En esta historia Richard es un chico joven argentino que tiene 7 hermanas.
Capítulo 1.
Castigo Divino.
Si Dios existe, me odia. De eso estoy seguro. Me castigó con cuatro hermanas mayores y me condenó a vivir con ellas en la misma casa… y no solo con ellas, sino también con mi mamá. Pero eso no es todo, no. Se ve que Dios está verdaderamente esmerado en complicarme la vida y se guardó la cereza de la torta para el día en que Macarena, una de mis hermanas, cumplió veintitrés años. A pesar de que la cumpleañera era ella, al “regalito” me lo llevé yo… ¡y qué mierda de regalo!
Hicieron una fiesta discreta, con algunos parientes y amigos de Macarena, a los que yo solo conocía de vista. Me senté en un rincón y me puse a tomar cerveza; tomé tanta como pude, hasta que mi mamá me prohibió hacerlo, porque solo tengo dieciocho años y no está bien visto eso de andar vomitando frente a los parientes. Aunque la cosa no fue para tanto y la fiesta fue más o menos tolerable. Al menos hubo mucha comida.
La gran sorpresa llegó cuando la fiesta terminó. Ahí me comprendí por qué Alicia, mi mamá, se encerró tantas veces en su pieza, para hablar con su hermana, mi tía Cristela.
Sin anestesia, mi madre me soltó la frase que pondría mi vida patas arriba de un día para otro:
―Tu tía Cristela se va a quedar a vivir con nosotros durante un tiempo. Le vamos a dejar tu cuarto, así que vas a tener que compartir dormitorio con Tefi.
No lo podía creer. Al tener que convivir con tantas mujeres, mi cuarto era mi “refugio masculino”, el único lugar de toda la casa en el que podía andar en calzoncillos todo el día… o en pelotas. Para colmo, de todas mis hermanas, la que peor me cae es Estefanía. Ella se cree muy importante por ser mayor que yo, pero es la más chica de las cuatro, apenas tiene diecinueve años. Claro, como no puede joder a las otras tres, me jode a mí.
Eso no es todo, no señor. Se ve que Dios (si existe) le gusta meter el dedo en la llaga. Si hay alguien en el mundo que odie más que Estefanía, esa es Ayelén, mi prima… la hija de mi tía Cristela. Y sí, por supuesto que ella también se va a quedar a vivir con nosotros… ¡En mi habitación!
Al parecer esta improvisada mudanza se debía a los estragos que estaba causando el Covid-19 en el mundo. ya se corrían rumores de que pronto podría declararse una cuarentena nacional.
Mi tía Cristela nunca estuvo casada, conoció al padre de Ayelén y él la dejó en cuanto se enteró que ella estaba embarazada. Después de eso pasó varios años soltera o con algunas parejas esporádicas. Su actual pareja… bueno, ex pareja. Como sea… el tipo al que ella acaba de dejar se llama Dante. Cristela y Ayelén vivían en la casa de este sujeto, porque no tienen vivienda propia. Los rumores de la cuarentena hicieron reflexionar a Cristela. Nos contó que no quiere quedarse encerrada en la casa de un tipo por quien ya no siente nada. Al parecer llevaba bastante tiempo esperando el momento apropiado para dejarlo, y el Covid-19 le dio la excusa perfecta.
Cuando Cristela y Ayelén llegaron pidiendo asilo, mi mamá, que tiene una fuerte conciencia familiar, no tuvo problema en abrirles las puertas de nuestra casa y regalarles, con moño y todo, mi dormitorio.
Así fue como tuve que resignar la poca masculinidad que aún me quedaba. Junté todas mis pertenencias y las saqué de mi querida “Baticueva”, de mi “Fortaleza de la Soledad”, de mi “Torre Avengers”, de mi “Halcón Milenario”... perdí mi único lugar en el mundo.
―Ni sueñes que vas a meter todas esas porquerías en mi pieza ―dijo Estefanía, meneando la cadera y señalándome con el dedito.
¡Ay, me dan ganas de raparle la cabeza cada vez que se pone así! ¿Acaso piensa que esos gestos tan teatrales la hacen ver como una “mujer fuerte e independiente”?.
Lo de mujer no se lo discuto, la muy desgraciada tiene con qué lucirse; pero lo de “fuerte e independiente” no lo tiene… de lo contrario no viviría con nosotros, porque nos odia a todos. La única de mis hermanas que puede hacer gala de esas características es Gisela, la mayor. Con ella me llevo un poquito mejor. Ella tiene trabajo propio y si aún vive con nosotros es porque está ahorrando, para comprarse una casa. Al menos ella sí va a tener un lugar propio.
Justamente fue Gisela quien salió a defenderme.
―Tefi, estamos intentando adaptarnos a una situación atípica. Para nadie es fácil, y si no colaborás un poquito solamente vas a complicar todo.
―¡Pero no tengo tanto lugar para porquerías! ¿Dónde va a meter todo eso?
Las “porquerías” a las que se refería mi hermana eran tomos de comics, libros de terror, videojuegos y, mi tesoro más preciado en todo el universo: la PlayStation 4. No quería abandonar mi habitación sin ello; sin embargo la cosa no estaba como emitir protestas. Tal y como había dicho Gisela: nos encontramos ante una situación atípica, y todos deberíamos colaborar.
Bajé la guardia y dije:
―Puedo dejar casi todo en mi pieza, con la condición de que yo pueda entrar a buscarlo cuando quiera.
―No, cuando quieras, no ―dijo mi mamá―. La pieza va a estar ocupada por dos damas ―supuse que por “damas” se refería a mi tía y a mi prima―, tenés que golpear antes de entrar. Si ellas…
―Sí, sí… voy a golpear antes de entrar ―la interrumpí antes de que me soltara un discurso sobre “intimidad femenina”―. A lo que me refiero es que ellas tienen que entender que las cosas son mías, y a veces las voy a querer sacar… especialmente si vamos a estar encerrados acá todo el puto día.
―Sí, claro ―dijo mi tía Cristela―. Las cosas son tuyas, eso lo entendemos perfectamente. No queremos causar molestias, pero…
―Pero nada ―dijo mi mamá―. Ustedes no son ninguna molestia. Cristela, vos sos mi hermana y ésta también es tu casa, y la casa de tu hija. Esto de la cuarentena es una mierda, ya todos nos agarró por sorpresa; vamos a intentar llevar la situación lo mejor posible, como una familia.
―Así es ―la apoyó Gisela―. Solamente tenemos que trabajar en las normas de convivencia, y tenemos que ser un poquito más tolerantes con los demás. ―Al decir ésto último miró a Tefi, como si la estuviera desafiando.
―Está bien ―dijo Tefi, resignada―, que meta en mi pieza las porquerías que quiera, pero las va a tener que dejar en el piso, porque ya no hay más lugar.
Así fue como terminé mudándome al cuarto de mi peor archienemiga… bueno, la segunda peor. Porque la más cruel y despiadadas de mis archienemigas era la que se quedaba con mi cuarto: mi prima Ayelén. Estuve tentado a soltarle un discurso explicándole que la iba a matar si rompía alguna de mis cosas. Descarté ese acto de autoritarismo porque la situación ya estaba lo suficientemente tensa como para iniciar un conflicto extra con la pelotuda de mi prima. ¡Pero qué rabia me dio cuando entró a mi pieza y me dedicó esa sonrisa burlona! Para colmo la muy hija de puta caminó meneando el culo, como si fuera una gata que sale siempre cae parada.
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Diario de Cuarentena:
<Mi primera noche en la pieza de Tefi no fue tan mala>.
Como tenía mucho sueño, me acosté temprano. En algún momento ella se acostó a mi lado y se durmió, sin que yo me diera cuenta. Noté su presencia recién al día siguiente, cuando me levanté. Salí de la pieza sin hacer ruido y me sentí liberado. Había sobrevivido a Tefi… al menos por una noche.
En nuestro primer día de cuarentena no hubo tensiones. Todo funcionó más o menos como un domingo en el que nadie tiene que salir a trabajar o a cursar en la universidad. Yo no hacía ninguna de las dos cosas, por lo que para mí todos los días eran domingo, desde que terminé el colegio secundario.
Gisela nos comentó que pudo hablar con la empresa en la que ella trabaja para poder cumplir con todas sus labores sin salir de casa. Eso la animó mucho, podría seguir trabajando. Las que se vieron más afectadas por la cuarentena fueron Tefi y mi tía Cristela. Tefi no cursa en ninguna universidad, pero trabajaba en una buena tienda de ropa, donde no la explotaban demasiado y le pagaban lo suficiente como para tener siempre algo de dinero… dinero que se gastaba en salidas con sus amigas. Ella no pudo encontrar una forma para trabajar desde su casa, ya que su jefa parecía no entender nada de “ventas online”.
―Si esa mujer no ve a la cliente sacando la plata de la billetera, no vende nada ―se quejó Tefi―. Hasta le tiene pánico a las tarjetas de crédito. Le dije mil veces que debe actualizarse un poco, de lo contrario va a tener que cerrar el negocio… y yo me voy a quedar sin trabajo.
Cristela, por otro lado, era peluquera, y una de mucho renombre en la ciudad. Ganaba muy bien y su peluquería era espectacular, hasta yo iba a cortarme el pelo con ella. Pero por culpa de la cuarentena una de las profesiones más perjudicadas resultó siendo la peluquería.
