Un soldado en cuarentena Arco 2



Capítulo 3.

Una Noche con Macarena.

―¿De qué querés hablar? ―Preguntó Macarena.

Puse a funcionar mi cerebro, en un esfuerzo por olvidar el detalle de que mi hermana y yo estábamos en ropa interior… en la misma cama. Ella con su bombacha rosa y yo con un bóxer gris que, en cualquier momento, me traicionaría. Si mi pene creía apenas un poco, se notaría el bulto y no podría disimularlo.

―No sé… yo solamente quiero que te sientas bien.

―Si me salís con la frase: “Dale a tu cuerpo alegría, Macarena”, te juro que te echo a patadas.

―Prometí no molestarte más con eso ―dije, riéndome.

―¡Mejor! Porque esa puta canción me va a torturar toda la vida.

―Solamente dejame decir que “Tu cuerpo es pa’ darle alegria y cosa buena”.

―¡Tarado!

Agarró una almohada y empezó a pegarme, al menos ya se estaba riendo. Algo que creí imposible. Maca aún debía estar asimilando que su amante, su profesor de la universidad, había contraído el virus, y seguramente ella también… lo que la hacía culpable de contagiar a toda su familia. Esa sí que era mucha información para procesar.

―No sé si me molesta más la canción en sí ―dijo, cuando terminó de azotarme con la almohada―, o que sea una de las canciones favoritas de mamá.

―Para colmo vos sos muy del rock…

―Totalmente. Ni siquiera sé cómo se llama la banda que canta “Macarena”, solo sé que los odio; yo me quedo toda la vida escuchando La Renga, o Rata Blanca.

―Y Divididos… también jodés mucho con ellos.

―Muy cierto. Puede que algún día cumpla con mi objetivo en la vida: lograr que mi hermanito escuche algunas de esas bandas.

―Las escucho, pero me dan lo mismo ―dije, encogiéndome de hombros―. A mí la música me da un poquito igual.

―No digas eso delante de mí, porque se me parte el alma. Vas a terminar como mamá, escuchando cualquier cosa, porque todo le da lo mismo.

―Me parece que no te llevás nada bien con mamá.

―Antes nos llevábamos mejor, pero últimamente está actuando cada vez más raro. Creo que esa mujer está loca.

―Siempre estuvo loca.

―No, Richard. Lo digo de verdad ―me miró con un semblante sombrío, indicándome que hablaba muy en serio―. Me refiero a que está clínicamente loca. Tiene actitudes muy raras, cambios de humor muy repentinos.

―Vos estudiás psicología. De eso sabrás más que yo.

―Sí, pero apenas estoy en tercer año. Sin embargo muchos de los trastornos de los que nos hablan, encajan muy bien con las actitudes de mamá.

―¿Por ejemplo?

―Mmmm… como el trastorno bipolar.

―¿El de la doble personalidad? ―Pregunté, intrigado.

―No, gil. Eso es otra cosa. Muchos psicólogos piensan que no existe tal cosa como la “doble personalidad”. Sino que es una persona que se comporta de formas muy diferentes, dependiendo del contexto en el que está. Pero no deja de ser la misma persona.

―¿Entonces qué carajo es el trastorno bipolar?

―Es complejo. Resumiendo: se caracteriza por cambios de humor brusco. Una persona puede estar muy feliz en un momento, y a los diez minutos, sin causa aparente, está deprimida o enojada.

―Como mamá.

―Exacto. También está lo que se llama “Trastorno Límite de la Personalidad”. Varios síntomas encajan con el comportamiento de mamá.

―¿Como cuáles?

―Bueno, antes que nada aclaro que uno de los síntomas es la automutilación. Nunca vi a mamá lastimarse a sí misma, ni tiene cicatrices en los brazos ni nada eso. Pero este síntoma no siempre se presenta. Sin embargo hay otros síntomas que sí encajan a la perfección: la irritabilidad; impulsividad; ―los fue enumerando con sus dedos―. Hostilidad; falta de autocontrol… también tiene comportamiento compulsivo.

―De eso tiene mucho. Solo hay que ver cómo lava los platos... dos veces.

―Sí, buena observación. Eso podría ser una señal de comportamiento compulsivo.

―También tiene fobia a los gérmenes ―aseguré―. Ya viste lo dictatorial que se puso con todo el tema del Covid… y cómo te gritó a vos.

―Sí. Ella no quiere reconocerlo, pero eso de lavar los platos dos veces; fregar siempre los pisos con lavandina; no compartir el baño. Creo que son todas señales de una fuerte fobia hacia los gérmenes.

Me estaba gustando esto de psicoanalizar a mi madre. De pronto las piezas de su errático comportamiento comenzaron a encajar.

―Antes compartía el baño ―le recordé a mi hermana―. Creo que nos prohibió la entrada el año pasado.

―Sí, pero creo que es entendible, si tomamos en cuenta que sus trastornos empeoran cada día. Tal vez crea que si usamos su baño, lo vamos a contaminar. Me da miedo pensar cómo puede afectarle todo este asunto de la cuarentena. Para ella debe ser una situación sumamente estresante, que la va a llevar a hacer locuras…

―Como quitarle las llaves a Pilar; o encerrarte en tu pieza.

―Eso no es nada, creo que se va a poner mucho peor. Especialmente si el test del Covid nos da positivo. Y aunque no sea así, por algún milagro, igual vamos a tener que seguir haciendo cuarentena. Eso la va a poner histérica e irracional.

―¿Todavía más? Creo que es más peligrosa ella que todo el Covid del mundo.

―Es posible.

―Con Gisela estuvimos hablando de lo que te pasó… pensamos que tal vez a mamá le molestó más que vos hayas tenido una aventura con tu profesor, que el virus.

―No creo que sea así… con el terror que le tiene a los gérmenes, y a las enfermedades. Sin embargo es muy cierto que mamá parece tener…

―¿Odio hacia el sexo?

―Tal vez no sea odio ―ella se puso a pensar, después dijo―. Más bien no sabe cómo manejar la sexualidad. A mí me dio consejos muy contradictorios. Me dejó confundida. Por un lado me daba la impresión de que ella quería que yo cumpliera noventa años siendo virgen…

―Esa es la Alicia que yo conozco ―aseguré.

―Sí, pero también hubo otras cosas, que me daban a entender que yo debía disfrutar de mi vida sexual…

―¿Como cuáles?

―A ver, dejame hacer memoria y te cuento algunas de esas incómodas charlas de “madre e hija” que tuve con ella. ―Después de reflexionar unos segundos, continuó hablando―. Una vez me dio a entender que yo no me tenía que hacer la paja… ¡Ay, perdón! Lo solté así de una, sin pensar. No sé si estos temas te molestan.

―No, la verdad que no ―me generaba cierta incomodidad escuchar a una de mis hermanas hablando de hacerse la paja; pero podía manejarlo… siempre y cuando no se me pusiera dura la verga―. No me molesta, hablá tranquila… pero si a vos te jode…

―Nah, ¡qué me va a joder! Estudio psicología, nene… nos pasamos el día hablando de sexo. No hay asignatura que no esté relacionada con el sexo, de una u otra manera. En estos dos años y medio que llevo cursando la carrera, ya tuve tiempo más que suficiente para acostumbrarme a hablar de sexo con otras personas. Incluso con compañeros que ni siquiera conozco.

―¿De verdad hablan tanto de sexo en psicología?

―Sí, ¿por qué? ¿Estás pensando estudiarla? ―Preguntó con tono picarón.

―Tal vez… parece interesante.

―Y lo es. Se aprende mucho de la gente. Bueno, sigo… ya que estamos entrando en confianza ―me miró en silencio.

―¿Qué pasa? ―Pregunté.

―Es que nunca tuvimos una charla como esta antes. ¿Tuve que contagiarme de Covid para que te pongas a conversar conmigo?

―Bueno, es que… sos mi hermana mayor, y siempre creí que yo te molestaba.

―Nunca me molestaste, tarado. Sos mi único hermano varón ―me acarició la pierna―. Las cuatro te adoramos por eso, sos nuestro pequeño protegido. Tal vez si fueras el mayor no sería así; pero te tocó ser el más chico.

―Estefanía no me adora, de eso estoy seguro. Y con Pilar… con ella hablo menos que con vos. No sé casi nada de su vida. Es como tener a una vecina viviendo dentro de tu casa.

―Nadie sabe nada de la vida de pilar. No recuerdo cuándo fue la última vez que charlé con ella, estando las dos solas. Y Tefi te quiere… a su manera.

―Sí, me quiere matar.

Maca soltó una risotada.

―No, tarado. De verdad. Las cuatro te queremos mucho, de eso estoy segura. Deberías intentar hablar más seguido con nosotras, sin necesidad de que haya una Pandemia de por medio.

―Lo voy a intentar… y justamente por eso estoy acá con vos. Quiero conocerte mejor. ―De pronto se me ocurrió una idea―. ¿Podrías hacerme un favor, Maca?

―¿Cuál?

―Si todo este asunto del Covid no sale tan mal como pinta, ¿podrías intentar hablar con Pilar?

―¿Para qué?

―Para saber algo más sobre ella… ¿qué le pasa? ¿qué piensa? ¿qué le gusta? Vos tenés razón, no hablo con mis hermanas tanto como debería ―recordé el consejo de Gisela: mi trato con las mujeres debería ser muy bueno, al tener cuatro hermanas mujeres; pero antes tengo que empezar a hablar con todas ellas―. Me gustaría poder conocer un poquito mejor a Pilar… pero me da miedo. Puedo hablar con vos, con Gise y hasta con Tefi; pero con Pilar.... no sé ni por donde empezar a hablarle.

―Entiendo. Bueno, voy a hacer el intento, no es que yo me lleve demasiado bien con Pilar.

―Pero sos estudiante de psicología, sabés cómo comunicarte con la gente. Tomalo como un experimento.

―Eso me gusta ―soltó una risita―. Navegar dentro de la oscura mente de Pilar. Podría ser toda una aventura.

―Creo que sí…

―Bueno, te prometo que lo voy a intentar. ¿Querés que siga contándote lo que pasó con mamá, o lo dejamos para otro día?

―Contame. Ese tema me parece de lo más interesante.

―Está bien, pero te advierto que puedo ser un poquito muy directa. Si vamos a hablar como hermana mayor y hermano menor, no voy a andar poniéndole algodones a las palabras, para que sean más suaves. No es mi estilo. ¿Está claro? Si vamos a entrar en confianza, lo vamos a hacer bien.

―Entiendo. ―dije, totalmente aterrado. Era la primera vez que hablaba de esta manera con Macarena, y no sabía qué tan “directa” podría llegar a ponerse.

―Perfecto. Entonces te voy a contar cómo fue esa charla con mamá, y por qué se dio. Fue hace unos tres años. Yo estaba acá, en mi pieza, muy tranquila… haciéndome una paja ―me miró con esos impresionantes ojos azules, como si estuviera evaluando mi reacción. Tragué saliva y no dije nada. Noté que mi verga empezaba a despertarse, como si la sola mención de la palabra “Paja” hubiera activado su detector sexual―. Estoy segura de que vos te harás más de una paja, así que ni siquiera voy a pretender que yo no hago lo mismo.

―Me cuesta pensar que las mujeres lo hacen ―dije, con timidez―. Y más me cuesta creer que mis hermanas puedan hacerlo.

―Sos muy iluso, Richard. Sí que lo hacemos, hablo de las mujeres en general, y tal vez lo hacemos tan seguido como los hombres. Tengo amigas que opinan que no, que los hombres se pajean más. Yo tengo mis dudas. Tuve etapas bastante pajeras.

Macarena y Giesela tenían mucha razón en algo: Debía empezar a hablar más con mis hermanas. Mi política siempre fue la de no molestarlas, para que ellas no me molesten. Nunca me metí en sus vidas, ni ellas en la mía. Sin embargo en estos días de cuarentena aprendí más de mis hermanas que en los últimos años. Tal vez se debía a que ellas también estaban aburridas, y no sabían qué hacer; o quizás sea porque ya alcancé la edad suficiente como para que empiecen a tratarme de otra forma. Puede que sea un poquito de ambas.

―De verdad me cuesta mucho imaginarte haciendo esas cosas, Maca.

―Está bien, nadie dijo que debas imaginarlas ―soltó una de sus alegres risotadas―. Me quedo más tranquila sabiendo que no vas a intentar imaginar cómo me hago una paja. ―Evitarlo va a ser una tarea difícil, especialmente si ella sigue de hablando del tema con tanta soltura―. Me basta con que sepas que es así, y que no lo veas como algo raro. En mi opinión no hay nada de malo en hacerse la paja.

―Pero mamá no opina igual…

―A eso voy. Ese día, que yo estaba tan tranquila jugando con mi… asunto, mamá abrió la puerta de la pieza sin golpear ―siguió contándome―. Ahora te lo estoy contando con mucha calma, porque creo que ya lo superé; pero te aseguro que fue uno de los momentos más vergonzosos e incómodos de mi vida.

―Me imagino ―no, la verdad es que no me imaginaba, ni quería. Evité a toda costa ponerme en la situación de Macarena, y que mi propia madre me descubriera masturbándome. En ese momento recordé lo que pasó unos días atrás―. A mí me pasó lo mismo, en plena paja; pero con Gisela.

Maca abrió mucho sus ojos azules, se enderezó un poco en la cama, como si mi comentario la hubiera despertado.

―¿Gisela te sorprendió haciéndote una paja? ―Ya me había arrepentido de haber abierto la boca; pero era demasiado tarde. No podía hacer nada para esquivar este momento incómodo en el que me había metido―. ¿Cómo fue? Contame…

Diario de Cuarentena:

<Me metí en alto quilombo, por pajero>.

―Em… fue la semana pasada.

―Ah, hace re poquito.

―Sí… todavía no lo supero. ―¿Por qué le tuve que contar que me estaba pajeando? ¿No podría haber dicho simplemente que me vio desnudo?―. Pasó mientras yo me estaba bañando… en el único baño que mamá nos permite usar, a todos. Gisela quería hacer pis… entró igual, y bueno… me vio.

―¿Vos la tenias dura?

Nunca le había hablado a Macarena de mi verga, jamás. Ni una sola vez. En este quilombo me metí solito y nadie me iba a salvar.

―Em… sí… bastante dura. Digamos que fue imposible disimular. Fue muy incómodo, porque ella hizo pis mientras yo…

―¿Seguiste pajeándote con ella en el baño?

―No, no… me quedé quieto… y desnudo. Ella me miró raro…

―Como si hubiera descubierto a su hermano con la pija dura, haciéndose una paja.

―Algo así.

―Pobre Gise. Ella no es muy dada para los temas sexuales, le dan muchísima vergüenza. ¿Te dijo algo?

―No, se quedó muda. Terminó de hacer pis, y se fue ―no pensaba seguir confesando cosas. Me podía ahorrar los detalles sobre la charla que tuve con Gisela apenas unas horas antes.

―Bueno, no la culpo. Yo no sé cómo hubiera reaccionado en esa situación. No es que me moleste verte el pito, sino por la sorpresa. Una no se espera, al abrir una puerta, que del otro lado habrá una persona masturbándose. Estuve en la misma situación que vos, y sé cómo te sentiste. Gracias por contármelo.

―De nada, supongo.

―Lo bueno es que vas a entender cómo me sentí yo cuando mamá abrió la puerta. Lo mío también era indisimulable. Estaba desnuda, toda despatarrada… con los dedos metidos en la concha. ¿Qué le iba a decir? ¿Que me estaba rascando muy adentro? ―Empecé a reírme, más por los nervios que por otra cosa―. Mamá se enojó mucho. No me dio ni chances de taparme la concha. Me gritó de todo. Dijo que las señoritas decentes no se andan toqueteando de esa manera. Lo cual me pareció una exageración. No estaba haciendo nada malo, era una paja… pero para ella fue como si yo me hubiera estado sacrificando un cordero en un ritual satánico. Dijo que hacerme la paja era muy malo para mi salud mental. Que eso me iba a convertir en una puta adicta al sexo.

―¿Y eso tiene algo de cierto?

―No, para nada. Al contrario, desde el punto de vista psicológico y fisiológico, hacerse la paja es algo normal. Nos ayuda a aliviar la tensión sexual, y a conocer mejor nuestros cuerpos. Pero mamá me hizo prometerle que ya no me estaría toqueteando de esa manera.

