―A veces sĂ. Yo la quiero un montĂłn, porque cuando está tranquila es una excelente persona; pero cuando se altera por algo… Hitler parece inofensivo al lado de ella. Pero nosotros estábamos hablando de otra cosa. No dejemos que ella nos arruine el momento. ÂżPor quĂ© creĂ©s que todavĂa no tenĂ©s novia?
―No sé ―dije, encongiéndome de hombros―. Nunca sé qué decirle a las mujeres.
―Me ofende que digas eso. TenĂ©s cuatro hermanas mayores, una madre psicĂłpata, una tĂa y una prima….
―También psicópata.
―Puede ser ―los dos nos reĂmos. Ella tampoco toleraba a AyelĂ©n―. En fin, rodeado de tantas mujeres ya deberĂas ser todo un experto para tratar con ellas.
―Pero te juro que no sé. ¿Qué carajo le puedo decir a una mujer que no conozco? “Hola linda, ¿querés ser mi novia?”.
―SĂ, claro, podĂ©s decirle eso… si es que querĂ©s morir virgen.
Volvimos a reĂrnos como tarados, por suerte mi mamá no apareciĂł para arruinarnos el momento.
―A ver ―continuĂł Gisela―. Decir esto es un poco difĂcil para mĂ, no soy ninguna experta en el gĂ©nero femenino, ni en sexualidad. Pero cuando te vi la verga ―dijo la palabra “verga” bajando mucho la voz―, me quedĂ© impresionada. Encima te la vi en todo su esplendor. No sĂ© por quĂ© la tenĂas tan dura… ni quiero saberlo. Ese es asunto tuyo. Para mĂ fue muy chocante ver que mi hermano menor tiene tremenda verga, ancha y venosa. ―SentĂ un vuelco en la boca de mi estĂłmago al escuchar esas palabras―. Lo que quiero decir es que ya estás hecho todo un hombre. TenĂ©s el miembro viril de un hombre hecho y derecho, y los huevos ya te cuelgan como los adornos de un árbol de Navidad. PerdĂłn si me estoy poniendo muy gráfica ―ella estaba roja, mis ojos bajaron hasta sus tetas; su escote era sutil, pero podĂa notar la cima de esos grandes pechos―. Lo hago para que entiendas que si querĂ©s conquistar a una mujer, podĂ©s hacerlo. Está bien, no vas a ir a mostrarle la verga a la primera; pero te puedo asegurar que cuando una chica te la vea bien parada, como la vi yo, te va a tomar cierto cariño. Estás bien equipado, Richard.
―¿De verdad? ÂżNo lo decĂs porque soy tu hermano?
―Lo digo sinceramente, como mujer. Y como hermana te puedo decir que estoy muy orgullosa de vos. Si no estuviĂ©ramos en plena cuarentena, le sacarĂa un par de fotos a tu verga y se las mandarĂa a alguna de mis amigas. En un par de dĂas ya las tendrĂas abiertas de pierna, porque algunas de mis amigas son asĂ… ven una buena poronga y ya la quieren probar. Si ellas supieran lo bien equipado que estás, el trato se te harĂa mucho más fácil.
―Imagino que eso de las fotos lo decĂs como una suposiciĂłn.
PensĂł un ratito, mirĂł para todos lados y cuando se asegurĂł de que estábamos solos, volviĂł a posar sus ojos en mĂ.
―Lo digo en serio. Si eso te ayuda a tener tu primera vez, estoy dispuesta a presentarte con una de mis amigas. Y a presentarles a tu amigo… pero bueno, con la cuarentena serĂa un poquito inĂştil, no podrĂas verlas.
―¡Pero sà les puedo hablar! ―dije, poniéndome tenso.
Gisela me mirĂł con mucha seriedad.
―Eso es cierto. PodrĂas hablar con alguna de ellas, hasta que toda la cuarentena pase.
―¿Y en cuál de tus amigas estás pensando? ―No conocĂa las amistades de Gisela, ya que nunca venĂan a casa; pero imaginĂ© que ella debĂa relacionarse con mujeres tan bonitas como ella.
―En ninguna en particular. Eso sà lo dije en forma genérica. ¿De verdad estás dispuesto a hacerlo?
―Em… me da un poquito de vergĂĽenza; pero me gustarĂa poder charlar con alguna de tus amigas. Aunque me termine mandando a la mierda, por lo menos me servirĂa de práctica.
―Si no te comportás como un imbécil, no tienen por qué mandarte a la mierda.