―¿Cómo le voy a cortar el pelo a la gente si tengo que estar a dos metros de distancia? ―Se preguntó.
Mis otras dos hermanas, Pilar y Macarena, estudian en la universidad. Ellas se estaban adaptando al estudio a la distancia, y se lo estaban tomando con mucha calma.
Mi mamá es ama de casa y nunca tuvo la necesidad de trabajar, gracias a que mi difunto padre nos dejó una excelente pensión. Tal vez si mi familia no fuera tan numerosa, hasta podríamos vivir dándonos ciertos lujos. Sin embargo, como hay muchas bocas para alimentar, la pensión alcanza lo justo… y más ahora, que se sumaron Cristela y Ayelén.
Mi prima tampoco trabaja ni estudia, aunque de vez en cuando ayuda a su madre en la peluquería, y Cristela le paga por ello. Todo eso llegó a su fin con la declaración de cuarentena. Ahora Ayelén está en las mismas condiciones que yo: En la más cochina pobreza.
Al menos, lo mío es una “pobreza afortunada”. Si bien casi nunca tengo dinero en efectivo, como soy el menor de la familia, y el único varón, siempre consigo que me den plata para comprarme algún libro o algún cómic. La que más me ayuda con eso es Gisela. Soy su “pequeño mimado”, y siempre lo seré. Por eso es la favorita de mis hermanas.
Sí, yo no tengo ningún problema en admitir que tengo una hermana favorita, y ellas lo saben muy bien. Con Tefi nos odiamos a muerte; con Macarena mi relación es bastante neutral: ni buena ni mala; y con Pilar nunca hablo. Ella es más o menos como yo, le gusta pasarse el día encerrada en la pieza, haciendo quién sabe qué. Bueno, sé que a ella también le gusta leer… pero su material de lectura no es el mismo que me gusta a mí. Demasiadas novelas románticas sobre vampiros y hombres lobos. Una vez intenté leer una y casi me da diabetes, por lo empalagosa que era la historia.
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Diario de Cuarentena:
<Segunda noche en el cuarto de Tefi. Todavía estoy vivo>.
Sin embargo ya tuvimos nuestra primera discusión.
Y sí, todos en la casa sabían que iba a ocurrir más temprano que tarde; y ocurrió.
Tefi se enojó porque yo estaba usando el televisor de su cuarto para jugar a la Play, y ella quería mirar una serie en Netflix. Le dije que estaba en medio de una partida online de Call of Duty, no podía abandonar a mis compañeros de armas en plena batalla. Pero Estefanía, que no sabe nada de lealtad, ni de juegos online, insistió en que apagara todo, para que ella pudiera disfrutar de su serie de Netflix.
Empezaron las puteadas y todos en la casa se acercaron a ver qué pasaba. Mi madre fue la primera en intervenir. Logró calmarnos lo suficiente, a base de amenazas. Nos dijo que si seguíamos peleando nos iba a encerrar a los dos en el mismo cuarto hasta que hiciéramos las paces, o nos matáramos entre nosotros. Lo que ocurriera primero.
Explicamos la situación y me sorprendió que fuera Macarena la que brindara una solución, porque ella generalmente no se mete en las disputas familiares. Tiene la política de no molestar, para que no la molesten.
―En la casa hay un montón de televisores ―dijo―. Nunca estamos usando todos a la vez… y en todos se puede mirar Netflix. Si querés mirar algo, Tefi, fijate si hay algún televisor libre. A mí no me molesta que uses el de mi pieza. No me gusta estar todo el día encerrada ahí. Prefiero quedarme en el patio.
―Esta es mi pieza ―se quejó Tefi―. Y él puede jugar a la Play en cualquier televisor.
―Sí, pero instalarla en cada televisor antes de empezar a jugar es muy molesto ―dije. En realidad no era un trabajo tan difícil, sin embargo era mucho más sencillo que ella usara otro televisor para mirar Netflix.
Al final todos se pusieron de mi parte y Tefi tuvo que ir a mirar su bendita serie al dormitorio de Macarena.
Diario de Cuarentena:
<Tuve mi primera batalla en territorio enemigo, y la gané>.
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Estoy seguro de que todos los integrantes de mi casa pensaron que la primera disputa la ocasionaría yo, al discutir con Estefanía; pero nuestro pequeño roce no tuvo comparación con lo que ocurrió durante la segunda noche del aislamiento.
Estaba muy tranquilo, jugando con la PlayStation cuando escuché a mi madre elevando la voz. Por un momento pensé que patearía la puerta del cuarto de Tefi, que era donde yo estaba, y me gritaría por algo. Sin embargo su problema era con otra persona. Salí del cuarto y me encontré a toda mi familia en el living comedor, lo que normalmente denominamos como “el área común”, donde nadie tiene más poder que los demás.
Alicia, mi mamá, le estaba gritando a Pilar. Eso me extrañó mucho, ya que, de todas mis hermanas, Pilar y Gisela son las que menos problemas suelen generar. Gisela por ser la más responsable y Pilar porque casi nunca habla con nadie.
No entendía nada, me acerqué lentamente, procurando no hacer ruido; no quería que de pronto la atención de mi madre cayera sobre mí.
―¿Pero cómo se te ocurre? ―Preguntó Alicia, apuntando a Pilar con un dedo amenazador―. ¡Con todos los problemas que hay en Italia y en España! ¿Acaso querés que acá también estemos igual?
―¡Ay, qué exagerada! ―Exclamó ella―. No es para tanto. La cuarentena recién empieza, era algo de una sola noche.
―¿Qué pasó? ―Me preguntó Macarena, en un susurro.
Ella era hábil, ni siquiera me di cuenta que estaba allí, hasta que habló. Me encogí de hombros, porque no sabía la respuesta. Ambos miramos a mi tía Cristela, que estaba al lado nuestro, ella parecía tener más información. Sin levantar la voz, nos dijo:
―Alicia sorprendió a Pilar intentando salir de la casa, al parecer pensaba pasar toda la noche afuera.
―¿Pilar? ―Preguntó Macarena, incrédula―. Pero si ella nunca sale a ningún…
―¡Pero si vos nunca salís a ningún lado! ―Gritó mi mamá, como si las palabras de Macarena le hubieran recordado que Pilar suele pasarse el día encerrada en su cuarto―. ¿Justo ahora querés salir? ¿Para qué?
―Era para ver a unas amigas… como vamos a pasar tanto tiempo sin vernos… se nos ocurrió hacer una pequeña reunión.
―Muy tarde, la hubieran hecho cuando la cuarentena no era obligatoria. Tuvieron al menos una semana para verse.
―No pudimos…
―Ni van a poder. No hasta que se pase la cuarentena. En los noticieros están mostrando un montón de gente que fue detenida por andar violando el aislamiento… y no quiero que MI hija termine en los noticieros. ¿Qué excusa vas a poner si te para la policía?
―Pero…
―Mamá tiene razón ―intervino Gisela―. Es muy arriesgado, no solo para vos, sino para toda la familia. Si bien es cierto que ninguno de nosotros se puede considerar como “persona de riesgo”, somos muchos viviendo bajo el mismo techo. Si vos salís, nos ponés en riesgo a todos.
Pilar la fusiló con la mirada, no recuerdo la última vez que la vi tan enojada. Ella suele estar siempre en su propio mundo, no jode a nadie; pero ahora todas las miradas acusadoras de la familia se centraban en ella.
―¡No vas a ir a ninguna parte! ―Sentenció mi mamá―. Si algún día levantan la cuarentena, van a poder salir ―dijo esto mirándonos a todos―. Pero hasta ese momento, se van a quedar acá adentro. Como bien dijo Gisela, somos muchos; nos tenemos que cuidar entre nosotros. Si uno solo se contagia con esa mierda, nos jodemos todos.
―¿Te vas a quedar en casa? ―Preguntó Gisela, ella era más pedagógica que mi madre.
―No sé por qué hacen tanto escándalo, era solo un rato… ni siquiera va a haber mucha gente.
―Porque vos no sabés con quién estuvo esa gente ―dijo mi mamá―. ¿Cómo sabés si alguna de tus amigas no tiene un conocido o un pariente que haya venido del extranjero? ¿Te pusiste a preguntarles eso?
―No…
―¡Se acabó! ―Exclamó mi madre―. Voy a guardar todas las llaves de la casa, de acá no sale nadie, hasta que la situación mejore.
―¿Qué? ¿Vamos a estar como presos, solo porque esta tarada se quiso ir? ―Se quejó Estefanía.
―Por una nos jodemos todos ―dijo mi mamá―. Somos una familia numerosa, viviendo bajo el mismo techo. Tienen que entender que si una sola de ustedes se manda una cagada, se perjudican todos. No confío en Pilar…
―Mamá, no digas eso ―dijo Gisela, intentando traer un poco de paz.
―Pilar ―intervine, muerto de miedo. Sentí la mirada asesina de mi madre clavándose en mi cuello. Pero ya no quería que siguieran peleando―. ¿Vos prometés que no vas a intentar salir? Por más que todos nos vayamos a dormir.
Pilar me miró con sus grandes ojos marrones, se cruzó de brazos y no respondió. Eso fue un duro golpe para mí, estaba convencido de que ella lo prometería.
―Pilar, colaborá un poquito ―suplicó Gisela; pero ella permaneció muda.