―¿Le hiciste caso?

―Al principio sí, pero poco después empecé a estudiar psicología, y mi comprensión sobre el sexo cambió radicalmente. Es más, un día se lo comenté, como quien no quiere la cosa. “Mamá, estuve leyendo algo muy interesante en un libro de psicología. Al parecer masturbarse es algo positivo, para la salud mental”. Le solté un pequeño discurso, sobre los beneficios de hacerse la paja. Ella me miró con los ojos desorbitados, y no dijo nada.

―¿Nada de nada?

―No, se quedó totalmente muda. Como si mis palabras hubieran roto algo en su interior. Después de esta charla empezaron las cosas contradictorias. Un día me decía: “Espero que no vayas a la pieza a toquetearte”; y unas semanas después me soltaba: “Te noto contenta. Me parece que estuviste haciéndote una rica paja; el rubor de las mejillas te delata… y te queda lindo”.

―Bueno, eso es cierto.

―¿Qué? ¿O sea que vos también notaste cuando yo me había hecho una paja?

―No, nada que ver. Jamás me imaginé que vos hicieras eso. Me refiero a que el rubor te queda lindo. Te hace resaltar mucho el color de los ojos.

―Ay, gracias. Sos un dulce. Ni siquiera mi profesor me dijo algo tan lindo.

―¿Me vas a contar sobre él?

―Tal vez, ¿te interesa oírlo?

―Me da curiosidad saber cómo terminaste en la cama con tu profesor.

―¿No te parece que es algo malo?

―No, para nada. Ustedes ya son adultos.

―Bueno, termino de contarte lo de mamá, y te cuento lo del profesor. Total, tenemos toda la noche.

―Sí, quiero saber qué más te dijo mamá… para estar preparado, por si alguna vez me suelta el discursito de “hacerse la paja está mal”.

―Es que eso es lo contradictorio. No siempre me dijo “Está mal”. Hubo un día en el que, otra vez, se metió a mi pieza sin golpear… y yo estaba en plena paja. Me enojé mucho con ella, porque si tengo mi cuarto es para tener privacidad. No me gusta que nadie entre sin golpear. Lo considero una falta de respeto. Tal vez su cambio de actitud se debió a que en esta ocasión fui yo la que se enojó. Me pidió perdón, me dijo que yo tenía razón, que ella debió golpear, que no lo iba a hacer más… y además dijo: “Seguí con lo que estabas haciendo, no era mi intención interrumpirte. Solamente vine a buscar algo de ropa, para salir con mis amigas”.

―¿No será que te trató bien para que le prestes tu ropa?

―Sí, puede ser, eso también lo pensé. Pero de verdad, había en ella un brillo especial. Me dio la impresión de que estaba siendo sincera. A eso agregó: “¿Sabés que yo nunca aprendí a hacerme bien la paja?” Casi me muero ahí nomás. Ya no sentía vergüenza de que ella me viera en concha; pero ese comentario me dejó totalmente descolocada.

―No me imagino a mamá…

―No creo que sea algo que debas estar imaginando.

―¿Y ésto cuándo pasó?

―Hace unos siete u ocho meses. Y ese día la noté incluso interesada en aprender a hacerse una paja. Me dijo: “Algún día me deberías enseñar a hacerlo bien”. Me quedé helada. Pero lo que más me sorprendió fue que me preguntara: “¿Estás viéndote con algún noviecito? Ya estás en edad de tener alguno?”.

―¿Y vos le dijiste algo?

―No, nada. Me tapé con las sábanas y esperé a que ella saliera de la pieza. No sabía cómo mierda reaccionar. Mamá es una persona muy inestable. Cualquier cosa que le hubiera dicho, se la podría haber tomado muy mal… o muy bien. Decidí no correr ese riesgo. Además, ¿qué le iba a decir? “Sí, mamá… justamente ayer le estuve chupando la verga al profe Marcelo”.

―Apa… ¿eso es cierto?

Ella me sonrió con mucha picardía, algo que nunca creí ver en la cara de Macarena. Ella posee facciones que inspiran mucha dulzura, uno simplemente no puede imaginarla como “Una chica que se porta mal”.

―¿Y a vos qué te parece? Ya sabés que me lo cogí.

―Sí, pero pensé que era algo más reciente… de hace apenas unas semanas. Si pasó hace unos ocho meses, entonces no hay mucho riesgo de contagio.

―No te hagas ilusiones, Richard. Mi aventura con Marcelo empezó hace unos ocho meses; pero sigue hasta el día de hoy… bueno, creo que después de todo esto ya no.

―¿Cuándo fue la última vez que…?

―¿Que cogimos? ―Preguntó con total naturalidad. A mí se me estaba parando la verga, intenté disimularlo flexionando un poco una pierna―. Justo antes de que empiece la cuarentena. Un día antes de festejar mi cumpleaños… me dio un lindo regalito.

―No sé si quiero saber de ese regalito.

Ella soltó una risita, se cubrió la boca con una mano, para no hacer mucho ruido.

―Si te molestan los detalles, entonces mejor no te cuento nada. Porque cuando yo me pongo a contar estas cosas… suelo ser muy detallista.

―Eso me gusta. Cuando leo libros, me gusta que el escritor sea muy detallista; creo que por eso me agrada tanto Stephen King.

―Yo leí un par de libros de ese autor, me gustaron mucho.

―¿En serio? No te imaginaba leyendo esas cosas.

―A mí me gusta leer, te lo dije mil veces.

―Sí, pero pensé que te gustaban otro tipo de novelas.

―Es que me gustan otro tipo de novelas; pero también me agrada King.

―¿Y qué libros leíste de él? ―Estaba ganando tiempo, para que mi verga bajara un poco.

―Cementerio de Animales y El Resplandor. Me gustaron mucho los dos.

―Sí, a mí también. Ya los leí. Cementerio de Animales es mi favorito.

―No me vendría mal leer algo, para despejar un poco la mente. Vos tenés un montón de libros de Stephen King.

―Tengo casi todos, y son un montón. En cada cumpleaños me regalaron como diez.

―Sí, me acuerdo que Gisela venía con una lista de libros de Stephen King que todavía no tenías, y nos decía que te regaláramos uno para tu cumple.

―Es una genia Gisela, sin ella no hubiera podido conseguir tantos. Después entrá a mi pieza y elegí cualquiera que te resulte interesante.

―Muchas gracias, hermanito ―me dio un repentino beso en la mejilla.

Supuse que ella andaba muy necesitada de afecto, en este duro momento que estaba atravesando. El problema fue que el contacto con la tibieza de su cuerpo me jugó una mala pasada, para colmo uno de los pechos de Macarena se posó sobre mi brazo. Mi verga despertó y fue ganando tamaño a un ritmo preocupante. Ella no se apartó, cruzó un brazo por detrás de mi espalda, y se quedó allí, pegada a mí. Busqué en mi mente un tema para sacar conversación, pero lo único que atiné a decir fue:

―¿Pasó algo más con mamá, o desde ese día no te jodió más por hacerte la paja?

―Sí, pasaron más cosas… es que ella es una mujer sumamente extraña. Su forma de actuar depende muchísimo de su estado de ánimo. Hubo una tarde en la que se enojó con Ayelén…

―¿Por qué no me extraña? Ayelén es insoportable.

―Es cierto; pero se me hizo muy raro que mamá discutiera con ella. Por lo general Ayelén y Alicia se llevan muy bien. Hace unos cuatro meses las vi discutiendo, mamá le decía que tenían que solucionar urgente ese problema, no sé a qué se referían, ni me importó. Ayelén le respondió que actuando como una loca histérica no iba a solucionar nada. Al final entendí que Alicia estaba exagerando ese problema, y Ayelén le decía que no era para tanto. Lo importante de este asunto es que la ligué yo, sin tener nada que ver. Me había asomado en el living, para escuchar qué pasaba… como venía de mi pieza, estaba en tanga. Cuando mamá me vio se puso como loca, me gritó que yo era una puta, por andar por la casa en tanga, sabiendo que hay más gente conviviendo allí, incluso un hombre. Pero Alicia estaba hecha una furia y me gritó que seguramente yo estaba pensando en hacerme una paja, como una adicta. Lo curioso fue que Ayelén me defendió, ella dijo algo muy cierto: “Richard se pasó la vida conviviendo con mujeres, no se va a morir por ver a una de las hermanas en tanga”.

―Claro, es muy cierto…

―Sí, eso mismo pensé. Ver mujeres en ropa interior debería ser lo más normal del mundo para vos.

―Puede ser…

Pero no lo era. Mis hermanas solían ser bastante recatadas con ese tema, no acostumbraban a pasearse por la casa en ropa interior… y estar viendo a Macarena en tanga, desde tan cerca, me estaba provocando una de las erecciones más incómodas de mi vida.

―En fin ―continuó diciendo ella―. Le grité a mamá que no se metiera en mi vida privada y le dije que si yo quería andar en calzones en mi propia casa, tenía todo el derecho del mundo a hacerlo. Ayelén agregó que si ella viviera acá, andaría en tanga sin problemas; porque le importa tres carajos el impacto que pueda tener en un… ―me miró con una sonrisa picarona―, en un pendejo pajero.

―¿Lo dijo por mí?

―Sí, pero no te ofendas… ya sabés cómo es ella.

―Eso explica por qué andaba en tanga en mi pieza, cuando entré a buscar el libro. No le importó en lo más mínimo.

―A ver, yo no me llevo muy bien con Ayelén, eso ya lo sabés; pero tengo que admitir que en este caso tiene razón. Mamá es demasiado estricta con eso de la ropa interior. La mayor parte de los miembros de la casa somos mujeres, podríamos andar en tetas todo el día, que nos daría lo mismo. ―Intenté no llevar mi imaginación por ese lado, sería contraproducente imaginarme a todas mis hermanas en tetas, caminando por la casa―. Y en cuanto a vos, que sos el único varón… bueno, te vas a acostumbrar. Al fin y al cabo somos tus hermanas.

―Sí, totalmente ―dije, fingiendo una seguridad que no tenía―. No es para tanto ver mujeres en calzones, si son mis hermanas.

―O tu mamá… porque Alicia también podría andar igual, si lo quisiera.

―Claro… ―la idea de que mi madre deambulase en tanga por la casa se me hacía de lo más irreal―. Así que ahora mamá volvió a odiar que te… que te hagas la paja.

―No, porque ella es tan cambiante como el clima. Con ella un día llueve, y al otro sale el sol. Hace poco, cuando se estaba acercando mi cumpleaños, llegué re cansada de la facultad. Me senté en una silla y ella se me acercó por detrás, me hizo unos masajes en los hombros y me abrazó de forma muy maternal. Hacía rato que no la veía tan cariñosa. Pero lo más raro fue lo que dijo: “¿Por qué no te das un baño y te acostás un rato? De paso te podés hacer alguna rica paja, así aliviás un poquito la tensión”.

―¡Wow… qué loco! Me cuesta mucho imaginar a mamá diciendo la frase “hacerse la paja”. Como que no parece propio de ella.

―Sí, me resultó muy chocante cada vez que le escuché decir algo así; pero lo dijo, como si fuera lo más natural del mundo. O sea, hacerse la paja es algo natural, sin embargo para ella no lo es tanto. Ese día le hice caso, cuando entré a mi pieza ella estaba cambiando las sábanas de mi cama, cosa que casi nunca hace. Me dijo que lo hizo para que yo estuviera más cómoda. Para ver hasta dónde estaba dispuesta a llegar, cerré la puerta y me quité la toalla. “Perfecto”, le dije, “tengo muchas ganas de hacerme una buena paja, últimamente ando muy caliente”. Eso era cierto, aunque no le dije que el motivo eran mis aventuras con el profe. Me acosté en la cama, abrí las piernas y la miré, desafiante, como si le estuviera diciendo: “Mirá que me voy a pajear de verdad”. Ella no se movió, y yo fui más lejos… era como un duelo de miradas en el viejo oeste, la primera que cediera, perdía. Empecé a acariciarme la concha. ―Para mostrarme cómo lo hizo, Macarena masajeó su entrepierna, por encima de la ropa interior. Mi verga se puso totalmente dura, dentro del bóxer, y fue imposible disimularlo―. Mamá siguió sin moverse, y para colmo ahora miraba directamente lo que yo estaba haciendo con los dedos. Siendo honesta, me costaba mucho concentrarme en la tarea de pajearme con ella mirando; pero si hay algo que heredé de Alicia es la testarudez. No pensaba ceder. Me froté el clítoris tan rápido como pude, como diciéndole: “Mirá, mamá… así es como me hago la paja. ¿No querías aprender?”. Pensé que ella se ofendería por mi actitud, pero nada… me miró muda, como si yo fuera un interesante sujeto de experimento. Con tanta frotada a mí se me subió la temperatura… empecé a calentarme en serio, a pesar de que ella estuviera ahí. Es una cuestión física, más que psicológica. No me gusta estar excitada frente a mí mamá; pero la paja que me estaba haciendo iba muy en serio. Tanto que empecé a colarme los dedos… ―Mi pija se puso tensa hasta el límite cuando me imaginé a Macarena con las piernas abiertas, metiendo dos dedos dentro de su concha… ella es una mujer muy hermosa y cualquier hombre heterosexual se hubiera calentado al ver esa escena. Mi imaginación no tenía que trabajar demasiado, porque Macarena seguía acariciando todo el largo de sus gajos vaginales, por encima de la bombacha. Hasta pude notar una protuberancia donde estaba su clítoris―. Por suerte la primera en ceder fue mamá, porque de lo contrario me hubiera visto obligada a hacerme toda la paja delante de ella, una situación muy incómoda. Antes de irse ella me sonrió y dijo: “Pasala lindo”.

―Me confunde mucho esa mujer.

―Y a mí más. Incluso con todo lo que sé de psicología, me cuesta mucho comprender cómo piensa. Hay días en los que me trata como si yo fuera la peor puta del mundo, por hacerme una paja, y otras veces me habla como si fuéramos íntimas amigas.

―Espero no tener que pasar por situaciones como esas.

―Ojala que no. Pero bueno, al menos desde ese momento me dejó en paz con mi masturbación… hasta que pasó lo de esta noche.

―Me da más miedo cómo va a reaccionar ella que el Covid, te lo juro.

―Sí, a mí también….

―¿Creés que sería capaz de echarte de la casa?

―¡Ay, no! Espero que no… dudo mucho que llegue tan lejos; pero sí que se va a enojar un montón. Me va a tratar para la mierda… y para colmo vamos a tener que estar lidiando con ese puto virus.

―Mejor no pensemos en eso ahora.

―Sí, tenés razón ―ella bajó su mirada, hasta toparse con mi más que evidente erección―. Me parece que vos llevás mucho rato sin hacerte una paja ―dijo, señalando mi bulto.

―Más o menos… es un poco difícil hacerlo, sin dormitorio propio ―intentaba mantener la compostura, actuar como si todo fuera super normal; pero tenía ganas de salir corriendo. Me avergonzaba mucho que mi hermana me viera la pija dura.

―Sí, eso mismo estaba pensando. Yo no sé qué haría si no tuviera una pieza para mí… con lo pajera que soy ―mi verga dio un pequeño saltito―. ¿Querés que hagamos un trato? ―Noté un brillo de picardía en sus ojos―. Quiero darme un baño, y puede que me demore un poquito. Vos podés aprovechar ese rato libre para… jugar con el muñeco ―señaló mi bulto―. Eso sí, te pido que después uses los pañuelos descartables, para limpiar todo… no quiero un enchastre en mi cama.

―¿Lo decís en serio? ―Fue lo único que atiné a preguntar.

―Sí, claro. A mí no me molesta que lo hagas, hasta me siento un poquito mal de que no tengas un espacio en la casa para poder hacerlo tranquilo. Yo te presto la pieza por un rato, mientras me baño. Te prometo que cuando vuelva, golpeo la puerta, no quiero interrumpirte.

Se puso de pie casi de un salto y se dirigió hacia la puerta, sus nalgas se bambolearon ante mis ojos y pude ver cómo los labios de su concha mordían la ropa interior. La verga se me puso aún más dura. Ella salió del cuarto sin darme tiempo a decir nada más.

Me quedé solo, mirando el techo. No sabía qué hacer. Me hice muchas pajas a lo largo de mi vida, pero nunca con el permiso de una de mis hermanas. Era muy extraño tocarme sabiendo que Macarena sabía lo que yo estaba haciendo. Sin embargo ya no aguantaba más, tenía los huevos llenos de leche, y necesitaba sacarla, cuanto antes.