―Esa es la parte difĂcil. Sinceramente no sabrĂa quĂ© preguntarle, o cĂłmo sacarle conversaciĂłn.
―No me voy a resignar a creer que mi hermanito es un inĂştil para charlar con mujeres… estando rodeado de tantas. A ver, un consejo que te puedo dar: A las mujeres nos gusta que se preocupen por nosotras cuando tenemos un problema o estamos pasando por una mala situaciĂłn. Vos, lamentablemente, sos bastante egoĂsta…
―¡Hey!
―Es verdad, Richard. Tu egoĂsmo no llega al extremo de EstefanĂa, ni mucho menos de AyelĂ©n; pero siempre vas a la tuya, solo te importan tus cosas. VivĂs en tu mundo. Siempre estás metido en un libro, un cĂłmic, un videojuego, algo… si charlaras más con tus hermanas, aprenderĂas a tratar con mujeres. Eso te lo aseguro. De paso, si te preocupás por los problemas de los demás…
―Sà que me preocupo.
―Bueno, si lo hacĂ©s no se nota, porque nunca decĂs nada. Siempre evitás hablar cuando hay un problema.
―Esta vez hablé… cuando mamá salió de la pieza.
―SĂ, porque ya estás harto. Pero no tenĂ©s que esperar a estar harto para hablar con alguien sobre algĂşn problema. A nadie le gustan los egoĂstas.
―Lo voy a tomar en cuenta.
―Me parece muy bien ―me dio una palmadita en la pierna―. Y pensá lo que te dije de la foto. Sé que es algo brusco, y a las chicas no nos gusta que cualquier imbécil que no conocemos nos esté mandando fotos del pito a la primera; pero de eso me encargo yo. Voy a hablar con alguna de mis amigas, para allanarte un poco el terreno. ¿A vos qué tipo de mujeres te gustan?
―¿En qué sentido?
Me mostrĂł una sonrisa picarona y se agarrĂł los pechos con ambas manos.
―¿Te gustan tetonas?
―Este… em… sĂ, puede ser.
―¿Y qué más?
―Que tengan buen culo… sĂ, eso ―dije, envalentonado―. Me gustan las culonas.
―¿Como yo? ―Se parĂł y dio un golpecito a sus grandes nalgas, que lucĂan maravillosas a pesar de que su pantalĂłn no era muy ajustado.
―Bueno, em… sà ―ahà empecé a darme cuenta que la descripción se asemejaba demasiado a Gisela, y me sentà un boludo.
―¿Y las preferĂs rubias o morochas?
―Rubias ―dije, solo para mencionar un rasgo opuesto a Gisela. Ella tiene el pelo castaño oscuro, casi negro; heredado de mi papá. La única que tiene el pelo del mismo color es Macarena, la diferencia es que Maca tiene ojos azules… y prácticamente no tiene tetas.
―Ah, ¿te gustan rubias… como Ayelén? ―Preguntó, levantando una ceja.
―Em… las rubias son lindas ―no sabĂa dĂłnde meterme. Cualquier cosa que dijera serĂa usada en mi contra―. ÂżTenĂ©s alguna amiga rubia?
―¿Rubia, tetona y con buen culo? ¡Ja! No pedĂs nada ―dijo con sarcasmo.
―Vos me preguntaste cómo me gustaban las mujeres… no hace falta que sea exactamente…
―Pero sà ―me interrumpió―. Creo que tengo la amiga perfecta para vos, y cumple todos los requisitos.
―¿Qué? ¿De verdad?
―SĂ, dame un par de dĂas, voy a hablar con ella. Me va a venir bien, para pensar un poquito en otra cosa.
―SĂ, a mĂ tambiĂ©n.
―Bueno, ya es tarde. Me voy a dormir. A diferencia de otros, yo sà me tengo que levantar temprano para trabajar.
―¿Eso es un reproche?
―No, sonso… era un chiste. A mà no me molesta que te acuestes tarde. Estamos en plena cuarentena… y ahora nos enteramos esto de Maca. Lo mejor que podés hacer es intentar entretenerte con algo. Que descanses ―me dio un beso en la mejilla y se fue. No pude evitar seguir con la mirada el bamboleo de sus grandes nalgas.
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GolpeĂ© la puerta en la pieza de Tefi y entrĂ© cuando ella me dio permiso para hacerlo. Odiaba tener que pedir permiso para moverme en mi propia casa, pero no querĂa ocasionar otra discusiĂłn. Ella estaba sentada frente a la computadora, mirando un video de YouTube.
―Si te vas a poner a jugar a la Play, no pongas el volúmen muy alto.