―Ahí lo tienen ―dijo mi madre―. Solamente piensa en ella, como siempre. Parece a propósito. Nunca sale a ningún lado, y ahora de pronto está desesperada por salir. Voy a guardar todas las llaves de la casa. Se acabó. Macarena, traeme todas las llaves.
―¿La mía también?
―Sí, la tuya también.
―¡Ufa, la puta madre! ―La que se quejó fue Estefanía―. Ya me estaba sintiendo como una prisionera, y ahora va a ser peor.
―Apenas llevamos dos días de cuarentena, no seas tan exagerada ―le dije.
―¡Por eso! Si al segundo día nos quitan las llaves, dentro de una semana nos van a estar pasando la comida por una ranura en la puerta de la pieza.
―A mí no me molesta ―dije, encogiendome de hombros―, siempre y cuando no me toque estar encerrado en el mismo cuarto que vos.
―Bueno, bueno ―Gisela habló con tono maternal―. Ustedes dos dejen de pelear, al menos por un día. Vení, Maca, te ayudo con las llaves.
Por más que le hubiera dicho a Estefanía que no fuera tan exagerada, la verdad era que a mí también me molestaba bastante no tener acceso a la llave de la casa. No pensaba ir a ningún lado, pero por alguna razón, me jodía.
Diario de Cuarentena:
<Estoy prisionero en mi propia casa, por culpa de Pilar. Estoy enojado con ella.>
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En la tercera noche, desde el inicio de la cuarentena, las cosas se pusieron un poquito raras. Tefi decidió pasar tiempo en su cuarto, a pesar de que tenía disponible el de Macarena. Creo que lo hizo para marcar territorio.
Durante la tarde tuve un pequeño encontronazo con mi prima Ayelén, porque a ella le molestó que yo quisiera sacar tres tomos de comics de mi propia pieza, cuando ella estaba durmiendo. No es mi culpa que duerma a mitad del día. Ella se quejó diciendo: “Estamos en una puta cuarenta, ¿qué mierda importa la hora del día? Yo quiero dormir”. Pude haberle respondido que era mi pieza y yo podía entrar cuando se me diera la regalada gana. Pero preferí evitar problemas y me fui a leer a la pieza de Tefi, creyendo que al menos allí podría estar solo.
Nunca supe si Tefi tiene algún pasatiempo, más allá de estar todo el día revisando Twitter e Instagram. Sé que a veces se pone a mirar videos de YouTube, en la computadora que tiene en su cuarto. Eso fue exactamente lo que se puso a hacer. No me molestó para nada, porque la computadora está en un escritorio, y yo me quedé leyendo en la cama. Ella al menos tuvo la buena voluntad de ponerse auriculares para mirar los videos. Hasta ese momento no tuvimos ningún problema.
Al parecer ella se cansó de mirar cosas en YouTube. Cruzó la pieza y se acercó al ropero, donde hay un espejo enorme en la puerta del medio. Ella apuntó al espejo con su celular y comenzó a sacarse fotos haciendo gestos absurdos, como darle besos al aire y flexionar mucho la cadera para que su cola quedara más levantada. Esto fue lo que más me sorprendió. Ella tenía puesto un diminuto short blanco, que le tapaba la mitad de sus redondas nalgas. Espero nunca tener que decirle que tiene un buen culo, porque sin duda lo tiene. Bueno, creo que mis cuatro hermanas salieron con buenos culos, y ese es uno de los principales motivos por los que no puedo tener amigos. Nunca falta el que quiere venir a casa para mirarle el culo a mis hermanas.
―¿Podés salir de la cama? ―Me preguntó Tefi, de mala gana.
―¿Qué? ¿Por qué? Si te querés acostar, hay lugar suficiente ―la cama era de dos plazas, y yo soy bastante flaco.
―Es que salís en todas las fotos… y no quiero ―ahí comprendí, el espejo apuntaba directamente hacia la cama.
―Pero… pero… ―me di cuenta de que éste podría ser el inicio de una nueva discusión, ya había ganado el derecho a jugar a la Play en su cuarto, lo mejor era no tentar demasiado la suerte―. Está bien, me quedo en la cama, no creo que se vea completa en el espejo… ¿si me siento así se ve?
Me hice una bolita contra el respaldo de la cama, dejé las rodillas a la altura de mi mentón, podía leer mi comic en esa posición.
―Mmm… bueno, está bien.
Ella siguió con sus fotos, y me di cuenta de que intentaba que mis pies no salieran en el reflejo del espejo. Para eso se paró derecho a mí. Se agachó un poco, supongo que para dar énfasis a su escote. La mayoría de las fotos del Instagram de Tefi están tomadas desde arriba. No es tan tetona como Gisela, pero sé que está orgullosa de su busto, y le gusta mostrarlo. El problema es que al inclinarse de esa manera, su culo quedó apuntando hacia mí… y ese shorcito no cubría tanto como debería. Para colmo era bastante ajustado, y se le marcaba mucho el papo.
Intenté concentrarme en mi comic, y la tarea me resultó imposible. No estoy acostumbrado a mirarle el culo a las mujeres, mucho menos a mis hermanas… la abstinencia ya me está pesando. Este es el tercer día que paso sin hacerme una paja, algunos dirán que tres días sin pajearse no es nada; pero yo estoy acostumbrado a tener mi propio cuarto, con mi computadora… y sí, ahí puedo mirar todo el porno que se me antoje. Mi rutina de masturbación incluye al menos una al día… tal vez más.
Aunque me cueste, debo admitir que Tefi tiene unas nalgas espectaculares; ya quisiera yo tener una novia con un culo tan grande y redondo como ese. ¡Las cosas que le haría! Además… ¡Uf! ¡Cómo se le marca la concha! No acostumbro ver a mis hermanas como mujeres, sino como entes molestos que habitan en mi casa; pero ahora, por culpa de Tefi, soy consciente de que ellas tienen concha, y tal vez la tengan muy bonita. Mi mente divagó, intentando imaginar cómo serían los labios vaginales que escondidos detrás de la bombacha de Tefi… y mi verga empezó a despertarse.
Ella siguió con sus fotos, como si yo no existiera. Cuando se dio la vuelta, hundí mi cara entre las páginas del cómic, al tener las piernas flexionadas ella no notaría mi incipiente erección. Pensé que iba a decirme algo, que había notado que yo la espiaba; pero no. Su intención no era otra que la de fotografiar su gran culo en el espejo.
―¿A quién le vas a mandar esas fotos? ―Pregunté, sin apartar la mirada del cómic.
―¿Y a vos qué mierda te importa? ―Respondió, desafiante―. Es mi culo y con él hago lo que quiero.
―¡Está bien! Che… que mala onda. Te pregunté bien, solo para charlar de algo. No quiero meterme en tu vida.
―Bueno, no te metas.
Sacó un par de fotos más, centrándose en sus nalgas que se reflejaban en el espejo. Después dejó el celular en la mesita de luz y dijo:
―Me voy a bañar. Cuando vuelva quiero dormir, así que vamos a apagar la luz.
Sabía que le molestaba que yo siguiera leyendo mientras ella intentaba conciliar el sueño, yo tenía dos opciones: dormir o ir a leer al living.
―Está bien ―le dije, restándole importancia―. Yo también tengo sueño.
Abandonó el dormitorio, bamboleando sus grandes y turgentes nalgas, fue imposible no mirarla.
Cuando me quedé solo miré de reojo el celular y descubrí que la pantalla no había sido bloqueada. Rápidamente lo agarré y deslicé un dedo, buscando la galería de imágenes. No sabía por qué estaba haciendo eso, era extremadamente peligroso; pero estaba muy aburrido. Quería ver las fotos que se había sacado.
Las encontré con facilidad, las últimas dos eran las más interesantes, las nalgas de Tefi ocupaban toda la pantalla y se podía ver cómo la bombacha le marcaba la concha. Mi verga reaccionó ante estas imágenes sin tener en cuenta que esa era mi propia hermana. Me recriminé a mi mismo por reaccionar de esta manera con Tefi. Si se tratase de Gisela no me molestaría tanto, ella es muy hermosa y me cae bien; pero Tefi… a pesar de que la odio… ¡qué culo tiene! Es una maravilla. Si tuviera amigos, podría venderles esas fotos por un buen precio.
Seguí revisando la galería de imágenes y me quedé helado con lo que encontré. Había otra foto de Tefi en ropa interior, con el culo en primer plano; pero esta vez tenía puesta una tanga negra… una diminuta tanga negra. Tan pequeña que se le metía entre los gajos de la concha. Sí, esa concha estaba mordiendo la tela de la tanga. Devorándola completamente. En el centro los labios se tocaban, porque toda la tela ya había quedado bien encajada entre ellos.
A mi verga no le importó que esa fuera mi hermana, se levantó del todo y quedó presionando mi pantalón, luchando por salir. La dejé en libertad, la sujeté con una mano y empecé a pajearme, pensando en las cosas que haría si tuviera una novia con esa concha. Mi estómago daba incómodas vueltas… ¡Esta es Tefi! Carajo, nunca la había visto así. ¿Por qué tiene que tener un culo tan lindo? Y esos gajos… ¡Dios!
Pasé a la siguiente imagen y la rigidez de mi verga aumentó. La escena era prácticamente igual; la gran diferencia era que ahora Tefi no tenía ropa interior. Su concha estaba totalmente expuesta, pude ver el pequeño agujerito entre sus labios vaginales… ese agujero que parecía estar diciendo a gritos: “¡La pija va acá!”