Saqué la verga del bóxer y sin perder más tiempo empecé a pajearme con ganas. Fue un alivio inmediato, tenía una erección muy potente, que clamaba a gritos por atención, y ahora se la estaba dando. Por mi mente vagaron varias imágenes que me hicieron sentir culpable: el culo de mi prima Ayelén; las fotos eróticas de Estefanía… y la bombacha de Macarena, apretada entre sus labios.

Culpable o no, estas imágenes me ayudaron un montón con la tarea. Cerré los ojos y castigué mi verga tan rápido como mi mano derecha me lo permitía. Por lo general me gusta aguantar un buen rato antes de acabar; pero esta vez no podía darme ese lujo. No sabía cuánto demoraría mi hermana en regresar, y quería tener el asunto ya bien terminado cuando volviera. Masajeé mis huevos, eso siempre me ayuda a aumentar la calentura, y dejé que mi mente vagara un rato por esos rincones prohibidos, llenos de imágenes de mis hermanas. Ganaron mucho protagonismo las grandes tetas de Gisela, pocas veces las vi en escotes, ya que a ella le avergüenza un poco mostrarlas; pero lo poco que había visto servía de maravilla para ilustrar el momento. Estaba llegando a un asombroso clímax, cuando escuché el ruido de la puerta.

Pensé que se trataba de Macarena, tal vez ella había olvidado su promesa de golpear la puerta. Pero al abrir los ojos me encontré con la peor imagen posible, hubiera preferido que se me apareciera un fantasma, o el mismísimo Satanás (si es que existe). Lo que vi fue mucho peor.

Acogoté mi verga, como si intentara matar a un ganso, esto detuvo la inminente eyaculación; pero sabía que no podría aguantarlo durante mucho tiempo.

Diario de Cuarentena:

<Tengo la verga está a punto de escupir litros de leche, como si fuera un volcán… y mi mamá me está mirando>.

Capítulo 4.

Un Pacto con Alicia.

Mi madre me miraba con los ojos desencajados, desde el umbral de la puerta. Yo estaba acogotando mi verga, con tanta fuerza como me era posible. Algunas gotitas de semen ya estaban saliendo, podía sentir la presión de todo lo que aún quedaba adentro. Sabía que debía aliviarla, de lo contrario mi pene estallaría.

―¡Richard! ¿Se puede saber qué mierda estás haciendo?

Dijo Alicia, con la voz demasiado elevada. Tenía miedo que los gritos de mi madre despertaran a todas las personas de la casa y que mis hermanas vinieran a ver qué ocurría.

―¡Mamá… yo… em!

Sus ojos estaban clavados en mi verga, la miraba como si se tratase del cadáver de algún animal extraño, algo de lo que tendría que deshacerse. Empecé a sentir contracciones en la boca de mi estómago, una mezcla de dolor y placer; se trataba del clímax de la eyaculación, que aún no había terminado. Estaba caliente, necesitaba sacar todo lo que quedaba dentro, de lo contrario podría morirme… o peor: podría quedar impotente.

Mi madre entró al cuarto de Macarena, como si quisiera detener lo que yo estaba haciendo; quería explicarle que ya era demasiado tarde.

―¿Cómo se te ocurre hacer esto en el cuarto de tu hermana? Salí de acá, ahora mismo, antes de que Macarena se entere.

―Pero, mamá… ―dije, avergonzado.

Fue inútil, ella no quería escuchar mis palabras. No serviría de nada explicarle que Macarena ya sabía lo que yo estaba haciendo. La desesperación de Alicia era tan grande que cometió un grave error. Me sujetó de los hombros y tiró de mí, como si quisiera arrancarme de la cama.

―No, mamá… esperá ―supliqué, aún ahorcando mi verga.

Los últimos segundos eran decisivos. Debía alejarme de ella antes de…

Me puse de pie sobre la misma cama, mi intención era correr fuera del dormitorio y refugiarme, no sé donde, para liberar el semen que clamaba por salir. Sin embargo mis intentos fueron frustrados. Alicia no me dejaría huír tan fácil. Como una tigresa se lanzó sobre mí, sus ojos estaban llenos de rabia. Con mi mano izquierda intenté apartarla, mientras hacía equilibrio en el colchón. Di un par de pasos y sentí un tirón en mi brazo izquierdo. Mi madre me tenía bien sujeto, giré, quedando justo frente a ella. Estaba dispuesto a decirle la verdad: Estuve haciéndome la paja y necesitaba acabar… con suma urgencia.

Antes de que alguna palabra pudiera escapar de mi boca, ella me agarró la muñeca derecha y dio un fuerte tirón, como si quisiera hacerme bajar de la cama. Éste fue su segundo gran error.

El tirón fue lo suficientemente fuerte como para que yo soltara mi verga, pero no tanto como para sacarme de la cama. Quise volver a apretar mi miembro erecto, pero ella me lo impidió.

Como yo estaba de pie sobre la cama, y ella abajo, mi verga había quedado en una posición sumamente desfavorable: justo a la altura de la cara de mi madre. Sentí una fuerte contracción, ya no podía hacer nada para evitarlo. Con los ojos chispeando de bronca, ella me miró y dijo:

―Ahora mismo me vas a explicar…

Se quedó muda a mitad de la frase, pasó lo que tenía que pasar. Al liberar la sujeción, mi verga empezó a escupir potentes chorros de semen, los más intensos que largué en toda mi vida. Llevaba días acumulando toda esa leche y salió con una furia bestial, cayendo en toda la cara de mi madre. Ella no fue capaz de soltarme las muñecas, eso hubiera ayudado un poco. Intentó apartarse, giró la cara hacia un lado, luego hacia el otro, como si quisiera esquivar los disparos de semen. Fue inútil. La cara se nos puso blanca, a mí por el terror, y a ella por toda la leche. Incluso pude notar que varios chorros fueron a parar a su boca, la cual estaba abierta porque la interrumpí mientras hablaba. Mi pija se sacudió con violencia espasmódica y más chorros de semen saltaron, sobre sus mejillas, el puente de su nariz, cruzando su frente, en el pelo, los labios, el cuello… todo formaba parte de la zona de impacto. Y por más culpable que me sienta por haberle hecho eso a mi propia madre, fue una de las acabadas más placenteras que experimenté en mi vida.

Por si la situación no era lo suficientemente complicada, se puso aún peor. Justo en ese momento apareció Macarena, envuelta en una toalla. Se quedó tan impactada y sorprendida como mi madre. Tardó varios segundos en reaccionar. Yo miré a las dos, Macarena tenía el pelo mojado y el inicio de la curva de sus pechos asomaba sobre la toalla, ésta era demasiado corta y con lo justo alcanzaba a cubrir su entrepierna. Alicia parecía un pez fuera del agua, tenía los ojos muy abiertos y su boca se abría y se cerraba, como si quisiera decir algo y a la vez quitarse todo el semen que tenía sobre la lengua. Carajo, si hasta tragó un poco.

Diario de Cuarentena:

―¿Pero qué carajo está pasando? ―Preguntó Macarena, con los ojos desorbitados.

Tuvo el atino de cerrar la puerta detrás de ella, para que no se asomaran más curiosas.

―No pienses mal, Macarena ―dijo mi mamá, soltando mis muñecas. Me sorprendí que ella pareciera asustada―. Es que… es que encontré a este infeliz, ¡tocándose en tu cama! Lo quise sacar y mirá cómo me dejó. ―Señaló su propia cara, que parecía un mapa pintado con blanca leche―. ¡Lo voy a matar! ¿Cómo se le ocurre hacer eso en la pieza de una de sus hermanas?

―Mamá, calmate ―dijo Macarena, como si eso fuera posible―. Yo le di permiso a Richard para que lo hiciera.

―¿Qué? ¿Vos le permitiste…?

―Hacerse una paja en mi pieza, sí… cuando escuché tus gritos vine a ver qué pasaba… me imaginé que lo habías encontrado; pero no sabía que… ¿te querés limpiar?

―¡Fue un accidente! ―Exclamé―. Lo juro… yo no quería… ella llegó justo en el peor momento, ya no podía aguantar. Quise salir corriendo, pero mamá no me dejó…

―No me dijiste que estabas por acabar.

―¡No me diste tiempo! Pensé que me ibas a matar…

―Es que te va a matar ―aseguró Macarena―. Accidente o no…

―Perdón, mamá… en serio, fue sin querer.

Ver a mi propia madre con la cara llena de semen es algo que no imaginé ni en las más locas de mis fantasías sexuales. Tengo que admitir que esa imagen me dio un morbo tremendo. Sea mi mamá o no, Alicia tiene una cara muy bonita… mi lado masculino más primitivo disfrutó al verla cubierta de leche, como si ella acabara de disfrutar una intensa sesión se sexo. Pero mi lado de “único hijo varón”, me recordaba que esa mujer era mi progenitora y que lo que yo había hecho era una aberración. Como dijo Maca: me va a matar, por más que sea un accidente. Lo hecho, hecho está.

―Vos y yo vamos a tener que hablar muy seriamente, Richard ―dijo, señalándome con el dedo―. Maca, pasame la toalla, así me limpio la cara.

―No, mamá… debajo de la toalla no tengo nada.

―Tu hermano está en pelotas ―señaló mi pene, que aún se mantenía erecto y rebosante de energía sexual. La mirada de Macarena se clavó allí, como si por primera vez fuera consciente de mi desnudez. Su mandíbula se abrió―. Y yo te vi en concha más de una vez, y no te importó. ¿Me vas a decir que ahora te da pudor? ¡Dame la toalla!

―No grites, mamá ―dijo Maca, apretando los dientes―. Es muy diferente… yo no pedí ver desnudo a Richard, y él es hombre…

―¡Dame la toalla, Macarena!

―Solo si me prometés que no vas a matar a nadie… especialmente a Richard.

―No voy a matar a nadie ―aseguró ella, más calmada… aunque era difícil saberlo, con tanto líquido blanco fluyendo por su cara―. Lo único que quiero es limpiarme la cara, esto es muy incómodo… no quiero que ustedes me vean así... por favor, Maca...

Macarena mordió su labio inferior, volvió a mirar mi verga y dijo:

―¡Ok, ya fue! Al fin y al cabo somos hermanos…

Se quitó la toalla y al instante pude ver aparecer sus tetas. En comparación con las de Gisela, éstas eran más bien pequeñas; pero contaban con erectos pezones sonrosados que le brindaban mucho encanto. Su vientre plano y sus caderas de curvas prominentes fueron los siguiente en aparecer. Cuando la toalla por fin se alejó de su cuerpo, pude ver su pubis. Me sorprendió descubrir que Maca tenía la entrepierna perfectamente depilada. Mantuvo las piernas lo más juntas posible, pero aún así pude notar la raya de su concha. Mi verga, que lentamente estaba volviendo a su estado de reposo, volvió a despertar, con toda la intensidad del mundo. Se me puso aún más dura que antes. Creo que Macarena notó esto, porque vio el salto que dio mi pija y se sonrojó. Quería aclararle que todo era un simple acto reflejo, algo que no podía controlar. Las palabras no salían de mi boca.

Mi mamá le sacó la toalla de la mano de un tirón y empezó a limpiarse toda la cara. En voz baja empecé a recitar, sin darme cuenta: “Perdón… perdón… perdón”.

Cuando Alicia estuvo limpia, volvió a mirarme y dijo:

―Ya está Richard, ya pasó… entendí que todo fue un accidente. ―Macarena y yo nos miramos, no entendíamos nada. ¿Dónde había quedado su furia asesina?―. No te preocupes… fue un momento incómodo, pero creo que lo mejor para todos nosotros es olvidarlo. Hacer de cuenta que nunca pasó.

Se formó un silencio incómodo que duró una eternidad. Por fin Macarena dijo:

―Mamá ¿estás bien?

―Sí, ¿por qué?

―Em… no sé… me sorprende mucho que te estés tomando esto con tanta calma. De verdad ya me estaba preparando para agarrarte, en caso de que quisieras ahorcar a Richard.

―¡Ay, no! ¿Por qué haría eso? Es mi hijo… estoy segura de que él no lo hizo con mala intención. Sería incapaz de… tirarle semen a su madre a propósito. ¿No es cierto, Richard?

―¡Claro, claro! ―Me puse muy incómodo, ahora tenía a mi madre y a mi hermana mirándome la pija, como si se tratara de la nueva mascota de la familia―. Fue sin querer, lo juro. Vos me agarraste… yo quería salir de la pieza, para evitar esto. Perdón, Maca… si no fuera por mí, vos no estarías desnuda, aguantando todo esto.

―No, sonso… la culpa es mía. Sé muy bien que mamá nunca golpea mi pieza, sin importar que haya alguien haciéndose una paja ―miró a Alicia con reproche, la aludida agachó la cabeza―. Tendría que haber sospechado que algo así podría pasar.

―Pero… ¿por qué le diste permiso a tu hermano para hacer una cosa así?

―¿No es obvio, mamá? Desde que la tía Cristela y Ayelén se instalaron en el cuarto de Richard, el pobre chico no tiene un espacio para la intimidad. Ni siquiera en el baño… porque somos un montón de personas usando el mismo baño. ―Por estar protestando, Macarena olvidó su desnudez, sus piernas se separaron un poco y pude ver más de los gajos rosados de su concha―. Es el único hombre de la casa… y vos deberías saber muy bien que todos necesitamos un ratito íntimo para hacernos una paja. Ya hablamos de ese tema… y lo charlé con Richard.

―¿Ustedes hablan de esas cosas?

―No, por lo general no ―respondió Macarena―. Pero esta noche sí hablamos de eso… me dio un poco de pena. Richard lleva días buscando un lugar o momento para la intimidad, pero en una casa abarrotada de mujeres, no puede hacerlo.

―Perdón, Richard… no pensé en eso. Es mi culpa.

Mi madre estaba actuando de una forma muy extraña, y no sabíamos por qué. Esta actitud pacifista no parecía encajar con la Alicia que nosotros conocíamos. Creo que nunca la escuché asumiendo la culpa sobre algo. Ella es muy orgullosa y casi siempre culpa a otros de las cosas malas que le ocurren.

―En serio, mamá, algo te pasa ―dijo Macarena, que evidentemente notaba lo mismo que yo―. Por que pasó con mi profesor… y ahora esto, hubiera creído que nos matarías a los dos. A Richard por llenarte la cara de leche, y a mí por permitirle hacerse una paja en mi pieza.

―Ay, Macarena, no hables así ―se quejó mi madre―. Eso de que Richard “me llenó la cara de leche” suena muy mal…

―Pero es lo que pasó.

―Fue un accidente ―repetí automáticamente, seguiría diciendo esa frase durante toda mi vida.

―Sí, ya lo entendí ―aseguró Alicia―, por eso no me gusta que tu hermana lo diga de esa manera… como si esto fuera una película porno. Richard no me llenó la cara de leche… él justo… eyaculó… y yo estaba delante. No me imaginé que eso iba a pasar, de lo contrario lo hubiera dejado salir corriendo. Pasó todo muy rápido, me asusté. Nunca pensé que vos le habías dado permiso, Maca. Creí que si veías lo que él estaba haciendo, te ibas a enojar mucho.

―Sabés que no es así, mamá. A mí no me molesta que la gente se masturbe, lo considero una práctica muy sana. A la que le molesta es a vos.

―Mejor hablemos de otro tema ―mi mamá miró el cuerpo desnudo de su hija y luego el mío. Creí que nos iba a pedir que nos cubriéramos con algo, pero se limitó a sonreír. Macarena y yo nos miramos sin entender nada―. Tengo una buena noticia para darles.

―Debe ser muy buena ―dije―. De lo contrario no estarías tan contenta.

―Sí, es la mejor noticia que me podían dar hoy: Hace un rato me llamó el médico… el mismo al que le pedí que viniera a revisarnos mañana. Resulta que todo el asunto del contagio fue un error.

―¿Qué? ―Preguntó Macarena, abriendo mucho los ojos.

―Sí, lo que escucharon. Tu profesor no tiene Covid, mejor dicho: es improbable que lo tenga. De todas maneras hay que esperar los resultados de los análisis, que van a tardar entre 48 y 72 horas.

―Pero… ¿cómo saben que no está infectado?

―Porque todo fue una mentira contada por uno de sus alumnos. Un tal Mariano Contreras.