―No, quiero leer ―le dije.
Me mirĂł como si yo fuera un marciano.
―No entiendo por qué te gusta tanto leer.
―Y yo no entiendo por quĂ© no te gusta. DeberĂas intentarlo algĂşn dĂa… y ahora estás sin trabajo, podrĂas aprovechar el tiempo libre. Tengo muchos libros, si te interesa alguno, te lo presto.
―No sé, no creo ―se puso sus grandes auriculares y volvió a concentrarse en la pantalla.
Me acostĂ© en la cama, con el libro de Dolores Claiborne en la mano, y a pesar de que está muy bueno, y me intriga saber por quĂ© esta mujer asesinĂł a su marido, no pude concentrarme. Mi mente vagaba sin rumbo fijo; pero siempre aparecĂa la imagen de Macarena llorando. Ella debĂa sentirse realmente mal. Nadie le habĂa preguntado cĂłmo le afectaba todo esto.
RecordĂ© las palabras de Gisela: “A las mujeres nos gusta que se preocupen por nosotras cuando tenemos un problema o estamos pasando por una mala situaciĂłn”. Si alguien estaba pasando una mala situaciĂłn, y tenĂa un gran problema, esa era Macarena.
DejĂ© el libro en la mesita de luz y salĂ.
El dormitorio de Maca está justo al lado del de Pilar, y comunican con el baño, por un pasillo.
Golpeé suavemente la puerta del cuarto de Maca, y desde adentro me llegó una voz tenue preguntando:
―¿Quién es?
―Soy Richard, Maca. ¿Puedo pasar?
La respuesta tardĂł unos segundos, pero al fin dijo:
―Dale, pasá.
AbrĂ la puerta y me sorprendĂ mucho, al parecer a ninguna de las mujeres de esta familia le gustaba usar pantalones. Macarena tenĂa puesta una bombacha rosada y me dio la impresiĂłn de que no le molestaba que yo la viera, ya que no hizo ningĂşn intento por cubrirse. Estaba acostada en su cama, con los ojos hinchados por tanto llorar.
―¿Que querés? ―Preguntó, sin ganas.
Macarena es la que le sigue en edad a Gisela, es una de las mayores; pero la vi tan frágil que sentà como si ella se hubiera convertido en mi hermana menor. Entré y cerré la puerta despacito.
―¿No te molesta si esta noche duermo acá? ―Pregunté con timidez.
Ella se sentĂł en la cama y me mirĂł confundida.
―¿No te da miedo contagiarte?
―Me da igual, vivimos todos en la misma casa. Si vos tenés el virus, entonces lo tenemos todos. Ya da lo mismo.
―Puede ser… Âży por quĂ© querĂ©s dormir acá? ÂżTe peleaste otra vez con EstefanĂa?
―No, con Tefi está todo bien. Ni siquiera discutimos.
―Eso sà es raro.
―Solamente quiero que no estés sola. Seguramente estarás muy preocupada, y no me parece bien que mamá te mande a quedarte en tu cuarto, sin hablar con nadie. Creo que lo que vos necesitás es hablar con alguien.
Me mostrĂł una sonrisa triste.
―Venà ―me dijo, con un gesto de la mano. Me sentĂ© en el borde de la cama, ella me abrazĂł y me dio un beso en la mejilla―. De verdad me harĂa muy bien hablar con alguien. Esta noche no voy a poder dormir nada.
―Yo tampoco, me levanté re tarde. Entonces, ¿me puedo quedar?
―SĂ, claro. Ponete cĂłmodo. ―Me sentĂ© en la cama, apoyando la espalda sobre una almohada, ella se acomodĂł a mi lado―. Pero sacate el pantalĂłn, nene.
―¿Qué? ¿De verdad? ¿No te molesta?
―Mirá cómo estoy yo ―señaló su bombacha―, y decime si me puede molestar. Sos mi hermano, Richard. No pasa nada.
―Bueno, sĂ, en eso tenĂ©s razĂłn.
Me quitĂ© el pantalĂłn, quedando en bĂłxer. Mis ojos recorrieron toda la anatomĂa de Macarena, puede que ella no sea la más tetona de la familia, pero sus piernas son espectaculares. NotĂ© que mi verga daba un pequeño saltito involuntario, y recĂ© a dios (si es que existe), para que no se me pusiera dura. Maca separĂł levemente las piernas, y pude notar cĂłmo la bombacha le marcaba los gajos de la concha.
Diario de cuarentena:
<Ésta va a ser una noche muy larga>.
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