“A esta puta le gusta sacarse fotos en concha”, pensé. Jamás imaginé que alguna de mis hermanas pudiera tener la afición de sacarse fotos desnuda. Eso era algo que hacían esas pendejas putas que yo veía en internet; no mis hermanas. Sin dejar de pajearme, seguí con mi exploración. La siguiente foto era magnífica: Tefi miraba a la cámara, con cara de “bebota putiporno” y tenía las piernas abiertas, su concha totalmente depilada aparecía en primer plano, con esos gajos sonrosados y el agujero abierto.
Aceleré mi masturbación; pero un ruido me hizo interrumpirla rápidamente. Cerré la galería de imágenes y dejé el celular en la mesita de luz. Me senté en el borde de la cama, ocultando mi erección. La puerta del dormitorio se abrió, giré la cabeza y vi a Tefi, envuelta en una toalla. Me quedé boquiabierto, si esa toalla subía cinco centímetros más, yo podría verle la concha. Mi corazón latía con tanta violencia que creí que me daría un infarto. Disimuladamente guardé la verga dentro del pantalón.
―¿Podés salir un rato? Quiero cambiarme ―Por extraño que parezca, sus palabras no sonaron como una orden. Me lo estaba pidiendo bien.
―Sí, claro. Además yo también me quiero bañar ―dije, improvisando sobre la marcha―. Esperá que saco algo de ropa.
Me puse de pie, siempre dándole la espalda, y me acerqué al ropero. Saqué un pantalón y una remera y los usé para cubrir mi erección. Salí del cuarto intentando no mirar demasiado a Tefi, ya me sentía suficientemente culpable por haber invadido su celular.
No pude detenerme, mi hermana Macarena estaba charlando con mi prima Ayelén, mientras tomaban mates, y me miraron como si yo fuera un extraño. Probablemente les llamó la atención mi cara de espanto. Caminé rápido, anunciando: “Me voy a bañar”. Esto pareció convencerlas, ya que no preguntaron nada más.
Me encerré en el baño, abrí la ducha y me desnudé tan rápido como pude. Mi verga aún seguía dura. Me metí debajo del agua tibia y seguí con mi ritual masturbatorio. Sacudí mi pija con fervor, pensando en la concha de Tefi… bah, en realidad no quería pensar en mi hermana. Supongo que estaba usando la imagen de su concha de la misma forma que usaba cualquier imágen de concha que encontraba en internet: para fantasear con mi chica ideal. Con esa chica que nunca se niega a tener sexo conmigo y cumpe todos mis deseos… esa chica que no existe.
Estaba en lo mejor de mi paja cuando alguien golpeó la puerta del baño.
―¿Puedo pasar? ―dijo una voz femenina.
Me detuve en seco y con voz temblorosa dije:
―Eh… me estoy bañando.
―Es que me estoy haciendo pis…
―¿Pilar?
―No, soy Gisela.
Siempre me confundo la voz de Pilar con la de Gisela; si bien no son muy parecidas físicamente, tienen un tono de voz casi idéntico. A todos los miembros de la casa les pasa lo mismo que a mí… bueno, menos a Pilar y Gisela; ellas saben diferenciar sus propias voces.
Al saber que se trataba de la mayor de mis hermanas, me tranquilicé un poco. Con ella tengo más confianza que con las demás… aunque no la confianza suficiente como para que me vea desnudo, con la pija dura.
―¿No podés esperar un rato? ―Pregunté.
―No… ya no aguanto más…
―¿Por qué no vas al baño de mamá?
Mi madre tiene la única pieza con baño incluido y…
―Ya sabés por qué, a ella no le gusta que le usemos el baño.
Ese maldito problema de siempre. Por alguna razón mi mamá, que es tan generosa, siempre fue muy celosa de su baño. No permite que nadie lo use. Algo que es muy contraproducente en una casa con tantos habitantes, especialmente ahora, que somos ocho.
―Preguntale ―dije, intentando ganar tiempo―. Tal vez te deje.
Pero ya era demasiado tarde.
―Ya no aguanto más, Richard.
La puerta se abrió y Gisela entró a toda velocidad, sin embargo se quedó congelada en cuando sus ojos se encontraron con mi verga erecta. Abrió la boca y se puso pálida, como si hubiera visto un fantasma.
―¡Ay, perdón! ―Dijo―. Es que… ¡Perdón! No sabía que… es que… en serio, no aguanto más. Me estoy haciendo pis.
Cerró la puerta, se bajó los pantalones de una forma tal que yo no pude ver nada, y se sentó en el inodoro. Mantuvo la vista fija al piso, pero noté que, de reojo, se fijaba en mi verga. Me quedé como una estatua.
No supe qué hacer. No tenía ningún sentido cubrirme, ella ya había visto todo. El agua caía sobre mi espalda y mi cabeza, como eso siempre me relaja, supuse que esta vez me ayudaría a mitigar la erección; pero no. Ocurrió todo lo contrario, como si la presencia de mi hermana hiciera que mi sangre circulase con más potencia. Mi verga palpitó y dio pequeños saltos, como un animal feroz apunto de atacar. Intenté mirar para otro lado, como si eso pudiera borrar la presencia de Gisela. Sin embargo, cuando la miré de reojo, pude notar que ella tenía la vista fija en mi verga.
Con un trozo de papel higiénico se secó la entrepierna, giré una vez más la cabeza, para no ver nada cuando ella se puso de pie. Escuché que ella abrió la puerta y desde allí me habló.
―No sabía que estuvieras tan bien dotado. Se me hace muy raro que todavía no tengas novia.
Eso pudo avergonzarme aún más; pero produjo en mí el efecto contrario. Sonreí con cierta timidez y ella me devolvió el gesto, justo antes de marcharse.
Cuando me quedé solo intenté volver a mi ritual de masturbación, aún temeroso de que alguna otra de mis hermanas quisiera usar el baño en ese preciso momento. Por eso no pude concentrarme. Sacudí mi pija varias veces, aún seguía dura; pero no sentí ninguna emoción.
Me quedé bajo la ducha durante unos minutos, hasta que mi pene por fin se fue a dormir. Me sequé y me puse ropa limpia.
Volví al dormitorio de Estefanía, ella ya estaba durmiendo, en su lado de la cama. Cerré la puerta con suavidad, para no despertarla. Su teléfono celular descansaba sobre la mesita de luz de su lado. La tentación de volver a revisarlo fue enorme; sin embargo ya había pasado un momento vergonzoso con Gisela, no quería que me ocurriera lo mismo si Tefi me sorprendía espiando su teléfono. Me acosté al lado de mi hermana, procurando no despertarla, e intenté relajarme, para poder conciliar el sueño.
Fue inútil.
Mi mente vagó por el recuerdo de las imágenes que había visto. Fui consciente de que ahora conocía la concha de Tefi, la había visto, sabía perfectamente cómo era. Además mi mente divagó por la gran cantidad de motivos por los cuales ella pudo haberse sacado esas fotos. ¿Se habría fotografiado pensando en alguien? ¿Tenía algún amante secreto al que le enviaba esas fotos? ¿Cuántas se había sacado?
De pronto Tefi se movió, y mi corazón se detuvo. Sentí algo redondeado y tibio posarse contra mi espalda, a continuación uno de los brazos de mi hermana me envolvió. Pude escuchar su suave respiración y supe que aún estaba durmiendo, tal vez no era la primera noche que ella pasaba durmiendo con un hombre, y puede que su inconsciente la hubiera traicionado, haciéndolo creer que yo era ese hombre. Ahí caí en la cuenta de que eso que se había apoyado en mi espalda era una de sus tetas. Esto, sumado al recuerdo de las fotos porno, fue una mala combinación, mi “amigo” empezó a despertarse.
Ésta va a ser una larga noche.
Diario de Cuarentena:
<Tengo la pija dura y no puedo dormir>.
Capítulo 2.
Maldita Cuarentena.
Miré el reloj de mi celular. ¡Me desperté tarde! Recordé que tenía que ir al club, a entrenar. Casi me caigo de la cama por intentar salir rápido, para vestirme. Abrí el ropero y lo encontré lleno de blusas de colores, polleras, minifaldas, tangas y corpiños. No entendía nada.
―¿Qué mierda estás haciendo? ―Preguntó una voz a mi espalda.
Di media vuelta, con el corazón en la garganta. Encontré a mi hermana Estefanía sentada frente a su computadora, y allí comprendí todo.
Los engranajes de mi cerebro se pusieron en marcha. Empecé a conectar toda la información que pude recopilar:
La cuarentena. No tengo que ir a entrenar. El club está cerrado. No puedo salir de casa. Este no es mi dormitorio; es el de mi hermana. Mi cuarto está ocupado por mi tía Cristela y mi prima Ayelén. Si me pierdo, me llamo Richard. Tengo dieciocho años. Vivo en Argentina. Planeta Tierra.
Y la cuarentena. La puta cuarentena por el Covid 19.
Mi hermana se rió de mi. Me sentí un imbécil.
―¿Creíste que llegabas tarde a entrenar? ―Preguntó ella, con tono burlón―. Sos un tarado.
―Es que vi la hora… y creí que…
―Ya llevamos una semana de cuarentena, deberías estar acostumbrado.