―¡Lo conozco! Se pasa el día mirándome el culo, ya me invitó a salir como diez veces… siempre le dije que no. Es el hermano menor de mi amiga, Camila Contreras. Un pendejo pajero de dieciocho años… sin ánimo de ofender a los presentes.

―No me ofendo, acepto mi condición de pendejo pajero.

―Ese pelotudo me tiene ganas, tal vez se enteró que yo andaba con el profesor Marcelo… por eso inventó toda esta mentira.

―No sabía que era el hermano de Camila ―dijo mi mamá―. No me acordaba de su apellido. En fin, al parecer la policía interrogó a este chico, Mariano Contreras, porque descubrieron que la primera fuente de información partía de una publicación suya en Twitter. Además le estuvo mandando mensajes a varias personas repitiendo lo mismo, que el profesor Marcelo tenía Covid.

―Claro… ¿cómo iba a saber Mariano que el profe tenía Covid antes que nadie? ―estaba muy enojado por lo que ese pelotudo le hizo pasar a mi hermana.

―Antes que el mismo Marcelo, inclusive. ―siguió Alicia―. El profesor no entendía nada cuando el médico lo llamó para que se realizara el test. El jura que no estuvo en el exterior en los últimos años. Claro, él fue quien les mencionó que había tenido esta aventura con vos, pero tengo entendido que no lo hizo para ocasionar problemas.

―No, Marcelo no es así. Si él lo dijo fue porque se preocupó por mí. Intenté llamarlo, pero tenía el teléfono apagado. Seguramente lo deben estar acosando con llamadas y mensajes. ―Me sorprendió que Macarena pudiera hablar con tanta calma estando completamente desnuda. Yo no sabía dónde meterme ni con qué taparme.

―Sí, bueno… resulta que Marcelo se asustó porque creyó que vos lo habías contagiado a él, y pensó que podías estar mal.

―Em… pero nunca la llamó ―dije, y en ese momento me di cuenta de que había metido la pata; pero ya no podía echarme para atrás―. Es decir… o sea… si el tipo realmente estaba preocupado por ella. ¿Por qué no la llamó?

―No sé ―dijo Macarena―. Tal vez no tuvo tiempo… no me importa.

Mi mamá bajó la mirada, seguramente ella estaba pensando lo mismo que yo… algo que Macarena no quería admitir: al tipo no le importaba tanto esa alumna con la que había tenido una fugaz aventura sexual.

―Lo importante ―dijo Alicia, aliviando un poco la tensión―, es que todo parece ser fruto de una mentira inventada por Mariano Contreras.

―¡Lo voy a matar! ―Macarena hervía de rabia.

―No hace falta que te metas ―mi mamá parecía mucho más tranquila―. De eso se va a encargar la justicia, lo que hizo este chico es un delito. Trajo muchos problemas y, según lo que me dijo el médico, le van a hacer pagar por todos los hisopados.

―Bien hecho, por imbécil ―dije. Bajé de la cama porque ya me estaba sintiendo muy incómodo al ver cómo mi verga apuntaba hacia la cara de mi mamá o a la de mi hermana.

―En realidad ―dijo Macarena―, lo van a tener que pagar los padres de Camila, porque ese pelotudo no tiene trabajo.

―Eso sí que me da pena ―aseguré―. Me gustaría que pague él, por lo que hizo… no sus padres.

―Seguramente le pondrán algún castigo. Espero que le corten las pelotas. ―Al escuchar las palabras de mi hermana sentí un escalofrío en el centro de mis testículos―. Entonces ¿nos van a hacer el test igual?

―No, el médico me dijo que no van a hacer nada hasta tener los resultados del test de Marcelo… y lo más probable es que dé negativo.

Sabía que no estaba en posición de hacer reclamos; pero Macarena me defendió cuando entró a la pieza e incluso se quitó la toalla, para que mi mamá pudiera limpiarse. Tenía que hacer algo para devolverle el favor.

―Mamá, ahora sabés que prácticamente no hay ningún riesgo de que estemos contagiados ―dije, metiéndome en la cama; me tapé con las sábanas y eso me dio un poco de seguridad―. Me parece que le debés una disculpa a Macarena, la trataste muy mal.

Alicia me miró como si yo fuera una cucaracha, el temor por mi vida volvió a invadirme. Sin embargo éste era el único momento en que las posibilidades estaban levemente inclinadas a mi favor. Ella estaba contenta porque todo el asunto del Covid fue una mera falsa alarma. Esa era la única razón por la que yo aún seguía con vida después de haberle llenado la cara de semen.

―Sí, tenés razón ―dijo por fin mi madre, relajando su cuerpo―. ¿Me perdonás? Me porté muy mal con vos, Macarena. Dije cosas que una madre nunca debería decirle a una de sus hijas. Me asusté mucho con el tema del virus y…

―Está bien ―la interrumpió Macarena―. Te perdono, pero con una condición.

―¿Cuál?

―Vamos a hacer un pequeño pacto. Primero: nunca más me vas a decir algo malo si yo me estoy haciendo una paja. Dejame en paz con ese tema, considero que masturbarse es algo positivo y sé que a vos mucho no te gusta… aunque te debés hacer tus buenas pajas.

―Ay, Maca… no digas esas cosas en frente de tu hermano.

―Mamá, ya lo viste haciéndose tremenda paja… y el resultado de eso te saltó en toda la cara. No lo podés negar, a tus hijos les gusta pajearse de vez en cuando, y eso es algo normal… por más que a vos no te guste. Si vamos a pasar toda la cuarentena encerrados en esta casa, sin poder reunirnos con alguna posible pareja sexual… te aseguro que nos vamos a hacer muchas pajas. Todos. Incluso vos, aunque no lo quieras admitirlo. ―Alicia se puso roja, nunca había visto a Macarena hablarle de esa forma. Estaba orgulloso de mi hermana, ella sí que tenía carácter para hacerle frente a nuestra madre―. Con eso tiene que ver la segunda parte del pacto: Richard no tiene un lugar propio. El pobre tiene que compartir cuarto con Tefi, y no puede hacerse una paja en paz. Posiblemente a Estefanía le pase lo mismo. Vos le quitaste el cuarto al único hombre de la casa y con eso lo privaste de un lugar íntimo en el que poder masturbarse.

―A mí no me gusta que Richard ande haciendo esas cosas…

―Mamá, tiene dieciocho años. ¿Qué pretendés? ¿Que llegue a los cuarenta sin saber cómo sacarse la leche de los huevos? Además… ¿no sabías que es muy malo para los hombres pasar tanto tiempo sin eyacular? El semen se acumula en los testículos, y si no sale… puede producir grandes daños.

―¿De verdad? ―Preguntó mi madre asustada… hasta yo tuve miedo. No dije nada porque imaginé que Macarena estaba exagerando un poco todo el asunto… además me quedé embobado mirando todo su cuerpo desnudo.

―Sí, mamá… mirá, ya se le puso dura otra vez ―señaló mi verga que ahora estaba fuera de la sábana, no me había dado cuenta que tenía otra erección.

Me avergoncé, sin embargo no me cubrí, ya que mi hermana estaba usando mi verga como ejemplo. Si esto me permitía tener un lugar tranquilo para hacerme una paja, entonces estaba dispuesto a usarlo a mi favor. Aparté más la sábana y le mostré a mi madre lo dura que la tenía. Ella se quedó mirándola con los ojos muy abiertos y los labios apretados.

―Recién acabaste, Richard. ¿Por qué la tenés dura otra vez? ―Quiso saber Alicia.

―No sé… simplemente se paró…

―Debe ser ―intervino Macarena― porque lleva muchos días sin hacerse la paja. Además de la edad… a los dieciocho a los hombres se les para a cada rato. Son las hormonas. ¿Nunca se te pusieron duros los pezones o se te mojó la concha sin saber por qué?

―¡Ay, Macarena! No hables de esa forma…

―Estoy hablando de cosas naturales, si vos no tuvieras tantos prejuicios con la sexualidad, nosotros seríamos un poco más felices. Podríamos tener pareja estable… ¿no te pusiste a pensar por qué ninguna de tus hijas tiene novio?

―¿Estás diciendo que eso es mi culpa? ―se defendió mi mamá.

―No digo que todo sea tu culpa, pero sin dudas algo aportaste. Vos nunca nos dejás salir con nadie, ni hombres ni mujeres. Tenemos re pocos amigos y amigas. Ni siquiera Estefanía, que es la más sociable, tiene muchas amigas.

―Eso es porque pasa muchas horas trabajando.

―Puede ser, pero también es porque cada vez que alguna de nosotras va a salir, vos te ponés histérica, como si tuviéramos la intención de prostituirnos. Por eso empecé a ver en secreto a mi profesor… ¡necesitaba coger! ¿Acaso vos no lo necesitás?

―No, yo no ―dijo Alicia, con el ceño fruncido―. Yo estoy bien sola.

―Eso es lo que decís ahora… pero no creo que la pases tan bien sola… el cuerpo tiene necesidades. Mirá cómo tiene la verga Richard ―otra vez las dos miraron fijamente mi miembro―. Parece que le va a explotar en cualquier momento. Eso es algo que ni él ni vos pueden evitar. Entonces, tenés que hacer algo.

―¿Y qué puedo hacer yo? ―Preguntó ella, confundida.

―Algo muy simple: de vez en cuando prestale tu pieza, para que pueda pajearse en paz. Él necesita eyacular, te guste o no. Si no le das permiso él podría terminar con algún problema físico. Quién sabe… hasta podría quedar impotente. ―Le rogué a Dios (si es que existe) que mi hermana estuviera exagerando… y mucho.

―¿Eso es todo?

―Sí, mamá. Solo te pido que aceptes que nosotros necesitamos masturbarnos de vez en cuando, es más… todavía no soy psicóloga; pero si me pedís mi opinión profesional, te diría que vos también hicieras lo mismo. No te vendría nada mal una paja de vez en cuando, para estar de buen humor. Porque algo me dice que tu mal humor constante tiene que ver con que no cogés nunca.

―Yo no estoy siempre de mal humor.

―Em… mamá ―dije, sabiendo que ella no podía mirarme a los ojos ya que estaba distraída por mi verga erecta―. Sí que estás de mal humor la mayor parte del tiempo. Ni siquiera me acuerdo de cuándo fue la última vez que te vi sonreír. Bueno, hoy tal vez… cuando nos contaste que era mentira lo del contagio del profesor de Maca.

―Richard tiene razón, mamá. Sé que no te gusta hablar de sexo, pero vas a tener que aceptarlo. La sexualidad es algo importante en la vida de una persona… incluso en la vida de tus hijos.

―Bueno, está bien… está bien. Para que dejen de hablar de esto, estoy dispuesta a prestarle la pieza a Richard. ―Levantó su mirada y se encontró con mis ojos―. No se te ocurra hacerlo sin mi permiso ¿está claro? Si vas a entrar es solo cuando yo te autorice.

―Está bien ―accedí―. ¿Y puedo usar tu baño?

―No, de eso ni hablar. Ayelén también empezó a joderme con ese tema y ya me tienen harta. Es MI baño.

―Pero mamá, somos ocho personas ―dijo Macarena―. En la casa hay dos baños. ¿Por qué siete de las ocho personas tenemos que compartir un solo baño?

―Porque esta es mi casa y son mis reglas. ¡Se acabó!

Salió de la pieza hecha una furia… esa mujer sí se parecía más a la madre que veo cada día. Me quedé inmóvil por unos segundos, recorriendo las curvas de Macarena. Lo hice inconscientemente, sin siquiera pensar en ello. Cuando nuestros ojos se cruzaron ella levantó el mentón en un gesto que significaba: “¿Qué hacés?” Luego miró directamente hacia mi verga.

Me cubrí con la sábana tan rápido como pude.

―Perdón, me olvidé que estoy en pelotas.

―No seas tarado, Richard. Ya te vi todo… y vos a mí. Yo no soy como mamá. Me tomo estas cosas con más naturalidad.

―¿Será que te tomás así los asuntos sexuales para no ser como mamá?

―¿Me estás psicoanalizando, pendejo? ―Ella soltó una risa.

―No sé… ¿lo hago bien?

―Tal vez… es cierto que lo último que quiero es parecerme a esa mujer. Espero no llegar a su edad siendo una frígida amargada. Yo quiero disfrutar un poco de mi vida… y del sexo.

―¿Te molestó que yo te vea desnuda?

―No, para nada. Lo que me molestó fue hacerlo por exigencia de mamá. Pero sos mi hermano y yo no me avergüenzo de la desnudez de la gente. ¿Sabés una cosa? Una vez fui a una playa nudista.

―¿Qué, de verdad? No sabía que había playas nudistas por acá cerca.

―Fue en Uruguay, cuando viajé con mi amiga Camila.

―¿Anduvieron las dos desnudas por ahí? ―Me sonrojé y mi verga dio una pequeña sacudida. No había visto muchas veces a Camila, pero recordé que era una flaca tetona muy bonita. Tenía pinta de ser una “chica buena”, me costaba imaginarla sin ropa en una playa.

―¿Eso te parece muy extraño? ―Preguntó Maca, con picardía.

―No sé… nunca estuve en un lugar de esos. Creo que no me animaría a desnudarme ante un montón de desconocidos.

―Yo pensaba lo mismo; pero una vez que estuve ahí… había tanta gente sin ropa que sinceramente no me importo. Lo malo de andar desnudo es hacerlo solo. Por eso me saqué la toalla.

―¿De verdad lo hiciste por mí?

―Claro. No quería que te quedara el trauma de ser el único desnudo delante de mamá. ―Macarena rodeó la cama y se acostó a mi lado, sin cubrir nada de su cuerpo, que parecía tallado en mármol. Desconocía que ella tuviera una piel tan tersa. Me pareció pornográfica la forma en la que su plano vientre se elevaba al llegar al Monte de Venus, para luego hundirse en un par de gajos perfectos. Una voz interior me decía “Richard, no seas tan pajero… esa es tu hermana”―. ¿No te sentiste un poco menos avergonzado cuando yo me quedé desnuda?

―Al principio me puse más incómodo, o sea… no esperaba estar desnudo delante tuyo… y mucho menos que vos también te desnudaras. Sin embargo tengo que admitir que después de unos segundos los nervios bajaron bastante. Ya no me sentí tan solo con mi desnudez.

―Nunca me había imaginado que vería a mamá con la cara llena de semen, como si fuera una actriz porno ―soltó una risita.

―Yo estoy intentando borrar esa imágen.

―¿Por qué? Vos lo dijiste: fue un accidente. No tuviste la intención de acabarle así. Te juro que no entendía nada cuando los vi a los dos. Daba la impresión de que ella te había estado chupando la pija. Fue una situación muy fuerte. Pero bueno, por tu cara me doy cuenta de que te incomoda hablar de estos temas. Todavía estas un poco verde para una charla sobre sexualidad a ese nivel.

―Si ese nivel incluye a mi mamá con la cara llena de semen, entonces sí… estoy muy verde.

Ella soltó una risotada.

―Para mí fue gracioso. Una pequeña gran lección para Alicia. Ahora sabe que vos tenés necesidades y que ella no puede hacer nada para impedirte satisfacerlas. Espero que también deje de joderme a mí. Ya me estoy cansando de que mamá me interrumpa las pajas. Hoy lo hizo otra vez.

―¿Hoy? ¿En qué momento?

―Cuando empezó a los gritos al encontrarte dentro de mi pieza. ¿Qué creías que estaba haciendo yo en el baño?

―Em… ¿bañándote?

―Sí, pero además aproveché para hacerme una paja. La charla que tuvimos me trajo varios recuerdos, sobre mis aventuras con Marcelo. ―Ella me miró la pija, hice de cuenta que no había notado eso, porque no sabía cómo interpretarlo. A mí también me costaba mucho no mirarle las tetas o la concha―. No soy una gran experta en sexo…

―Para mí sí lo sos.

―Nada que ver. A eso iba… no tuve tantas experiencias sexuales, aunque sí varias charlas con compañeros de facultad y amigas. Pero no es lo mismo charlar con ellos, hace rato que necesito contarle algunas cosas a alguien de mucha confianza.

―¿Alguien como tu amiga Camila?

―No, precisamente a ella no le puedo contar.

―¿Por qué no?