―No, todavía no me acostumbré. ―Respondí, con bronca―. Me voy a desayunar.
―Querrás decir a merendar, son las cuatro de la tarde.
―Lo que sea. No me jodas, Estefanía.
Ella me miró con odio, pero no respondió. Mejor, porque no tenía ganas de discutir con ella. Me puse un pantalón y unas chancletas. Salí del cuarto que tenía que compartir con mi hermana, añorando los tiempos en los que yo tenía algo llamado “Intimidad”.
―¿Te caíste de la cama? ―Me preguntó Gisela, la mayor de mis hermanas.
A diferencia de Tefi, ella me sonrió maternalmente.
―Creí que llegaba tarde al club… hasta que me acordé de la cuarentena.
Ella empezó a reírse y juntos fuimos hasta el comedor. Allí estaba mi mamá, tomando mates con su hermana Cristela. El pelo de mi tía me encandiló, el brillo del sol caía sobre él y estaba más rojo que nunca. Aún no me acostumbraba a ver a Cristela con ese color de pelo tan artificial. Es una mujer muy bonita, pero ese tono rojo intenso la hace ver como una puta barata, en mi opinión. Por supuesto no le diría eso a ella.
―¿Vas a comer algo? ―Me preguntó mi tía, ofreciéndome una bandeja con facturas. Manoteé una medialuna con dulce de leche y empecé a comerla.
―Ya te preparo una leche con chocolate ―dijo Gisela.
―Tiene las bolas por el piso ¿y vos le seguís preparando la leche con chocolate? ―Dijo mi tía, riéndose.
―Para mí siempre va a ser mi hermanito chiquito ―Gisela me pellizcó un cachete―. Sentate, Richard, y guardame algunas medialunas saladas.
―Voy a hacer lo posible.
Me senté al lado de mi mamá, ella me miró de arriba abajo, como si fuera un escáner policial.
―¿Estuviste toda la noche despierto?
―Creo que sí ―di otro mordisco a la medialuna.
Alicia, mi mamá, es una mujer que se cuida mucho. No aparenta los años que tiene, le encanta hacer ejercicio y su figura no es muy distinta a la de Tefi, la más chica de mis hermanas, y ella sí que tiene un gran cuerpo. Esto suele engañar mucho a la gente. Ven a mi madre como una mujer joven, hermosa, aparentemente moderna, alegre y juvenil… pero tiene la mentalidad de una señora de noventa años.
Además en estos últimos días se hizo un cambio de look que la hacía parecer incluso más joven. Mi tía Cristela le tiñó el cabello de rubio, mi mamá siempre tuvo un tono castaño claro; pero hacía mucho que no la veía tan rubia. Cristela, haciendo uso de sus dotes para la peluquería, le hizo a mi madre un peinado bastante elaborado: más lacio arriba, con bucles cayendo sobre los hombros. Algo que parecía más propio para ir a una fiesta, que para estar tomando mates en tu casa. No dije nada sobre eso porque entendí que el peinado solo había servido para que Alicia y Cristela se mantuvieran entretenidas por unas horas. No me extrañaría ver a todas mis hermanas con elaborados peinados, teniendo a una peluquera desocupada en casa.
―¿Te parece bien? ―Espetó―. Pasarte toda la noche despierto… seguramente jugando con la Aplesteishon.
―PlayStation ―la corregí. Cristela soltó una fuerte carcajada, y la risa de Gisela nos llegó desde la cocina.
―Como sea. No es sano que pases tantas horas despierto, y que te levantes a las cuatro de la tarde.
―¿Por qué no? ―Pregunté, encogiéndome de hombros―. Si estamos en cuarentena, no tengo nada para hacer.
―Esa no es excusa. Si no tenés nada para hacer, entonces buscá algo.
―Alicia ―intervino mi tía―. ¿No te parece que estás siendo muy estricta? Al fin y al cabo Richard tiene razón, esta cuarentena nos tiene a todos mirando el techo, sin saber qué hacer. Al menos él tiene algo con qué entretenerse.
―Gracias ―dije, buscando algo más para comer entre las facturas. Esta vez elegí una con crema. Gisela llegó justo a tiempo con un gran vaso de leche chocolatada, que me ayudó a bajar la comida.
―Es cierto, mamá ―dijo mi hermana―. Dejalo tranquilo.
―Es que no hace nada en todo el día ―se quejó ella―, y esto no tiene que ver con la cuarentena. No trabaja, no estudia…
―Juego al fútbol. Si el club no estuviera cerrado, ahora debería estar entrenando. Pero no puedo.
―El fútbol es una actividad recreativa. Eso no te da de comer ―insistió mi madre―. Si fueras jugador profesional, bueno… pero no lo sos.
―No lo soy porque nunca me dejaste ir al club a entrenar. Decías que yo tenía que estudiar. Bueno, ahora terminé la escuela, y quiero ir a entrenar… pero no puedo; por la cuarentena.
―Tendrías que buscarte un trabajo ―mi madre parecía no dar el brazo a torcer―. Ya te lo dije mil veces. ¿Acaso pensás que te voy a mantener toda tu vida?
―No, toda mi vida no… pero sí toda la tuya.
Cristela y Gisela volvieron a reírse. A mi mamá no le hizo ninguna gracia.
―Mamá ―dijo Gisela, interviniendo justo a tiempo, antes de que Alicia tenga una de sus crisis nerviosas―. Entiendo lo que querés decir, yo también opino que Richard debería buscarse un trabajo; pero ahora mismo estamos atravesando una situación mundial muy delicada. No podemos decirle que salga a buscar trabajo. Mientras tengamos para vivir, tenemos que compartir entre todos. Somos una familia.
―Sí, muy cierto ―dijo Cristela―. Por suerte yo tengo buenos ahorros, pensaba usarlos para que Ayelén y yo nos pusiéramos una peluquería más grande. Pero de momento tendrá que ser nuestro “fondo de desempleo”. Vamos a estar bien, Alicia ―agarró la mano de su hermana.
Mi madre se vio derrotada, y la conozco lo suficiente como para saber que eso no le gusta nada. Pudo seguir con la discusión, pero decidió ceder un poco.
―Está bien, pero en cuanto se termine la cuarentena, te ponés a buscar trabajo. No estamos en la mejor situación económica. Somos muchos y las cosas están cada vez más caras.
―Ok, está bien ―dije, a regañadientes, solo porque no quería seguir peleando.
Ahí fue cuando entendí por qué mi mamá no dudó ni un momento en sacarme de mi cuarto cuando Cristela y Ayelén vinieron a vivir con nosotros. Ella me considera un estorbo en la casa. Todas mis hermanas trabajan o estudian; pero yo no. Lo que no entiendo es por qué castigó a Tefi mandándome a su cuarto; imagino que alguna razón tiene que haber.
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Terminé mi merienda y fui hasta mi cuarto a buscar un libro para leer, aún tengo varios de Stephen King pendientes. La puerta estaba entreabierta, y pasé diciendo “Hola”, bajito. Me sentí un tarado por estar pidiendo permiso para entrar a mi propio cuarto; pero ahora lo habitaba ese monstruo despreciable que mi familia suele llamar “Ayelén”.
―Quiero buscar un libro ―dije, mientras abría lentamente la puerta.
―Está bien ―me respondió mi prima.
Cuando la vi me quedé paralizado. Ella estaba tendida en mi cama, boca abajo, leyendo una de esas revistas de moda que tanto le gustan a mi tía. El largo pelo rubio de Ayelén caía por su espalda, formando bucles. Tenía puesta una remera roja, bastante cortita. No llevaba puesto un pantalón, ni una pollera, nada. Lo único que tenía era una tanga negra. Su redondo culo resaltaba como una montaña en el centro de mi cama. Casi se me cae la mandíbula.
“Tranquilo, Richard ―me dije a mí mismo―. Ya la viste en bikini varias veces, ésto es más o menos lo mismo”.
Pero no era lo mismo. A pesar de que la tanga no transparentaba nada, sabía que eso no era un bikini. Además se le había metido una buena parte entre las nalgas, y su vulva sobresalía en la parte de abajo, apretada por la tela. Ella siguió concentrada en su revista, como si yo no existiera.
La odio, sí… sí que la odio. ¡Pero cómo me gusta su culo!
Bueno, sus tetas también.
¿Por qué, Dios; por qué tuviste que darle un culo tan hermoso a mi archienemiga? Es injusto.
Otro gran problema que tuve siempre con ella es que me cuesta hacerle ver a la gente que Ayelén es un monstruo. Para casi todo el mundo ella es un dulce angelito… y sí que lo parece. Da la apariencia de ser la chica más buena del planeta, con sus grandes ojos azules, su carita redonda, sus mejillas regordetas. Es muy hermosa y ella sabe que parece inofensiva, usa eso para engañar al mundo. Suele jugar el rol de “niña buena” con casi todos; pero conmigo ni se molesta. Me trata para la mierda.
Más de una vez, en alguna playa o una pileta, Ayelén me sorprendió mirándole el culo, y siempre me hizo comentarios socarrones como: “Se nota que te gusta mirarme el orto”. “¿Tanto te cuesta alejar los ojos de mi culo?”; “¿Qué pasa, pendejo? ¿Me querés tocar el culo?”. Ella hacía eso porque sabía que me dejaba en clara desventaja. No sabía qué responderle cuando adoptaba esa actitud de pendeja forra. Tampoco podía negar que le estuviera mirando el culo, porque era muy obvio. Incluso, cuando discutimos, a veces se agacha para mostrarme el culo, o el escote, así me lo puede reprochar.
“Tengo los ojos en la cara, pendejo… no entre las tetas”
¡La odio!
Caminé hasta mi biblioteca e intenté concentrarme en los títulos de los libros. Descarté los que ya había leído y me puse a hojear uno que titulado “Dolores Claiborne”. Aún no lo había leído y era bastante corto. En plena cuarentena podía terminarlo en pocos días.
Giré la cabeza, en un acto involuntario, y mis ojos fueron a parar directamente sobre el culo de Ayelén, más específicamente en la vulva que destacaba como una boca vertical. Ella miró hacia donde yo estaba y me sorprendió infraganti.
―¿Otra vez mirándome el orto, pendejo?
Me daba mucha rabia que me dijera “pendejo”, como si ella fuera mucho más grande que yo. Ayelén tiene diecinueve años, apenas uno más que yo.
―¿Y qué querés que haga? ―Me defendí―. Si estás con el orto entangado en plena cama… MI cama. No importa dónde mire, lo que más destaca de toda la pieza es tu culo.
En ese momento se abrió la puerta y entró mi tía Cristela.
―¡Che, nena! ¿Qué hacés en tanga? ¿No ves que está tu primo?
―Justamente ―dijo la rubia―, es mi primo. ¿Qué importa si estoy en tanga? Si le molesta, que se vaya bien a la mierda.
Hubo una época en la que creí que Ayelén era igual de maldita que Estefanía; pero no. Ayelén es mucho más cruel. Infinitamente más harpía.
―Acá sos una invitada ―agregó mi tía―. Tenés que comportarte.
―Mirá, mamá ―Ayelén se dio vuelta, para ver a su madre. Como yo estaba en el lado contrario, pude ver todo su culo, apuntando hacia mí.
Diario de Cuarentena:
<¡Dios, cómo muerden trapo esas nalgas!>
―Yo no quiero estar acá ―continuó diciendo mi prima―. Te dije que quería quedarme en la casa de Dante. Si me voy a bancar toda la puta cuarentena encerrada en esta casa, al menos quiero estar cómoda.
―Te dije que no podíamos quedarnos en lo de Dante, yo ya no siento nada por él. No quería seguir estirando más una relación que ya estaba muerta.
―Pero al menos ahí teníamos espacio para nosotras, yo tenía mi propia pieza. Además Dante me cae bien… ¡La vez que uno de tus novios me cae bien, vos lo dejás!
―¿Vos querés que yo tenga un novio solo porque a vos te cae bien?
La discusión ya había pasado a un área a la que a mí no me correspondía. Quise salir de la pieza, pero mi tía estaba parada justo frente a la puerta, gritándole a su hija, con la cara tan roja como su pelo. Me daba miedo acercarme, lo más probable era que me mordiera… o que me mandara a la mierda por interrumpir. Me tuve que quedar ahí… entreteniendo mi vista con la tanga de Ayelén. Ahora yo estaba justo frente a la cama, y ella había separado un poco las piernas. Pude ver su pubis cubierto por la tanga, y una línea recta que se dibujaba en el centro de su vulva.
Mi tía se dio cuenta de que yo quería salir… o tal vez le molestó la forma en la que yo estaba mirando a su hija; de ser así, me daría mucha vergüenza. Ella dio un paso hacia adelante, dejándome libre el camino hacia la puerta. Salí de allí tan rápido como pude. Lo último que escuché fue a mi prima diciendo:
―Si supieras elegir pareja, no tendríamos este problema. Lo que pasa es que siempre elegís mal, y la vez que elegís bien, ni siquiera te das cuenta…
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Aproveché que el cuarto de Estefanía estaba vacío, y me instalé allí a leer el libro de Stephen King. Supuse que Tefi estaría mirando Netflix en la pieza de Macarena. Eso me daría algunas horas de paz y tranquilidad.
Por desgracia esas horas no fueron más que unos pocos minutos. Treinta o cuarenta, como mucho. Y no fue Tefi la que perturbó mi paz, sino la propia Macarena. La escuché gritar, como si estuviera discutiendo con alguien. Dejé el libro en la mesita de luz y salí a ver qué pasaba.
Efectivamente, estaba en plena discusión… con mi madre. ¿Por qué no me sorprende? Bueno, lo raro es que mi mamá se pelee con cualquiera que no sea Tefi o yo. Pero recordé que en el segundo día de cuarentena tuvo una fuerte discusión con Pilar, lo cual también era sumamente extraño. Al parecer este confinamiento estaría lleno de momentos atípicos.
―¿Cómo se te ocurre? ¿Estás loca? ―Gritó Alicia, a viva voz.
―¡No te metas en mi vida, mamá! ―Le retrucó Macarena, señalándola con un dedo―. Ya veintitrés años, no podés decirme lo que puedo o no puedo hacer.
―¡Pero vivís bajo el mismo techo que yo, y tus hermanas! ―A mí ni siquiera me mencionó―. ¡Nos pusiste en riesgo a todos, por imprudente!
―¿Qué pasa? ―Preguntó Gisela, que recién se unía a la escena.
De a poco todos los demás miembros de la casa se nos fueron uniendo.
―Tu hermana ―dijo mi mamá, señalando a Macarena―. ¡Se comportó como una puta!
Pilar asomó la cabeza desde el pasillo que daba a su dormitorio.
―¡No me digas puta, porque se va a armar!
Cristela y Ayelén salieron de mi dormitorio, cuya puerta comunica directamente con el living comedor. Siempre me molestó eso, porque se escuchan los ruidos de afuera, y seguramente esta discusión no podía pasar desapercibida para mi tía y mi prima.
―¿Pero qué fue lo que hizo? ―Volvió a preguntar Gisela, un tanto asustada.
―Preguntale… dale, nena… deciles lo que hiciste… para que todos vean cómo nos pusiste en riesgo, por puta. ¡Yo sabía que ibas a terminar siendo una puta!
―¡Mamá, no le digas así! ―Gisela abrió mucho los ojos, ella odia las discusiones, y le cuesta mucho lidiar con el carácter de mierda que tiene mi mamá.
―Contanos, Maca ―dijo Cristela, intentando traer un poco de paz―. No podemos opinar si no sabemos qué pasó.
Macarena estaba roja de rabia, tenía su largo cabello negro atado en una cola de caballo, y a pesar de estar llorando, aún lucía muy bonita. Sus ojos azules generaban un gran contraste con el rubor. Miraba al piso, como si quisiera ocultar su rostro.
―Dale, Maca… contales o les cuento yo ―amenazó mi madre.
―Lo que pasó es que ―cuando Macarena empezó a hablar, todos contuvimos el aliento―. Estuve saliendo con un hombre… uno de mis profesores de la universidad.
―¿Qué? ―Como siempre, la última en interesarse en los problemas familiares fue Tefi, que recién salía de la pieza de Macarena―. ¿Violaste la cuarentena por ir a coger con tu profesor?
―¡No, tarada! ―Se defendió Maca―. Esto pasó antes de la cuarentena.
―¿Entonces cuál es el problema? ―Preguntó mi tía―. Ella ya es grande, sabrá lo que hace…
―Es que eso no es todo ―dijo mi mamá, con los dientes apretados―. Hoy el bendito profesor de Macarena salió en las noticias. No teníamos casos de Covid por la zona; pero parece que el señor dio positivo… y esta pelotuda se estuvo revolcando con él.
Todos nos pusimos pálidos, yo también. Aunque no pude ver mi cara, sentí cómo la sangre se me enfriaba. Hasta Ayelén cambió su semblante cargado de seguridad, se la veía tan aterrada como al resto de nosotros. Estoy seguro de que todos pensamos lo mismo a la vez…
―Si Macarena tiene Covid ―dijo Pilar―, entonces ya estamos todos contagiados.
―¿Ves lo que estoy diciendo? ―Alicia estaba llena de rabia―. Esta pelotuda, por andar de putita, nos metió el virus en la casa.
Se hizo un silencio sepulcral tan profundo que pude escuchar mi propio corazón, que latía como si quisiera abandonar mi pecho. Estar enfermo no era lo que me preocupaba, sino que sentí pena por Macarena, ya que todos la señalarían como la única culpable.
―¡Ah, no te lo puedo creer! ―Exclamó Pilar, con su potente voz de locutora―. A mí no me dejaron salir para no “contagiarme”, y esta pelotuda ya nos había contagiado a todos de entrada.
―Si te hubiéramos dejado salir ―dijo Gisela, que parecía estar sobreponiéndose a su miedo―, entonces hubieras contagiado a otras personas.
La pobre Macarena lloraba copiosamente, había pequeños espasmos en su respiración.
―¿Y ahora qué vamos a hacer? ―Preguntó Tefi, con genuino miedo.
―Lo que vamos a hacer ―dijo Alicia― es encerrar a esta boluda en su pieza, hasta que podamos llamar a un médico. Tal vez tuvimos suerte y no todos nos contagiamos.
―¡Ay no! ―Exclamó Tefi, creí que se quejaría de la postura dictatorial de mi mamá; pero me equivoqué al pensar que mi hermana tenía corazón―. ¡Yo estuve ahí un montón de horas… en esa pieza! ¡Seguramente me contagié! ¡Y vos dormiste conmigo! ―Me señaló―. Así que ya estás en la misma.