―Em… es difícil de explicar. Ella ya vio como fue todo mi proceso con Marcelo, hasta me alentó a hacerlo. Necesito contarle esto a alguien que no haya estado tan cerca de mí cuando todo empezó. ¿Me explico?

―Creo que ya voy entendiendo… es como cuando los psicólogos no pueden tratar con parientes o amigos.

―Algo así. Porque esos parientes y amigos tal vez formen parte de las quejas del paciente.

―¿Y vos te vas a quejar de Camila?

Volvió a reírse.

―No. Con ella me llevo bien… pero contarle algo que ya sabe… no tiene mucho sentido. Por eso me gustaría contarte a vos ―me miró con esos grandes ojos azules y sentí que mi verga recuperaba la rigidez que había estado perdiendo―. Te aseguro que después de que te cuente todo vas a dejar de estar tan verde en cuanto a temas sexuales. Podés tomarlo como breves clases de educación sexual.

―Deberías ser sexóloga, Maca.

―Lo pensé. Desde que empecé a estudiar psicología comencé a entender el sexo de otra manera, sin tantos tabúes. Como te digo, no es que ando cogiendo con todo el mundo; pero sí me gustaría que la gente comprendiera mejor su sexualidad. Pienso que cada persona tiene al menos dos personalidades: una es la que muestran en público y la otra es la íntima y sexual. Si realmente querés conocer a una persona, tenés que saber cómo entiende el sexo: ¿Qué le gusta? ¿Qué no? ¿Qué fantasías tiene? ¿Qué experiencias tiene?

―Es una buena teoría ―dije, ya me estaba relajando un poco… mi pija seguía dura, pero la incomodidad de estar desnudo frente a mi hermana ya se estaba disipando―. ¿Eso también cuenta si quiero conocer mejor a las mujeres?

―Sí, totalmente. Las mujeres somos muy sexuales, solo que, por un montón de convenciones sociales, expresamos nuestra sexualidad de una forma un poco diferente a la de los hombres. Pero esos tiempos están cambiando… ahora hay muchas mujeres que deciden mostrarse desnudas en redes sociales, por ejemplo.

―Muy cierto… em… no es que yo ande mirando esas cosas, pero…

―Ay, tarado. Como si yo me fuera a ofender porque mi hermanito mira porno en internet. Tenés dieciocho años… el 80% del uso que hacés de internet debe ser para mirar porno.

―No seas exagerada, Macarena… un 80% es demasiado… yo más bien diría un 78%. ―Ella volvió a reírse. Me di cuenta que había encontrado una buena amiga… justo dentro de mi casa―. Creo que esta cuarentena no va a ser tan mala.

―¿Por qué lo decís?

―Porque nosotros nunca fuimos una familia muy unida. Es decir, almorzamos y cenamos juntos, pasamos algunas horas charlando; pero siempre de temas superficiales. Cada una de ustedes hace su vida, yo hago la mía… si tengo en cuenta lo que vos dijiste, de las dos personalidades, solo nos conocemos en la parte más superficial. Puede que esta cuarentena nos ayude a conocernos un poco mejor.

―Tenés mucha razón en eso, Richard. Siempre creí que eras medio boludo, pero sos un chico bastante inteligente.

―Gracias, supongo…

―No te ofendas, lo digo justamente porque yo conozco de vos solo la parte más superficial… y ahora estoy conociendo tu lado más íntimo; y vos el mío. A mis hermanas las conozco de la misma forma. No sé qué piensan del sexo… con alguna me puedo hacer una idea; pero puedo estar equivocada. Me gustaría conocerlas mejor.

―A mí también ―aseguré―. Pero con Tefi me cuesta mucho cruzar dos palabras sin pelearme. Con Gisela me da mucha vergüenza hablar de temas íntimos, la veo demasiado…

―¿Maternal?

―Sí, eso. Y con Pilar… bueno, con ella ni siquiera hablo…

―Ya te prometí que voy a hablar con ella. Esa chica es todo un misterio, va a ser un gran desafío sacarle algo de información.

―Si conseguís conocer detalles íntimos de Pilar, entonces te vas a convertir en la mejor psicóloga del mundo.

―Puede ser, es una chica muy hermética. Tal vez lo único que necesita es alguien de confianza para charlar.

―¿Te animarías a contarle a ella sobre tu aventura con el profesor Marcelo?

―No creo. Pero sí te lo contaría a vos… con lujo de detalles. Vos me inspirás más confianza.

―A mí me encantaría que me cuentes.

―¿Aunque me ponga demasiado gráfica con los detalles?

―¿Qué puede ser más gráfico que vernos desnudos?

―Eso es muy cierto, como que sin querer rompimos una gran barrera de confianza. Está bien, te voy a contar lo que pasó con el profe Marcelo, y puede que haya algunas cositas que te resulten algo incómodas de escuchar… puede que cambies la percepción que tenés acerca de mí.

―Eso ya está cambiando.

―¿Para bien o para mal?

―Para bien.

―Genial, eso me gusta… y espero que siga siendo así.

―Y por los detalles, no te preocupes… me incomoda un poco hablar de sexo, pero si nunca hablo de esto con nadie…

―Nunca te vas a quitar el miedo. A mí me pasaba, no quería hablar de sexo con nadie, me daba muchísima vergüenza… hasta que conocí a Camila. Con ella llegué a tener un nivel de confianza muy alto.

―Claro… hasta se vieron desnudas, en la playa…

―Sí, pero eso no es todo. Creo que nuestra amistad llegó a otro nivel el día que nos pajeamos juntas.

―¿Qué? ¿Las dos?

―Sí, ella en su lado de la cama, yo en el mío. Fue una linda experiencia, eso sí que te ayuda a entrar en confianza con alguien, porque… ya viste a esa persona excitada. Cuando dos personas se animan a mostrarse una frente a la otra en un alto estado de calentura, por más que no haya interacción sexual entre ellos, es porque ya están dispuestos a hablar de prácticamente cualquier cosa. Es como decirle a esa persona “Así soy yo cuando estoy caliente”, y a su vez esa persona te muestra cómo es en ese estado.

―¿Y la viste muy caliente a Camila? ―Tragué saliva y casi sin darme cuenta me agarré la pija.

―Sí, mucho. Se pajea lindo la flaca. Le gusta mandarse dedos. A diferencia de las mías, las tetas de Camila son bastante grandes… y bien firmes. Tiene pezones bien puntiagudos. Si vieras esas tetas transpirando por la calentura, mientras ella se pajea… acabarías en dos segundos. En mi facultad hay muchos que están re calientes con ella… incluso mujeres. Si supieran que yo la vi masturbándose, se morirían de envidia.

―Ya me está dando envidia a mí… y creo que a Camila la vi dos o tres veces, de pasada.

―¿Pero te acordás de las tetas que tiene?

―Sí, es un poco difícil olvidarse de eso, con los escotes que usa. Son como dos pelotas dentro de una bolsa muy chica.

―Así sería Gisela, si se animara a usar escotes más provocativos. Si yo tuviera esas tetas, andaría todo el día con escotes, como los que usa Camila.

―A Gise le da un poco de vergüenza salir a la calle con escote… y los que usa en casa con bastante sutiles.

―Sí, es una aburrida. Hablando de Gisela… me imagino la sorpresa que se habrá llevado cuando vio que tenías ese pedazo de pija.

―¿Eh? ¿Por qué lo decís? ―La incomodidad volvió a sacudirme, me sentí culpable por estar sujetando mi pene; pero soltarlo solo me habría dejado en evidencia.

―Porque estás muy bien equipado. Seguramente a Gise nunca se le pasó por la cabeza que su hermanito pudiera tener una verga de ese tamaño.

―¿Te parece que es un buen tamaño?

―Sí, claro. No es que ande midiendo pijas por ahí, pero apenas te la vi, yo también me quedé sorprendida. Seguramente a mamá le pasó lo mismo… aunque ella se llevó una sorpresa mucho más grande. Ah, perdón… cierto que no querías recordar ese momento. Bueno, nene… no sé a vos, pero a mí ya me dio sueño. ¿Creés que eso se te va a bajar o necesitar estar solo un rato?

―Em… creo que se va a bajar en un rato, yo también tengo sueño. ―No quería que Macarena se sintiera obligada a prestarme su cuarto otra vez para hacerme otra paja.

―Bueno, entonces vamos a dormir.

Cuando se puso de costado, para buscar la perilla del velador, pude ver sus blancas nalgas apretadas, al igual que sus gajos vaginales. Eso fue lo último que vi antes de que se apagara la luz… esa imagen no me ayudaría a bajar la calentura.

―Que descanses ―le dije, girando para el otro lado. Nuestras espaldas quedaron juntas.

―Vos también.

Aún estaba caliente, pero llevaba muchas horas despierto… y después de hacerme una paja siempre me da un poco de sueño. Eso me ayudó a tranquilizarme, mi verga volvió lentamente a su estado de reposo y sabía que en cualquier momento me quedaría dormido.

Después de algunos minutos, cuando ya estaba a punto de conciliar el sueño, escuché un sonido extraño, muy cercano a mí. Provenía de Macarena. Era una especie de chasquido húmedo. Con el cerebro obnubilado me costó un poco identificarlo, pero cuando lo hice, todos mis sentidos se pusieron en alerta… en especial el oído.

Ese chasquido húmedo sólo podía significar una cosa: Macarena se estaba tocando la concha… y a buen ritmo. Lo comprobé cuando otro sonido característico se sumó: la respiración agitada.

Eso fue todo lo que necesitó mi verga para ponerse dura otra vez.

No podía culpar a Maca por lo que estaba haciendo, ella había perdido su momento de masturbación al tener que salir del baño… y para colmo me defendió de mi mamá. Sin ella toda esa situación no podría haber terminado bien. Probablemente ella pensó que yo ya estaba durmiendo, porque los sonidos se volvieron más intensos. Su respiración agitada se convirtió en gemidos suaves y el chasquido húmedo me dio a entender que ella se estaba metiendo los dedos en la concha. Agarré mi verga, como si estuviera sujetando a un animal salvaje que está a punto de atacar.

Capítulo 5.

Convivencia en Cuarentena.

Debo admitir que me costó mucho conciliar el sueño. No creo que se haya tratado de mi imaginación, mi hermana Macarena realmente se masturbó mientras compartíamos la cama. No puedo encontrar otra explicación a sus gemidos ni al rítmico movimiento de su brazo. Pero pasados unos minutos ella se calmó y yo, de a poco, comencé a quedarme dormido. Desperté un par de veces, cuando ella giró en la cama. No pude evitar pensar que ambos estábamos desnudos. Nunca antes había dormido desnudo en la cama con otra mujer. Jamás imaginé que la primera vez que hiciera eso sería con una de mis hermanas.

Me levanté tarde, otra vez. Algo que se estaba volviendo una rutina, en estos días de cuarentena donde el reloj carecía de importancia. Me daba lo mismo levantarme a las tres de la tarde que a las cinco de la mañana. A la única que parecía molestarle esto era a mi madre.

Cuando salí de la pieza de Macarena, ya vestido, me crucé con Alicia. Ella me tomó del brazo y me dijo:

―A ver si empezás a acomodar un poco esos horarios. No es sano que duermas a cualquier hora.

―Pero mamá…

―Por esta vez pasa, sé que tuviste una noche muy peculiar ―no quería recordar lo que había pasado durante la noche―. Pero eso se tiene que terminar. Después vamos a hablar vos y yo.

Lo que más aterraba era que todas mis hermanas (e incluso mi prima y mi tía) se enterasen del pequeño accidente que tuve frente a mi mamá. Pero conociendo a Alicia, me parecía altamente improbable que ella hablara de ese tema con alguien más. Para mi madre sería un martirio tener que explicarle a otra persona que su hijo le llenó la cara con semen. Así que en ese sentido podía quedarme tranquilo. Además noté que ella no estaba enojada, algo muy extraño en mi mamá. Seguramente se debía a la gran noticia de la que todas ya estaban al tanto: Macarena no se había contagiado de Covid.

―Está bien. ―dije, como restándole importancia al asunto.

Gisela apareció de golpe en el pasillo, seguramente volvía hacia su dormitorio. Al verme me dio un fuerte abrazo, mientras mi mamá se alejaba. Pude sentir la tibieza de los grandes pechos de mi hermana contra uno de mis brazos.

―¡Al final fue solo una falsa alarma! ―Exclamó, sin soltarme―. Me pone muy contenta, en especial por Macarena. Me enteré que pasaste la noche en su cuarto. ¿Qué tal está?

Se apartó de mí y me miró con una sonrisa maternal.

―Cuando mamá nos contó la buena noticia, Macarena se sintió mucho mejor… incluso mamá le pidió disculpas por haberla tratado mal.

―¿Mamá pidiendo disculpas por algo? ¿Estás seguro de que no lo soñaste?

―Yo también me sorprendí… pero pasó de verdad. Creo que se puso contenta porque no había riesgo de contagio.

―Sí, hoy la vi más contenta de lo habitual. Me imaginé que era por eso.

Ella siguió rumbo hasta su pieza.

El ambiente en mi casa era mucho más alegre que en los últimos días. Vi que Tefi y Ayelén charlaban en el living, se estaban riendo de algo. Probablemente estaban planeando cómo arruinarle la vida a algún pobre infeliz, porque así son de crueles. Sólo me queda esperar que ese pobre infeliz no sea yo.

Decidí no interrumpirlas, cuando están juntas se potencian y la mejor estrategia es pasar desapercibido.

En el comedor me encontré con mi tía. Estaba sola, mirando el celular con una gran sonrisa.

―¿Viste a Macarena? ―Le pregunté, extrañado por no haberla cruzado en ninguna parte.

―Creo que está en la pieza de Pilar ―respondió, sin apartar la cara del teléfono. Soltó una risita que la hizo ver como si tuviera veinte años menos. Debo reconocer que mi tía es una mujer muy bonita y su cabello rojo realmente la favorece.

Me alegró saber que Macarena estaba charlando con Pilar. De esta forma podría acercarme un poco más a esa hermana que parece más una extraña viviendo bajo el mismo techo, que un miembro de la familia. Mi tía Catalina volvió a reírse y movió los pulgares rápidamente, como si estuviera respondiendo a un mensaje de texto.

―¿Por qué tan feliz? ―Le pregunté―. ¿Estás haciendo las pases con Dante?

Ella bajó el teléfono y me miró como si yo le hubiera tirado un piedrazo. Supe que había cometido un error.

―¿Qué? ¡No! Ni hablar. Ese pelotudo está muerto para mí. Desde que me fui de su casa no volví a escribirle, ni él a mí… mejor así, porque ya me tenía harta.

―Ah, ok… perdón.

Catalina se relajó un poco.

―Está bien, no te preocupes. Al fin y al cabo vos no sabés nada de mi relación con Dante, ni por qué me alejé de él.

―Eso es cierto. ―Volví a poner en práctica el consejo de Gisela, de mostrar interés por los problemas de las mujeres―. Cuando quieras me podés contar sobre eso. Bah, si no te molesta…

Ella me miró confundida, con los ojos muy abiertos.

―¿Y desde cuándo tenés tanto interés por mi vida sentimental?

―No sé ―dije, encogiéndome de hombros―. Estamos en cuarentena y uno se aburre.

Volvió a reírse.

―¿Estás tan aburrido como para sentarte a escuchar los lamentos de tu tía?

―Casi… tal vez no quieras hablar conmigo, porque soy hombre. ―Me senté frente a ella y comí unas galletitas dulces que había en un plato sobre la mesa. Siempre me levanto con hambre.

―¿Y eso qué tiene que ver?

―No sé… tal vez sea una de esas cosas que se hablan entre mujeres.

―A mí me encantaría contarte, justamente porque sos hombre. Por dos motivos ―levantó dos dedos de su mano derecha―. Primero: para que no cometas los mismos errores que Dante cuando tengas una novia. Segundo: para tener una opinión masculina.

―Son buenos motivos ―aseguré―. Entonces ¿me vas a contar?

―Em… no.

―¿Por qué no?

―Porque para que entiendas todo tendría que tocar temas que son muy… íntimos y delicados. ¿Me explico?

―Sí, ya veo…

Me llevé otra galletita a la boca. De pronto empecé a sentirme muy incómodo. Sabía que mi tía se refería al sexo. No quería contarme porque su relato requería hablar sobre temas sexuales. Me hubiera gustado decirle que podía confiar en mí, incluso para hablar de esos temas. Al fin y al cabo ya había hecho algo parecido con Macarena. Pero no me atreví. Ni siquiera supe cómo empezar a decírselo.