Noté que mi prima Ayelén se alejaba de mí, a pesar de que ya estaba a más de dos metros de distancia. Maldita hija de…
―No ganamos nada encerrando a Macarena.
―Dejá, Gise. No te gastes ―dijo la aludida―. No tengo ganas de hablar con nadie, mejor me quedo dentro de la pieza.
Caminó con la cabeza gacha hasta su dormitorio, y se encerró allí. Una vez más reinó el silencio.
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La aventura de Macarena con su profesor nos llevó a un momento depresivo. Mi madre llevaba casi una hora intentando averiguar todo lo posible sobre la condición del amante de su hija, además habló con doctores para que vinieran a hacernos un testeo cuanto antes. Cristela y Ayelén se quedaron en mi pieza, y no asomaron la cara. Pilar, que siempre daba la impresión de estar viviendo en su propio mundo, solo salió de su cuarto para prepararse unos sandwiches. Estefanía inició una video llamada con una de sus amigas, y para no quedar de fondo, ya que la cámara apuntaba hacia su cama, decidí quedarme en el living con Gisela, la única que no se encerró en una pieza.
―¿Qué va a pasar ahora? ―Le pregunté a la mayor de mis hermanas.
Ella estaba sentada en el sofá, con una carpeta en la mano, supuse que era algo de su trabajo. La dejó de lado y me miró con sus profundos ojos marrones. Soy su hermano y aún me cuesta sostenerle la mirada sin sonrojarme. Gisela tiene algo muy especial, y no me refiero a sus grandes y redondas tetas, sino a que inspira confianza, a la vez que sensualidad.
―Sinceramente no lo sé. Tal vez dentro de poco venga algún médico a hacernos un test. Pero no podemos volvernos tan paranoicos, hasta tener los resultados. Ninguno de nosotros tiene síntomas de Covid.
―¿Creés que existe una chance de que no estemos contagiados?
―Lo veo difícil. Quiero ser positiva, pero si Macarena tuvo relaciones sexuales con ese tipo, entonces tiene que estar contagiada. Nosotros vivimos en la misma casa que ella, compartimos ambiente, charlamos… incluso hasta nos tomamos unos mates juntas, más de una vez.
―Sí, yo también tomé mates con ustedes.
Me parecía muy loco que una práctica tan común en Argentina, como tomar mates con otras personas, se haya vuelto un factor de riesgo, por culpa de un maldito virus.
―Entonces es solo cuestión de esperar, y rezar por un milagro.
Sabía que eso de “rezar” no lo decía en un sentido literal. Nunca fuimos muy religiosos que digamos. Mi mamá nos crió con un sistema que se basaba en portarse bien porque era lo correcto y en no lastimar a otras personas. También siempre fue bastante crítica con el sexo, pero creo que es comprensible, ya que tiene cuatro hijas mujeres a las que cuidar. Si no les hubiera resaltado lo inmorales que eran las prácticas sexuales extramatrimoniales, es posible que alguna de mis hermanas ya fuera madre soltera.
―Estaba pensando en que tal vez mamá se enojó con Macarena por… ya sabés, lo que opina mamá sobre el sexo.
Gisela me miró fijamente otra vez e hizo una pausa.
―Sí, sé perfectamente lo que opina. Si fuera por ella, las cuatro seríamos monjas… y vos serías cura.
―¡No, ni en pedo!
Ella soltó una risa.
―Yo tampoco sería monja. Y no pienses mal, no lo digo porque me guste andar revoleando la tanga por ahí, sino porque las monjas tienen que pasarse el día rezando. Me parece un horror. Varias veces discutí con mamá por el tema del sexo… una vez ella se enteró que yo tenía un noviecito, y casi me encadena a la pared de mi pieza para que no pueda salir a verlo.
―Sí, es bastante estricta.
―¿Alguna vez te hizo algo parecido?
―¿Qué? ¿A mí? No, yo nunca tuve novia.
―¿Nunca? ¿Ni una sola?
―¿Te sorprende?
―Mucho. Especialmente después de lo que vi en el baño ―esperaba que ella hubiera olvidado ese incidente y que no lo mencionara nunca más en nuestras vidas. Gisela empezó a reírse otra vez―. ¡Tarado! Te pusiste rojo. No te sientas mal, Richard; fue un pequeño accidente. No es la primera vez que veo un pito. Tampoco es que haya visto muchos; pero dejame decirte que pocas veces vi uno como el tuyo.
―¿Qué tiene el mío? ―Le pregunté automáticamente, sin saber muy bien por qué.
―Es bastante… grande ―esta vez la que se puso roja fue ella―. Me imaginé que con eso ya habías conseguido alguna noviecita.
―No, resulta que está prohibido eso de andar mostrándoles el pito a las chicas por la calle.
Una vez más estalló en carcajadas. Mi madre apareció, con su simpatía de bulldog rabioso, y nos fulminó con la mirada.
―¿Se puede saber de qué carajo se ríen ustedes?
―De nada, mamá ―dijo Gisela―. Richard y yo estamos intentando hacer un poquito más fácil todo este momento. ¿Hubo alguna buena noticia?
―¿Y qué buena noticia puedo tener? ¡Estamos re complicados!
―No sé… tal vez ya pudiste hablar con un médico.
―Sí, y mañana mismo vienen a hacernos el hispado.
―Eso es una buena noticia.
―No veo por qué.
Esta vez estallé, me tenía harto esa mala onda constante de mi mamá.
―Porque así vamos a saber si tenemos el puto virus o no ―le dije. Ella me miró con rabia asesina―. Todos estamos preocupados, mamá. Tratándonos para la mierda no vas a mejorar nada.
Alicia abrió la boca, dispuesta a ladrar y morder; pero fue la propia Giesela que se interpuso entre ella y yo, como si fuera una mamá osa protegiendo a su cachorro.
―Richard tiene razón, mamá. Desde que empezó la cuarentena estás especialmente insoportable. Nos estás cansando a todos. Ya nadie te banca, ni siquiera yo. Si la primera semana es así, en un mes nos vas a terminar matando a todos.
―Si antes no nos mata el virus ―sentenció.
Como sabía que estaba en clara desventaja, Alicia volvió a su dormitorio.
―Qué mujer insoportable ―le dije a Gisela.
―A veces sí. Yo la quiero un montón, porque cuando está tranquila es una excelente persona; pero cuando se altera por algo… Hitler parece inofensivo al lado de ella. Pero nosotros estábamos hablando de otra cosa. No dejemos que ella nos arruine el momento. ¿Por qué creés que todavía no tenés novia?
―No sé ―dije, encongiéndome de hombros―. Nunca sé qué decirle a las mujeres.
―Me ofende que digas eso. Tenés cuatro hermanas mayores, una madre psicópata, una tía y una prima….
―También psicópata.
―Puede ser ―los dos nos reímos. Ella tampoco toleraba a Ayelén―. En fin, rodeado de tantas mujeres ya deberías ser todo un experto para tratar con ellas.
―Pero te juro que no sé. ¿Qué carajo le puedo decir a una mujer que no conozco? “Hola linda, ¿querés ser mi novia?”.
―Sí, claro, podés decirle eso… si es que querés morir virgen.
Volvimos a reírnos como tarados, por suerte mi mamá no apareció para arruinarnos el momento.
―A ver ―continuó Gisela―. Decir esto es un poco difícil para mí, no soy ninguna experta en el género femenino, ni en sexualidad. Pero cuando te vi la verga ―dijo la palabra “verga” bajando mucho la voz―, me quedé impresionada. Encima te la vi en todo su esplendor. No sé por qué la tenías tan dura… ni quiero saberlo. Ese es asunto tuyo. Para mí fue muy chocante ver que mi hermano menor tiene tremenda verga, ancha y venosa. ―Sentí un vuelco en la boca de mi estómago al escuchar esas palabras―. Lo que quiero decir es que ya estás hecho todo un hombre. Tenés el miembro viril de un hombre hecho y derecho, y los huevos ya te cuelgan como los adornos de un árbol de Navidad. Perdón si me estoy poniendo muy gráfica ―ella estaba roja, mis ojos bajaron hasta sus tetas; su escote era sutil, pero podía notar la cima de esos grandes pechos―. Lo hago para que entiendas que si querés conquistar a una mujer, podés hacerlo. Está bien, no vas a ir a mostrarle la verga a la primera; pero te puedo asegurar que cuando una chica te la vea bien parada, como la vi yo, te va a tomar cierto cariño. Estás bien equipado, Richard.
―¿De verdad? ¿No lo decís porque soy tu hermano?
―Lo digo sinceramente, como mujer. Y como hermana te puedo decir que estoy muy orgullosa de vos. Si no estuviéramos en plena cuarentena, le sacaría un par de fotos a tu verga y se las mandaría a alguna de mis amigas. En un par de días ya las tendrías abiertas de pierna, porque algunas de mis amigas son así… ven una buena poronga y ya la quieren probar. Si ellas supieran lo bien equipado que estás, el trato se te haría mucho más fácil.
―Imagino que eso de las fotos lo decís como una suposición.
Pensó un ratito, miró para todos lados y cuando se aseguró de que estábamos solos, volvió a posar sus ojos en mí.
―Lo digo en serio. Si eso te ayuda a tener tu primera vez, estoy dispuesta a presentarte con una de mis amigas. Y a presentarles a tu amigo… pero bueno, con la cuarentena sería un poquito inútil, no podrías verlas.
―¡Pero sí les puedo hablar! ―dije, poniéndome tenso.
Gisela me miró con mucha seriedad.
―Eso es cierto. Podrías hablar con alguna de ellas, hasta que toda la cuarentena pase.
―¿Y en cuál de tus amigas estás pensando? ―No conocía las amistades de Gisela, ya que nunca venían a casa; pero imaginé que ella debía relacionarse con mujeres tan bonitas como ella.
―En ninguna en particular. Eso sí lo dije en forma genérica. ¿De verdad estás dispuesto a hacerlo?
―Em… me da un poquito de vergüenza; pero me gustaría poder charlar con alguna de tus amigas. Aunque me termine mandando a la mierda, por lo menos me serviría de práctica.
―Si no te comportás como un imbécil, no tienen por qué mandarte a la mierda.
―Esa es la parte difícil. Sinceramente no sabría qué preguntarle, o cómo sacarle conversación.
―No me voy a resignar a creer que mi hermanito es un inútil para charlar con mujeres… estando rodeado de tantas. A ver, un consejo que te puedo dar: A las mujeres nos gusta que se preocupen por nosotras cuando tenemos un problema o estamos pasando por una mala situación. Vos, lamentablemente, sos bastante egoísta…
―¡Hey!
―Es verdad, Richard. Tu egoísmo no llega al extremo de Estefanía, ni mucho menos de Ayelén; pero siempre vas a la tuya, solo te importan tus cosas. Vivís en tu mundo. Siempre estás metido en un libro, un cómic, un videojuego, algo… si charlaras más con tus hermanas, aprenderías a tratar con mujeres. Eso te lo aseguro. De paso, si te preocupás por los problemas de los demás…
―Sí que me preocupo.
―Bueno, si lo hacés no se nota, porque nunca decís nada. Siempre evitás hablar cuando hay un problema.
―Esta vez hablé… cuando mamá salió de la pieza.
―Sí, porque ya estás harto. Pero no tenés que esperar a estar harto para hablar con alguien sobre algún problema. A nadie le gustan los egoístas.
―Lo voy a tomar en cuenta.
―Me parece muy bien ―me dio una palmadita en la pierna―. Y pensá lo que te dije de la foto. Sé que es algo brusco, y a las chicas no nos gusta que cualquier imbécil que no conocemos nos esté mandando fotos del pito a la primera; pero de eso me encargo yo. Voy a hablar con alguna de mis amigas, para allanarte un poco el terreno. ¿A vos qué tipo de mujeres te gustan?
―¿En qué sentido?
Me mostró una sonrisa picarona y se agarró los pechos con ambas manos.
―¿Te gustan tetonas?
―Este… em… sí, puede ser.
―¿Y qué más?
―Que tengan buen culo… sí, eso ―dije, envalentonado―. Me gustan las culonas.
―¿Como yo? ―Se paró y dio un golpecito a sus grandes nalgas, que lucían maravillosas a pesar de que su pantalón no era muy ajustado.
―Bueno, em… sí ―ahí empecé a darme cuenta que la descripción se asemejaba demasiado a Gisela, y me sentí un boludo.
―¿Y las preferís rubias o morochas?
―Rubias ―dije, solo para mencionar un rasgo opuesto a Gisela. Ella tiene el pelo castaño oscuro, casi negro; heredado de mi papá. La única que tiene el pelo del mismo color es Macarena, la diferencia es que Maca tiene ojos azules… y prácticamente no tiene tetas.
―Ah, ¿te gustan rubias… como Ayelén? ―Preguntó, levantando una ceja.
―Em… las rubias son lindas ―no sabía dónde meterme. Cualquier cosa que dijera sería usada en mi contra―. ¿Tenés alguna amiga rubia?
―¿Rubia, tetona y con buen culo? ¡Ja! No pedís nada ―dijo con sarcasmo.
―Vos me preguntaste cómo me gustaban las mujeres… no hace falta que sea exactamente…
―Pero sí ―me interrumpió―. Creo que tengo la amiga perfecta para vos, y cumple todos los requisitos.
―¿Qué? ¿De verdad?
―Sí, dame un par de días, voy a hablar con ella. Me va a venir bien, para pensar un poquito en otra cosa.
―Sí, a mí también.
―Bueno, ya es tarde. Me voy a dormir. A diferencia de otros, yo sí me tengo que levantar temprano para trabajar.
―¿Eso es un reproche?
―No, sonso… era un chiste. A mí no me molesta que te acuestes tarde. Estamos en plena cuarentena… y ahora nos enteramos esto de Maca. Lo mejor que podés hacer es intentar entretenerte con algo. Que descanses ―me dio un beso en la mejilla y se fue. No pude evitar seguir con la mirada el bamboleo de sus grandes nalgas.
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Golpeé la puerta en la pieza de Tefi y entré cuando ella me dio permiso para hacerlo. Odiaba tener que pedir permiso para moverme en mi propia casa, pero no quería ocasionar otra discusión. Ella estaba sentada frente a la computadora, mirando un video de YouTube.
―Si te vas a poner a jugar a la Play, no pongas el volúmen muy alto.
―No, quiero leer ―le dije.
Me miró como si yo fuera un marciano.
―No entiendo por qué te gusta tanto leer.
―Y yo no entiendo por qué no te gusta. Deberías intentarlo algún día… y ahora estás sin trabajo, podrías aprovechar el tiempo libre. Tengo muchos libros, si te interesa alguno, te lo presto.
―No sé, no creo ―se puso sus grandes auriculares y volvió a concentrarse en la pantalla.
Me acosté en la cama, con el libro de Dolores Claiborne en la mano, y a pesar de que está muy bueno, y me intriga saber por qué esta mujer asesinó a su marido, no pude concentrarme. Mi mente vagaba sin rumbo fijo; pero siempre aparecía la imagen de Macarena llorando. Ella debía sentirse realmente mal. Nadie le había preguntado cómo le afectaba todo esto.
Recordé las palabras de Gisela: “A las mujeres nos gusta que se preocupen por nosotras cuando tenemos un problema o estamos pasando por una mala situación”. Si alguien estaba pasando una mala situación, y tenía un gran problema, esa era Macarena.
Dejé el libro en la mesita de luz y salí.
El dormitorio de Maca está justo al lado del de Pilar, y comunican con el baño, por un pasillo.
Golpeé suavemente la puerta del cuarto de Maca, y desde adentro me llegó una voz tenue preguntando:
―¿Quién es?
―Soy Richard, Maca. ¿Puedo pasar?
La respuesta tardó unos segundos, pero al fin dijo:
―Dale, pasá.
Abrí la puerta y me sorprendí mucho, al parecer a ninguna de las mujeres de esta familia le gustaba usar pantalones. Macarena tenía puesta una bombacha rosada y me dio la impresión de que no le molestaba que yo la viera, ya que no hizo ningún intento por cubrirse. Estaba acostada en su cama, con los ojos hinchados por tanto llorar.
―¿Que querés? ―Preguntó, sin ganas.
Macarena es la que le sigue en edad a Gisela, es una de las mayores; pero la vi tan frágil que sentí como si ella se hubiera convertido en mi hermana menor. Entré y cerré la puerta despacito.
―¿No te molesta si esta noche duermo acá? ―Pregunté con timidez.
Ella se sentó en la cama y me miró confundida.
―¿No te da miedo contagiarte?
―Me da igual, vivimos todos en la misma casa. Si vos tenés el virus, entonces lo tenemos todos. Ya da lo mismo.
―Puede ser… ¿y por qué querés dormir acá? ¿Te peleaste otra vez con Estefanía?
―No, con Tefi está todo bien. Ni siquiera discutimos.
―Eso sí es raro.
―Solamente quiero que no estés sola. Seguramente estarás muy preocupada, y no me parece bien que mamá te mande a quedarte en tu cuarto, sin hablar con nadie. Creo que lo que vos necesitás es hablar con alguien.
Me mostró una sonrisa triste.
―Vení ―me dijo, con un gesto de la mano. Me senté en el borde de la cama, ella me abrazó y me dio un beso en la mejilla―. De verdad me haría muy bien hablar con alguien. Esta noche no voy a poder dormir nada.
―Yo tampoco, me levanté re tarde. Entonces, ¿me puedo quedar?
―Sí, claro. Ponete cómodo. ―Me senté en la cama, apoyando la espalda sobre una almohada, ella se acomodó a mi lado―. Pero sacate el pantalón, nene.
―¿Qué? ¿De verdad? ¿No te molesta?
―Mirá cómo estoy yo ―señaló su bombacha―, y decime si me puede molestar. Sos mi hermano, Richard. No pasa nada.
―Bueno, sí, en eso tenés razón.
Me quité el pantalón, quedando en bóxer. Mis ojos recorrieron toda la anatomía de Macarena, puede que ella no sea la más tetona de la familia, pero sus piernas son espectaculares. Noté que mi verga daba un pequeño saltito involuntario, y recé a dios (si es que existe), para que no se me pusiera dura. Maca separó levemente las piernas, y pude notar cómo la bombacha le marcaba los gajos de la concha.
Diario de cuarentena:
<Ésta va a ser una noche muy larga>.
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