Tomé una nota mental: debía preguntarle a Gisela o a Macarena cómo explicarle a una mujer que puede confiar en mí. Estaba seguro de que ellas podrían ayudarme con eso.

Como me di cuenta que la conversación con mi tía Cristela no llegaría a ninguna parte, decidí probar suerte en algún otro lugar de la casa… pero lejos de Ayelén y Estefanía… y de ser posible, debía evitar a mi mamá. Recordé que Macarena estaba en la pieza de Pilar, lo que descartaba que pudiera charlar con ella. Estoy atrapado en una casa llena de gente y no puedo hablar con nadie. Casi nadie… aún queda Gisela.

Fui hasta su cuarto y golpeé la puerta.

―¿Quién es? ―Preguntó al instante.

―Richard. ¿Puedo pasar? Estoy aburrido.

―Perdoname, hermanito. Ahora mismo estoy trabajando. Tengo que entregar un informe dentro de un par de horas y…

―Está bien, no te molesto más.

―Gracias por entender. En otro momento hablamos.

Ahora sí, todas mis posibilidades se habían reducido a cero. Si fuera un día normal hubiera salido a dar una vuelta por ahí, a juntarme con algunos amigos para jugar un partido de fútbol. Miré por la ventana que daba al patio, el día estaba precioso. Me dio mucha pena tener que estar encerrado. Estaba tan aburrido que ni siquiera tenía ganas de leer o de jugar a Play. Necesitaba algo diferente, algo que me hiciera salir de la rutina que fue la última semana… y lo más lejos que estuve de esa rutina fue cuando charlé con Macarena. Lamentablemente no podía tener ese tipo de conversaciones con otros miembros de mi familia… aunque tal vez sí. Al fin y al cabo hace dos días no tenía ni idea de que Macarena podía sincerarse tanto conmigo, y yo con ella. Tal vez era solo cuestión de probar. Pero hoy no era el día apropiado para hacerlo.

Resignado, me fui al cuarto de Estefanía a mirar algo en Netflix.

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La convivencia en la cuarentena empezó a volverse rutinaria otra vez. Pasaron cinco noches desde mi charla íntima con Macarena y desde aquella vez no cruzamos demasiadas palabras. Ella siempre estaba en su cuarto o en el de Pilar. Lo único que llegó a decirme es que estaba logrando grandes avances con Pilar y que ya se estaban llevando mucho mejor que antes. Sin embargo no creyó que ella estuviera lista para pasar tiempo a solas conmigo. Yo tampoco lo estaba, Pilar me intimida un poco, no porque ella parezca amenazante, sino porque no sé cómo puede reaccionar. Más de una vez tuvimos alguna pequeña discusión en la que ella me recalcó que yo no debía meterme en su vida, ni con sus cosas. Desde allí en adelante se forjó una especie de acuerdo tácito entre Pilar y yo: Ella no me habla, yo no le hablo. Fin del asunto.

Por suerte mi madre no insistió con el asunto de la charla que debía tener con ella. Esto le molestó un poco a Macarena, supuso que Alicia estaba evitando el asunto, como una cobarde.

―Vos necesitás un lugar para… tu intimidad ―me dijo Macarena, en uno de los breves momentos que pasé en su cuarto―. Si queremos que Alicia se tome esto en serio, habrá que presionarla un poquito más.

―No te preocupes, ya me las voy a arreglar ―le dije, porque en realidad a mí me daba mucha vergüenza tener que hablar de masturbación con mi mamá. Si ella quería olvidarse del asunto, yo también podía hacerlo. Pero Macarena no estaba dispuesta a dejarlo ir.

―Quedate tranquilo, Richard. Ya se me va a ocurrir algo para que ella te tome en serio. Al fin y al cabo es una miedosa, y las personas con miedo son las más fáciles de manipular.

Noté una sombra maquiavélica en la sonrisa de Macarena.

Por más que yo prefiera evitar la charla con mi mamá, hay algo en lo que mi hermana tiene mucha razón: necesito un espacio para la intimidad. Que se traduce en: “Quiero hacerme una paja tranquilo”.

En los últimos días no pude masturbarme ni una sola vez. Al principio no lo sentí como una urgencia, ya que me había descargado (accidentalmente) en la cara de mi madre. Sin embargo ahora la abstinencia pajeril me está pasando factura. Estoy muy mal acostumbrado a tener mi propio espacio para poder pajearme cuando se me de la gana. Y no fui consciente de lo importante que era eso, hasta que lo perdí.

Dormí cuatro noches en la pieza de Estefanía y, por supuesto, no pude tocarme. Una noche dormí con Macarena, pero ni siquiera pudimos charlar. Cuando llegué a la pieza, ella ya estaba durmiendo. Me acosté a su lado sin hacer ruido y me quedé mirando la oscuridad, hasta que me venció el cansancio.

No me atrevo a masturbarme en el baño, no después de lo que pasó con Gisela. Cada vez que me ducho, lo hago con el miedo de que una de mis hermanas abra la puerta sin aviso. Si ocurre eso, prefiero no tener la pija dura.

Para colmo hay algo que me está complicando más la situación de aislamiento y abstinencia: Ayelén.

Durante estos días intenté evitarla, pero ella está en mi cuarto y cada vez que necesito algún libro o un juego, tengo que entrar. A veces aprovecho en los ratos en los que ella está charlando con Estefanía; pero en ciertas ocasiones entré y me encontré la misma escena que la primera vez: Ayelén en tanga, tendida en la cama. Para colmo usa tangas diminutas, que se le meten entre las nalgas y le marcan todo el papo. Ayer tuve que salir de mi pieza disimulando la erección que esto me causó… pero creo que no lo conseguí muy bien, porque antes de cerrar la puerta pude notar que mi prima me miraba con una sonrisa burlona, como si estuviera diciendo: “Me di cuenta de que se te paró la chota mirándome el culo”.

Pensé que estos altercados se limitarían a mi dormitorio… pobre iluso de mí.

Me encontraba en el living, sumergido en la lectura de Dolores Clairbone, el libro de Stephen King, cuando mi visión periférica captó un movimiento. Giré la cabeza y me encontré con el redondo culo de Ayelén bien entangado. Me quedé boquiabierto porque no esperaba verla así fuera del dormitorio. Al parecer hubo otra que se sorprendió de que mi prima anduviera paseando en paños menores.

―Nena, ¿no te da vergüenza? ―dijo Gisela, que se dirigía hacia el comedor.

―¿Vergüenza por qué? ―Preguntó Ayelén, con aire sobrador.

―De que todos te veamos en tanga… ―Gisela la miraba como si sintiera que el solo hecho de explicarlo fuera absurdo―. Se te ve todo el culo.

―No me importa ―la rubia se encogió de hombros―. Al fin y al cabo en esta casa somos todas mujeres.

―Todas, no ―me señaló con el dedo. Quise esconder mi cara detrás del libro, pero ya era demasiado tarde.

―Este pajero se la pasa mirándome el orto ―me puse rojo, tenía ganas de salir corriendo.

―¿Richard? No puede ser… él no anda haciendo esas cosas. Y vos sos la prima.

―Sí, pero igual me mira el orto sin ningún disimulo. Ya estoy acostumbrada. A mí me gusta andar así…

―Es cierto ―la voz llegó desde mi cuarto, junto a la entrada estaba parada mi tía Catalina―. En casa siempre andaba en tanga. Ni siquiera le importaba que Dante le viera el culo.

―¿De verdad? ―Gisela tenía los ojos desencajados―. ¿No te importaba que el novio de tu mamá te viera en ropa interior?

―No. Él andaba con mi mamá, si no puede resistirse a un culo dentro de su propia casa, entonces no es mi problema.

―Mil veces le pedí que usara ropa más discreta ―aseguró mi tía―; pero fue inútil. Terminamos resignados, a Ayelén le gusta andar “ligerita”.

―Yo voy a andar así, porque me gusta sentirme cómoda. Si alguna tiene un problema con eso, que se la banque. Y en cuanto a este pajero… yo no voy a dejar de estar cómoda porque él sea incapaz de despegar los ojos de mi culo.

Gisela me miró y noté cierto reproche en sus ojos. Como si me dijera: “Hermanito, me estás desilusionando”. Agaché la cabeza y simulé volver a la lectura. Subí las piernas al sillón, para disimular una posible (y muy probable) erección.

―A la que no le va a gustar esto es a mi mamá ―aseguró Gisela―. Ella nunca permitió que anduviéramos en ropa interior por la casa.

Eso era muy cierto, muy rara vez había visto a alguna de mis hermanas en ropa interior, y si mi mamá las veía así, se enojaba.

―Con tu mamá ya voy a hablar de este tema ―dijo Ayelén―, y vas a ver que no va a tener ningún problema.

―Lo dudo mucho, nena ―le respondió Gisela―. ¿No conocés a mi mamá? Ella es muy estricta con sus “normas de convivencia”.

―Pero a mí me va a escuchar ―aseguró Ayelén, con aire de superioridad―. Soy su sobrina favorita.

―Pff… sí, claro ―Gisela se estaba enojando. Algo muy raro en ella, ya que siempre se mantiene muy amable y maternal; pero si había en el mundo alguien capaz de ponerle los nervios de punta, esa era Ayelén―. Si querés andá en tanga ahora, cuando mi mamá te vea, se te va a armar un quilombo tremendo. Yo no te voy a defender.

―¿Querés apostar?

Los ojos celestes de la rubia brillaron con picardía… sí, le estaba mirando los ojos. No el culo. Bueno, tal vez le haya mirado un poco el culo. Pero ¿cómo evitarlo? Si es perfecto y con esa tanga tan chiquita prácticamente no queda nada a la imaginación.

―¿Apostar qué? ―Quise decirle a mi hermana que no se metiera en esas cosas con Ayelén. Gisela es muy ingenua y mi prima es una víbora; pero no me atreví a hablar. Tenía miedo de que la rubia me castrara.

―Si tu mamá acepta que yo esté en tanga dentro de la casa, vos tenés que andar igual… al menos por una semana.

Se me pusieron todos los pelos de punta… incluso el vello púbico. No me podía imaginar a Gisela en tanga, deambulando así por la casa durante una semana completa. Una vez más me acobarde. Si fuera buen hermano debería haberle advertido que, probablemente, todo era una trampa de Ayelén. Sin embargo yo tampoco creía que mi prima fuera capaz de convencer a mi mamá de cambiar una regla de convivencia que llevaba mucho tiempo vigente.

―¡Claro! ―Respondió Gisela, con altanería―. Y si yo gano, vos me limpiás la pieza durante una semana… todos los días.

Se dieron la mano para cerrar el acuerdo. De sus ojos saltaban chispas, si alguien se hubiera atrevido a tocarlas en ese momento, hubiera muerto electrocutado.

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Más tarde, ese mismo día, me encontraba en la pieza de Tefi jugando con la PlayStation, cuando escuché gritos. Salí rápidamente y me dirigí hacia el comedor, allí estaba mi mamá discutiendo con una de mis hermanas, cosa que ya se estaba convirtiendo en el pan de cada día. Esta vez la reyerta era contra Estefanía.

―¿Y ahora de dónde voy a sacar jamón? ―Se quejaba mi mamá―. Es tarde. Está todo cerrado y ya no hacen entrega a domicilio.

―No sé… no es mi problema ―respondió Estefanía.

¿Estaban peleando por un poco de jamón? No podía creerlo.

―¿Por qué te comiste todo?

―Porque tenía hambre. Si tengo hambre abro la heladera y como algo.

―Lo iba a usar para preparar la comida de esta noche.

―¡Pero yo tenía hambre ahora!

―Eso es porque andás durmiendo a cualquier hora…

―Si duermo a cualquier hora es porque tengo que compartir la pieza con el pelotudo de Richard ―ya me estaba pareciendo que Tefi llevaba mucho tiempo sin agredirme―. Si pudiera dormir sola, al menos un par de noches, podría hacerlo a un horario “normal”, como tanto te gusta a vos.

―¿Qué pasa? ―Preguntó Macarena, que llegó en ese preciso instante.

―No hay más jamón ―le respondí.

―¿Y tanto quilombo por eso?

Alicia y Estefanía fulminaron con la mirada a Macarena.

―Lo que pasa ―dijo Tefi―, es que yo tengo que aguantar a este boludo todas las noches ―no sé por qué una discusión sobre jamón terminó convirtiéndose en un ataque hacia mi persona; pero Estafanía tiene un talento particular para desviar los temas de discusión―. ¡Ya estoy harta! ¿Por qué no te lo llevás a dormir a tu pieza? Como la otra vez.

―No tengo drama de que duerma en mi pieza de vez en cuando ―aseguró Macarena―. Pero no todas las noches, porque tengo que estudiar. De la universidad me están mandando muchas tareas.

―Y bueno, que duerma con vos durante una noche, y que después lo aguanten Pilar y Gisela.

―Mamá, Estefanía tiene razón ―dijo Macarena. Me quedé boquiabierto, ella nunca le daba la razón a Tefi―. Ya te hablé del tema de la intimidad. Tefi también necesita tener la suya. Acá hay un problema y una forma de solucionarlo es que nos turnemos para dormir con Richard, incluso vos tenés que ceder alguna noche. Pero sabés que eso no va a solucionar todo el problema. Porque al que le estaría faltando un lugar íntimo es al propio Richard.

Mi mamá la miraba tensa, como si le estuvieran apuntando con un arma.

―Yo duermo en cualquier lado ―dije, intentando minimizar el problema―. No quiero molestar a nadie.

―Está bien ―dijo Alicia―. Que esta noche duerma con vos, Maca.

―No, esta noche no puedo. Ya les dije, tengo que estudiar. Mejor mañana o pasado…

―Hagamos una cosa ―dijo Tefi―. Yo lo aguanto una o dos noches más… pero después se lo lleva alguna de ustedes. ¿Está claro?

―Bien ―mi mamá seguía enojada, pero ya estaba más tranquila―. Después voy a hablar con Gisela y Pilar, para que ellas también colaboren.

Me molestaba que hablaran de mí como si fuera un paquete molesto que debían pasarse la una a la otra; sin embargo no me quejé, porque eso solo hubiera sido echar más leña al fuego.

Cuando Macarena estaba regresando a su habitación la detuve y le dije:

―¿Puedo hablar con vos sobre algo?

―Bueno, pero que sea rápido.

―Sí, son unos minutos, nada más.

Fuimos hasta su cuarto y nos sentamos en la cama, ella me miró con una grácil sonrisa.

―¿Qué pasa?

―Me preocupa la situación ―le aseguré―. No por el virus ni nada de eso, lo que me tiene preocupado es la tensión que hay en la casa. A veces terminamos discutiendo por cualquier cosa. Ayer vi a Pilar discutiendo con Gisela por las toallas del baño. Ahora se estaban peleando por un poco de jamón… o sea…

―Sí, la situación es cada vez más tensa.

―Si seguimos así, en dos semanas nos vamos a estar matando entre nosotros. Vos sos la psicóloga de la familia. ¿No sabés de algún truquito para llevar mejor la cuarentena?

―Bueno, estuve leyendo sobre ese tema, se están publicando muchos artículos al respecto. Acá el principal problema es que somos muchos, en un espacio muy chico, eso nos obliga a encontrarnos constantemente. Pero creo que el principal problema es el aburrimiento.

―¿Qué? ¿De verdad?

―Sí. Mirá, vos y yo somos los que mejor estamos llevando todo este asunto, porque nos aburrimos menos. Yo tengo mis estudios, a mí me encanta aprender psicología. Además empecé a leer ese libro de Stephen King que me prestaste. Vos tenés tu PlayStation, tus libros, tus comics… en fin, vos sabés qué hacer con el tiempo libre. ¿Pero los demás? ¿Acaso sabés que Tefi tenga un hobbie? ¿O mamá?

―No… a ver, a mamá la veo limpiando todo el tiempo; pero eso no es un hobbie.

―No, en su caso es una obsesión.

―Tefi se la pasa sacandose fotos.

―Qué chica narcisista.

―Bastante. Pero no creo que eso califique como hobbie. ¿Y pilar?

―Pilar debe tener algún hobbie, de lo contrario no pasaría tanto tiempo en su pieza. Aunque a ella también le está afectando la cuarentena, pero es por otro motivo.

―¿Y ya averiguaste cuál es ese otro motivo?

―Sí.

―¿Y?

―No te puedo contar. Le prometí no contarle a nadie. Es un tema un poquito… delicado. Y muy personal. Tal vez si vos charlaras con ella, podría contártelo.

―Me da miedo.

―No tengas miedo, tarado. Es tu hermana, no tu vecina.

―A veces siento que conozco mejor a mis vecinos que a Pilar.

―Estuve charlando con ella y ya allané un poquito el terreno para que vos puedas hablarle. Le comenté que tenías ganas de acercarte más a tus hermanas. No le pareció la mejor idea del mundo, pero al menos me prometió que no te trataría mal si algún día te acercabas a charlar con ella.

―Es bueno saberlo.

―¿Vas a hablarle?

―Todavía no.

―Cagón.

―Y a mucha honra. ―Los dos nos reímos―. En fin, me gustaría hacer algo para que la situación mejore un poco.

―Esto encaja bien con lo que te habías propuesto. Si hablás con las otras podés preguntarle si tienen algún hobbie. Si hay algo que define a una persona, eso son sus hobbies.

―Me dijiste que el sexo definía a las personas.

―Eso define la parte íntima. Ese lado que la mayoría de la gente no muestra al mundo. Sin embargo la parte “pública” se define mejor por los gustos de cada persona y por aquello a lo que dedican más tiempo. No me refiero al trabajo, sino a los hobbies. Porque uno está obligado a trabajar, pero los hobbies surgen de la propia voluntad.

―Entiendo. Bueno, voy a ver qué puedo hacer.

―Está bien. Fue lindo charlar con vos, espero que dentro de unos días tengamos tiempo para otra charla… más íntima ―me guiñó un ojo y, por alguna razón, mi verga comenzó a endurecerse.

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Al día siguiente, después de comer un tardío desayuno, volví a la pieza de Estefanía y la encontré sacándose fotos ante el gran espejo del ropero… en tanga. Estuve a punto de no entrar, pero ella me vio por el reflejo y no pareció molestarle mi presencia.

Prendí la Play y me senté en el borde de la cama, del lado de los pies. Intenté centrarme en la pantalla, a pesar de que aún no iniciaba ningún juego, porque no quería que Tefi me sorprendiera mirándole el culo. Pero mi visión periférica me recordaba que allí había unas preciosas nalgas femeninas con una pequeña tanga.

No podía tolerarlo más. Junté coraje y le dije:

―¿No te molesta que yo te vea así?

―¿Así cómo?

―En tanga…

Dio media vuelta y me miró de frente. Su vulva se dividía en dos debajo de la tela de la tanga.

―¿Por qué me va a molestar? Sos mi hermano.

Me sentí un imbécil. A ella le resultaba completamente absurdo que yo pudiera tener algún pensamiento inapropiado al verle el culo. Eso me hizo sentir aún más culpable.

―Está bien… si no te molesta ―dije, encogiéndome de hombros, en un intento por mostrarme despreocupado―. Entonces imagino que no te va a molestar la medida que quiere implementar Ayelén.

―¿Qué medida?

―Ella quiere andar en tanga por la casa, todo el día.

―¡Ja! Me gusta la idea; pero mamá no se lo va a permitir.

―Sí, eso mismo pensé yo. ―Caí en la cuenta de que mi hermana estaba de buen humor, esta era mi oportunidad para intentar acercarme un poco a ella―. Che, Tefi ¿vos tenés algún hobbie?

―¿A qué te referís?

―Em… un pasatiempo. A mí me gusta leer, jugar a la Play… cosas así.

―A mí me gusta salir con mis amigas.

―Eso no es un hobbie. Me refiero a algo que hagas por cuenta propia, cuando estás sola. ―Me miró confundida―. Imagino que te gusta mirar series en Netflix, por ejemplo.

―Más o menos. Lo hago porque no sé qué otra cosa puedo hacer encerrada.

―Ya veo… entonces no tenés ningún hobbie.

―A veces miro videos en YouTube… ¿eso cuenta?

―Tal vez; pero creo que tiene que ser algo más activo. Jugar un juego o leer un libro requiere concentración y ganas… ¿Por qué nunca jugás a la Play?

―No me gusta. Los jueguitos me aburren.

―Pero hay muchas clases de juegos… no creo que todos te aburran. Tiene que haber alguno que te guste. Te lo digo porque vamos a pasar mucho tiempo encerrados… y a mí no me molesta que juegues a la Play.

―Ya te dije que no me gustan esos jueguitos. Tengo una amiga que se la pasa jugando al Candy Crush, yo lo instalé en mi celu y a la media hora ya estaba aburrida.

―No todos los juegos son como el Candy Crush. Vení, sentate ―le dije, dando dos golpecitos al colchón―. Te voy a mostrar un juego y, si te gusta, podés jugarlo vos también. Al menos para probar.

Me miró como si yo fuera un bicho raro. Una vez más mis ojos recorrieron sus tonificadas piernas y el trangulito de tela que cubría su sexo. Desvié rápidamente la mirada.

―Bueno, está bien… de todas formas estoy aburrida.

Pensé en algún juego que fuera impactante, tanto de forma visual como en jugabilidad. Quería que Tefi cambiara su visión sobre los videojuegos. Llegué a la conclusión de que la mejor opción era mostrarle el Assassin’s Creed: Odyssey, me imaginé que a ella le gustaría un juego que consiste en asesinar personas. Coloqué el juego en la consola y le dije a mi hermana:

―Voy a ponerlo desde el principio, para que veas cómo arranca desde cero. Si te gusta, podés seguirlo vos.

―Bueno ―respondió con desgano. Tenía la esperanza de que esa actitud cambiara pronto.

El juego comenzó con una secuencia cinematográfica que mostraba al Rey Leónidas de Esparta hablando con un soldado. Los ojos de Tefi se abrieron como platos, estoy seguro de que ella nunca imaginó que un videojuego pudiera tener esta calidad gráfica.

Leónidas comenzó a dar un discurso a su tropa de soldados, invitándolos a luchar contra los Persas, luego comenzó la batalla.

―Parece una película ―aseguró Tefi.

―Sí… una película que podés jugar.

―¿Ahora estás jugando?

―Todavía no… pero ya casi. ―La secuencia cinematográfica finalizó y el juego me cedió el control de mi personaje―. Ahora sí.

Empecé a atravesar guerreros persas con mi lanza, sin dejar de mirar de reojo las reacciones de mi hermana. Ella cruzó las piernas, demostrando que quería ponerse más cómoda.

―¿Es muy difícil hacer todo eso? ―Preguntó.

―No, la verdad es que es bastante simple. Una vez que te acostumbrás a los botones, es un juego con una mecánica sencilla. ¿Querés probar?

―Bueno, está bien.

Le entregué los controles y de a poco le fui explicando para qué servía cada botón. Le dije que probara varias veces cada movimiento, hasta que se acostumbrara, y unos pocos segundos más tarde ella estaba asesinando miembros del ejército persa.

―Si el juego te gusta, vas a tener un montón de horas para divertirte ―le aseguré―. Además tengo otros juegos, y algunos son tan buenos como éste.

Me dio la impresión de que ella no me estaba escuchando, parecía estar absorta en la tarea de luchar por la gloria de Esparta.

―Bueno, seguí jugando tranquila ―le dije―. Yo me voy a poner a leer. Cualquier cosa que no entiendas, me preguntás.

―Ajá… ―respondió, sin apartar la mirada de la pantalla.

Me senté contra el respaldo de la cama y tomé mi libro de Stephen King. Pero a los pocos minutos descubrí que me costaba mucho concentrarme en esa tarea. No me molestaban los ruidos del juego, lo que me hacía la tarea tan difícil era que justo delante de mí estaba sentada Tefi, y sus grandes y redondas nalgas lucían espectaculares.

Ella seguía luchando contra Persas, castigando botones, lo estaba haciendo cada vez mejor; pero aún se le dificultaban un poco las combinaciones de botones. Al parecer quiso ponerse más cómoda, se acostó boca abajo, mirando hacia la pantalla. Tuve que hacerme a un lado, para darle lugar a sus macizas piernas. Tefi siguió concentrada en el juego y yo fui atraído hacia el centro mismo de sus nalgas. Me quedé mirando maravillado cómo la tanga cubría apenas sus partes más íntimas. Pero lo que más me atrajo fue la forma en la que sus labios vaginales se dibujaban bajo la tela blanca.

Intenté volver al libro, pero fue imposible. El culo de mi hermana estaba demasiado cerca, me bastaba desviar apenas la mirada para cruzarme con él.

De pronto ella giró la cabeza hacia atrás. Casi me muero del susto. Volví a sumergirme en las páginas del libro y estoy seguro de que me puse rojo como un tomate. Ella me había sorprendido mirándole el culo.

―Está bueno el juego ―aseguró.

―Em… sí… es muy lindo, y eso es apenas el comienzo.

Espié por encima del borde del libro y ella seguía mirándome con una sonrisa picaresca, se miró el culo y volvió a mirarme a mí, casi como si me estuviera diciendo: “Ya sé que lo estuviste mirando”.

―Sacame una foto ―me dijo.

―¿Qué?

―Sí, sacame una foto mientras estoy jugando. ―Ella tenía el celular al alcance de la mano, lo desbloqueó y me lo alcanzó―. Dale.

―¿Una foto desde acá?

―Sí.

―Pero solamente se va a ver el culo…

―Esa es la intención.

―Eh… ¿por qué te sacás fotos en tanga?

―Eso no te importa. ¿Vas a sacar la foto sí o no?

―Bueno, está bien.

Sujeté el celular de Tefi con dedos temblorosos, sabía que si me ponía a explorar la galería de imágenes encontraría algunas muy explícitas; mi cerebro las recordaba y me pedía a gritos volver a verlas. Aunque sea espiar durante unos pocos segundos. Sin embargo estaba tan asustado que me centré únicamente en la tarea que me encomendó Estefanía. Enfoqué todo el largo de su cuerpo, quedando sus nalgas en el centro y saqué un par de fotos.

―Ya está ―le dije.

―Esperá, sacame otra.

Tefi separó un poco las piernas y levantó un poco la cola, como si estuviera invitando a un amante a que…

No quería pensar en eso. Si llevaba mi mente por ese rumbo, tendría una fuerte erección. Saqué un par de fotos nuevas y se me ocurrió hacer algunas de un primer plano de su culo. No sé por qué lo hice, si al fin y al cabo esas fotos quedarían dentro del celular de Tefi… a menos que…

Después de la cuarta foto me di cuenta de que ella parecía estar muy concentrada en el juego. No estaba presionando botones solo porque sí, había un objetivo claro en sus acciones. Aproveché su distracción para agarrar mi celular y, guiado por puro instinto de pajero, encendí el bluetooth. Repetí la acción en el teléfono de mi hermana. Entré a su galería, seleccioné todas las imágenes, sin mirarlas, y comencé el traspaso. En unos pocos segundos todas estas fotos estarían en mi celular.

Para disimular el tiempo de espera, puse el teléfono de Tefi en el colchón y el mío entre mis piernas. Volví a ocultarme detrás del libro y, ocasionalmente, le fui dando algunos consejos sobre el juego a mi hermana. Ella se mantuvo todo el tiempo mirando la pantalla.

Cuando por fin la transferencia terminó, apagué el bluetooth de ambos teléfonos.

El corazón me latía como si alguien estuviera martillando por dentro; pero todo había salido bien, pude traspasar una gran cantidad de imágenes sin que Tefi se diera cuenta. Por las dudas me quedé sentado en mi lugar, intentando concentrarme en la lectura; lo más difícil fue no mirarle el culo a mi hermana.

Después de unos minutos me puse de pie y antes de salir de la pieza le dije:

―Jugá tranquila, todo el tiempo que quieras.

―Bueno, gracias ―respondió con una sonrisa, sin siquiera mirarme.

Me dirigí a toda prisa hacia el dormitorio de otra de mis hermanas, cuando golpeé escuché que de adentro me decían:

―¿Quién es?

―Maca, soy yo… Richard ―me sentí un imbécil aclarando mi identidad, ya que soy el único varón en la casa―. ¿Puedo entrar? Necesito que me hagas un favor.

―Bueno, está bien.

Abrí y me llevé una gran sorpresa, ella estaba acostada en la cama, leyendo el libro que yo le había recomendado. Solamente tenía puesta una tanga, sus pequeñas tetas apuntaban hacia mí, como ojos curiosos.

―¿Qué necesitás? ―Preguntó con total naturalidad.

A mi cerebro le tomó bastante tiempo encontrar las palabras que quería decir, no podía dejar de mirar esos pezones rosados y erectos. Junté coraje porque, al fin y al cabo, entre Macarena y yo se estaba desarrollando una buena relación de confianza.

―¿Podrías prestarme la pieza durante unos minutos? Ya sabés para qué…

Ella bajó la mirada hasta mi entrepierna y vio que mi bulto estaba creciendo.

―Ah… ya veo. ¿Es muy urgente?

―Sí, demasiado urgente…

―Está bien. Me cambio y me voy a leer un rato al patio… lo único que te pido es que no me manches las sábanas. En el cajón de la mesita de luz hay pañuelos descartables. ―Se levantó y se puso un pantalón―. Vamos a tener que hablar otra vez con mamá, porque se está haciendo totalmente la boluda con este tema. ¿A vos te dijo algo?

―No… solo me dijo que iba a hablar conmigo, pero nada más.

―Bueno, a mí me va a escuchar…

―Pero ahora no le digas nada… no quiero que entre otra vez, en el peor momento posible.

―Sí, quedate tranquilo. Bueno, que disfrutes.

Antes de salir de la habitación, me dio un cálido beso en la mejilla. Mi hermana favorita siempre fue Gisela; pero Macarena está haciendo méritos para robarle ese puesto.

Me acosté en la cama, aún estaba tibia. Liberé mi verga, que ya estaba ganando rigidez, y comencé a explorar las fotos que había transferido desde el celular de Tefi.

Encontré las mismas imágenes que había visto la última vez, y me alegré de poder ver otra vez esa concha al desnudo. Enseguida comencé a masturbarme. Me invadió un poco la culpa, porque esa era mi hermana y aún no podía procesar bien qué sensaciones me producía verla desnuda. Supuse que mi calentura se debía a que, al fin y al cabo, ella es una chica muy bonita… y mi cerebro interpreta que sería lindo intimar con una mujer así, que se parezca a Tefi, sin ser ella.

La primera sorpresa me la llevé cuando encontré una foto en la que Tefi se estaba metiendo dos dedos en la concha. Por primera vez fui consciente de que ella también debe hacerse la paja. Tal vez por eso esté harta de compartir la pieza conmigo: quiere tener un momento a solas para poder masturbarse.

La segunda sorpresa fue aún mayor, totalmente inesperada. Sentí verdadera culpa por estar metiéndome en la vida privada de mi hermana, pero a la vez experimenté un gran subidón de adrenalina. En la pantalla estaba Tefi, mirando a la cámara con sus hermosos ojos… y tenía una gruesa pija en la boca. Mis palpitaciones se volvieron más intensas, al igual que movimiento de mi mano. No podía creer que Estefanía ya anduviera chupando pijas.

Comprendí todo: ella se sacaba fotos en tanga para mandárselas a algún noviecito.

Tendría que haber dejado de mirar las fotos en ese preciso instante, pero mi morbo y mi calentura me obligaron a seguir. La siguiente imagen mostraba a Tefi de piernas abiertas, recibiendo esa misma verga dentro de la concha.

Hasta que me enteré de las aventuras de Macarena con su profesor, no me había puesto a imaginar que mis hermanas pudieran tener sexo con tipos. Aún me cuesta hacerme esa idea y me resulta muy extraño ver a Tefi en pleno acto sexual.

Una voz en mi interior seguía repitiéndome “Estás invadiendo la privacidad de tu hermana, no sigas”. Intenté convencerme a mí mismo diciéndome que Estefanía nunca se iba a enterar de esto; pero yo sabía que estaba mal, aunque ella nunca lo supiera.

Estaba a punto de pasar a la siguiente fotografía cuando ocurrió lo impensado: la puerta del dormitorio se abrió bruscamente.

“¡No, otra vez no!” Exclamó una potente voz dentro de mi mente. Ya había sufrido esta vergüenza una vez y no podía creer que me estuviera ocurriendo de nuevo. Era como si algún ser divino se estuviera riendo de mí… “Esto ya pasó ¡otra vez no!” Le grité a algún dios imaginario. Me sentí traicionado, esto era una trampa del destino. Una puñalada trapera. Si existe algún ente divino que controle mi vida, está jugando sucio.

Sin embargo esta vez no se trataba de mi mamá, sino de Estefanía. Lo cual hacía mucho peor la situación. Al menos mi madre ya me había sorprendido una vez. Lo que más me asustó fueron los ojos llenos de odio de mi hermana.

Recordando mi experiencia pasada y teniendo en cuenta que ya estaba apunto de acabar, en lugar de detenerme y estrujar mi verga, para evitarlo… hice todo lo contrario. Me pajeé con más fuerza.

―Pendejo de mierda ―dijo ella; se acercó a mí apretando los dientes. Parecía una asesina psicópata salida de una película de terror barata.

Aceleré el ritmo de mi masturbación hasta que, por fin, mi verga empezó a soltar todo el semen. Ella se detuvo en seco y miró, con los ojos abiertos como platos, el volcán en erupción que era mi verga. Abrió la boca como si recién se percatara de lo que yo estaba haciendo… o tal vez sí se dio cuenta de que me estaba pajeando, solo que no imaginó que yo acabaría en su presencia.

Cuando saltó la última gota de semen, la miré apenado.

―Tefi… yo….

Como si el sonido de mi voz la hubiera despertado de un transe, volvió a mirarme con odio y dijo:

―¡Me sacaste las fotos del celular, pajero! Y no me vengas con excusa, porque ya miré el historial del bluetooth y sé que sacaste un montón de fotos.

―Yo… este…

No sabía que el bluetooth dejara un historial que permitiera ver las últimas transferencias de archivos. No tenía forma de disimular.

―Sos un imbécil. Decime una cosa, Richard. ¿Te hiciste una paja mirando mis fotos?

En su voz había bronca, odio, desprecio… y asco. De pronto yo me había convertido en una basura de persona, en un hermano que roba fotos íntimas a su hermana, para masturbarse. Quería explicarle que no soy un degenerado, que hice eso… sin pensar. Porque es la verdad. Solo lo hice, no estaba pensando. No tenía intenciones de causar ningún daño. Pero ella… ese odio. Tuve la impresión de que Estefanía no me iba a perdonar nunca.

Diario de Cuarentena:

<Dios, ¿por qué tuviste que hacerme tan pajero?>

Capítulo 6.

La Intimidad de Estefanía.

Una vez más fui interrumpido en pleno acto masturbatorio. Una de las situaciones más incómodas y vergonzosas de mi vida parecía repetirse otra vez, como si se tratara de una burla macabra del destino. Pero dejé de sentir la sensación de deja vu cuando mi hermana Estefanía me preguntó si me había hecho la paja mirando sus fotos.

Esto había tomado un rumbo muy diferente a lo que ocurrió con mi madre. Para empezar, Alicia no se enojó tanto, a pesar de que le llené la cara con semen. Además Tefi me estaba pidiendo explicaciones por algo de lo que era culpable. La diferencia más grande era que esta vez no contaba con Macarena, para que luchara a mi favor. Estaba solo en esta batalla.

Pensé rápido, tanto como mi obnubilado (por la paja) cerebro me lo permitió. No podía negar que había robado las fotos del celular de mi hermana, eso ya había sido corroborado por ella. Sin embargo podía cambiar la intención con la que hice semejante cosa.

―No estaba mirando tus fotos ―mentí―. No te agrandes, pendeja. No sos tan linda ―sabía que la mejor estrategia era atacar su orgullo, esto la haría enojar y Tefi no pensaba con claridad cuando estaba enojada.

―¿Ah no? ¿Entonces qué estabas mirando mientras te hacías la paja? ¡Dame el celular! ―Se acercó a mí e intentó sacarme el teléfono de la mano, pero no se lo permití―. Si encuentro una foto mía en la pantalla…

No tenía tiempo para quitar la imagen de la pantalla. Utilicé una maniobra cobarde, pero efectiva: apagué el celular. Cuando Tefi me lo quitó de la mano rezongó, porque tuvo que volver a prenderlo y esperar los insoportables segundos que tarda un smartphone en iniciar.

―Te dije que no estaba mirando tus fotos.

―¡Pero las sacaste de mi celular!

―Sí, pero no para hacerme una paja.

―¿Y entonces para qué? ―Espetó, con los ojos centelleando de odio.

“Pensá, Richard, pensá”, me dije mentalmente. No importaba si la excusa me hacía ver como un tarado, debía ser convincente. Cualquier cosa era mejor que admitir que me estaba pajeando mirando las fotos de mi hermana.

―Para venderlas.

Ella se quedó mirándome confundida durante varios segundos, como si yo hubiera hablado en algún dialecto extraño.

―¿A quién se las ibas a vender?

―A mis compañeros de fútbol. Más de uno está caliente con vos. Muchas veces me pidieron fotos de alguna de mis hermanas.

―¿Les hubieras vendido fotos de tus hermanas a los pajeros de tus amigos?

―No, de todas no. Pero tuyas sí.

―¿Por qué las mías sí y las otras no?

―Porque… ―No se me ocurría ninguna excusa, esto de mentir no es tan fácil como parece. Estrujé mi mente y saqué otra excusa que me hacía ver como un mal hermano; pero no como un mal hermano que se pajea mirando fotos porno de su hermana―. Porque vos me tratás para la mierda, no me hubiera importado ganar unos pesos con tus fotos. Con las demás me llevo bien, con ellas no haría eso.

―Yo te trato para la mierda porque vos me tratás así.

―No, Tefi… en eso estás muy equivocada. Yo te trato bien, la que se enoja siempre conmigo sos vos. ¿Acaso no te enseñé a jugar a la Play? Hice eso para que nos llevemos un poco mejor…

―Sí, todo parecía muy lindo… hasta que me enteré que me robaste las fotos del celular. ¿Cómo querés que te trate bien después de una cosa así? ¡Pajero!

―No grites…

―¡Grito todo lo que quiera!

―Va a venir mamá…

Tefi retrocedió un paso, como si yo le hubiera dado un golpe en la cara. Estaba seguro de que ella no quería que mi madre interviniera en el asunto, yo era un animal acorralado y probablemente ella se dio cuenta de que si Alicia entraba a la pieza, yo le diría lo de las fotos porno.

―Si pensás que eso te va a salvar, pendejo ―me dijo, bajando la voz.

―No me tienen que salvar de nada. Yo estaba muy tranquilo con mis asuntos, hasta que vos llegaste a interrumpirme. ¿Te gustaría que yo te hiciera lo mismo? La que tiene que pedir disculpas sos vos.

―Ah, no… eso sí que no. Vos sacaste las fotos de mi celular, te puedo putear todo lo que se me antoje. ¡Son mis fotos! Nadie te dio permiso para sacarlas.

―Si seguís gritando, va a entrar mamá… o Macarena. Es más, ella ya debe estar por volver.

Estefanía meditó unos segundos.

―Levantate… ―me dijo apretando los dientes.

―¿Qué?

―Sí, levantate y vamos a mi pieza. ¡Ya! Vos y yo vamos a hablar muy seriamente. ―Me quedé tan rígido como una estatua―. Dale, pajero… movete.

―Estoy desnudo.

―Ese es problema tuyo. ¡Dale! Si no te movés, empiezo a gritar y que vengan todas. Les voy a contar que te estabas pajeando con mis fotos. No creo que a Gisela le haga mucha gracia que su querido hermanito menor haga algo tan asqueroso.

Estábamos los dos acorralados. Sabía que Tefi hablaba muy en serio. Me puse de pie y junté mi ropa interior. La usé para limpiarme los restos de semen que me habían quedado en la entrepierna y en las manos. Estefanía ni siquiera me dio tiempo a cambiarme. Me tomó del brazo y me sacó de la pieza prácticamente a rastras. Por suerte no nos cruzamos con nadie en el camino hasta su dormitorio. Escuché voces a lo lejos y supuse que la mayoría de los miembros de mi casa estaban charlando en el patio, con Macarena.

Entramos a la pieza de Tefi y ella trabó la puerta. Los únicos dos dormitorios con traba en toda la casa eran el de mi mamá y el de Estefanía. Eso se debía a que antes el cuarto de Tefi fue el de mi madre. Alicia tiene terror de que nos encerremos en nuestras piezas y nos ocurra algo terrible, por eso tiene las trabas prohibidas. Sin embargo esa regla no aplica para ella misma. Tefi hizo todo lo posible para que la traba de su cuarto no fuera removida, cuando mi mamá se mudó a su nuevo dormitorio.

―¿Me puedo poner un short?

―No, quedate en bolas.

―¿Por qué? ¿No te molesta verme así?

―Sí, pero más te molesta a vos que yo te vea así ―dijo, con una sonrisa socarrona.

Decidí que todo el asunto de la mentira había llegado demasiado lejos, por eso dije:

―Borrá las fotos. No se las voy a pasar a nadie. No quiero que peleemos por esto.

Intenté cubrir mi desnudez pero me sentí incluso más ridículo tapándome la verga con las manos, así que al final dejé que se luciera en todo su esplendor. Al fin y al cabo no era la primera pija que veía Tefi. Ella miró la pantalla del celular y dudó unos instantes. Me miró a los ojos y dijo:

―Si vas a venderle las fotos a tus amigos, yo quiero una parte ―se me cayó la mandíbula al piso cuando escuché esas palabras―. Un cincuenta por ciento... ¡No! ¡Un sesenta por ciento! Al fin y al cabo son MIS fotos, es MI culo.

―¿Qué?

―Sí, me parece lo más justo. No es negociable. Tomalo o dejalo.

―¿Estás segura, Tefi? ¿No te molesta que mis amigos tengan fotos tuyas en bolas? Se las pueden pasar a todo el mundo…

―Eso no me molesta, siempre y cuando paguen bien.

―Pero, Tefi… seguramente un montón de gente va a ver estas fotos. ¿No te molesta que te vean desnuda?

―No, a mí me gusta mi cuerpo, no me molesta que otras personas me vean desnuda.

“Narcisista”, pensé. Pero no se lo dije, porque mi vida corría peligro.

Recordé una imagen en particular… tal vez eso la hacía cambiar de opinión.

―Vi algunas de las fotos… y hay una en la que estás chupando una verga... no sé de quién.

Noté que sus mejillas se ponían rojas.

―Eso no es asunto tuyo.

―Vas a quedar como la petera del barrio, Tefi. Después mis amigos te van a pedir que le hagas un pete a ellos también.

Se puso pálida de repente.

―Si me lo piden, los mando a la mierda y listo. No me molesta que miren las fotos; pero yo decido a quién le chupo la verga.

Ahora sí que estaba entre la espada y la pared. La mentira había llegado a un punto de no retorno… a menos que yo me acobardara. Como buen cagón que soy, opté por esa estrategia.

―No ―dije―. No quiero. Pensaba hacerlo porque estaba enojado con vos, pero ya me di cuenta de que era una boludez. No quiero que mis amigos tengan fotos tuyas. Después se la van a pasar haciéndome chistes sobre lo puta que es mi hermana. ¿No te molesta que anden diciendo que sos una puta?

―Que digan lo que quieran ―dijo, encogiéndose de hombros―. ¿Cuánto pensás que podés conseguir por esas fotos?

―¿Estás hablando en serio, Estefanía?

―Muy en serio.

―Pero… ¿por qué? ¿Por qué harías una cosa así? ¿No te importa lo que los demás piensen de vos? ¿Qué va a pasar cuando mamá se entere que estás vendiéndole fotos porno a mis amigos?

―El de la idea fuiste vos, no entiendo por qué ahora te molesta tanto.

―Porque me arrepentí, ya te lo dije. No quiero hacerte una cosa así. Mirá, Tefi… en realidad nunca pensé vender tus fotos. Lo dije para molestarte. Era una broma… de mal gusto, y me salió mal. Pensé que te ibas a enojar conmigo, no que me ibas a pedir un porcentaje.

―No me importa si te arrepentiste. Vendé las fotos y vos te podés quedar con una parte de la ganancia. Nos va a venir bien tener algo de plata extra, la situación económica de todos está bastante jodida. Nadie puede trabajar… excepto Gisela. No vamos a vivir para siempre con lo que ella gana, más lo que cobra mamá. Necesitamos generar nuestros propios ingresos.

Me quedé tan aturdido que tuve que sentarme en el borde de la cama. Por lo general veo a Tefi como una mocosa irresponsable; pero ahora me estaba dando argumentos muy maduros. Tenía razón, nadie hablaba del tema, porque era vergonzoso. Las reservas económicas estaban menguando rápidamente. Hasta yo lo sabía.

―Es mucho para procesar, Tefi. Hace un rato yo ni siquiera sabía que vos te sacabas este tipo de fotos. Ahora me decís que te ayude a hacer un negocio con eso.

―A ver, Richard. Decime una cosa: ¿vos de verdad querés que nos llevemos bien? ¿Por eso me enseñaste a jugar a la Play? ¿Para que dejemos de pelear?

―Sí. Estoy harto de pelear con vos, somos hermanos. Me gustaría que nos llevemos bien.

―Entonces hagamos las paces ―me tendió su mano―. Yo voy a ignorar que estuviste pajeándote mirando mis fotos, y vos me ayudás a venderlas. ¿Trato hecho?

―Em…

―Dale, no me vengas ahora con que no estabas pajeándote con mis fotos, porque no te lo creo.

―Es que… recién estuve… haciendo eso... y no me lavé las manos.

―Ay, cierto… ¡fuchi! ―Apartó rápidamente su mano, como si yo fuera un leproso. De pronto me mostró otra de sus sonrisas socarronas―. Se te está poniendo chico el pito ―señaló hacia mi entrepierna.

Mi pene había perdido toda su rigidez y ahora colgaba flácido entre los huevos, como la trampa de un pequeño elefante.

―¡Ey, eso es normal! ―me defendí―. Hay gente que piensa que la tengo grande.

―¿Qué gente?

―Em… gente…

―¿Alguna de nuestras hermanas?

―Puede ser… ―dije, desviando la mirada.

―Lo que te digan tus hermanas no cuenta. Es como que tu mamá diga que sos lindo.

―¿Y a vos te parece que la tengo chica?

―Mmm… no sé… puede ser. Tampoco es que ande midiendo penes.

―La mía es más grande que la que estabas chupando en esa foto… y se te veía muy contenta.

―¡Ey, eso es un golpe bajo!

―Vos me estás atacando la verga, que es la definición de “golpe bajo”. Ahora no te quejes. Tal vez estás celosa de que tu noviecito no la tenga tan grande como yo.

―No es mi “noviecito”.

―¿Ah, no? ¿Entonces se la andás chupando a desconocidos?

―Ya te dije que eso no te importa, Richard. Es un asunto personal. Vos ni siquiera tendrías que haber visto esas fotos.

―Las hubiera visto igual, en algún momento… porque si pensabas venderlas, seguramente las hubiéramos visto todos los miembros de la casa.

―Pero las hubieran visto cuando yo lo decidiera.

―Entonces es cierto… vos pensabas vender las fotos antes de que yo lo dijera.

Esta vez fue ella la que desvió la mirada.

―Se me había cruzado por la cabeza.

―¿Por qué? ¿Tan mal estamos económicamente? ¿Acaso vos no tenés trabajo?

―Sí, pero la forra de mi jefa me está pagando la mitad… y si la cosa sigue así, va a declarar la bancarrota y ni siquiera me va a pagar indemnización. Me voy a quedar sin un peso.

―¿Y cómo se te ocurrió esto de vender fotos porno?

Al parecer ella se cansó de su actitud beligerante, se sentó en la silla de la compu, girándola hacia la cama.

―Si te cuento ¿me prometés que me vas a ayudar con ese asunto?

―No me gusta que andes vendiendo fotos porno, pero es tu vida. Así que sí, te prometo que te voy a ayudar.

―¿Lo decís en serio?

―Sí, Tefi. Quiero que nos llevemos bien. Quiero llevarme bien con todas mis hermanas. Que al menos la cuarentena sirva para eso.

―Está bien, te creo. Mejor dicho: quiero creerte. Necesito hablar de esto con alguien y como vos ya te enteraste de las fotos, me hacés las cosas más fáciles.

Me puse tenso, caí en la cuenta de que tal vez no me iba a gustar lo que Tefi me contaría. Pocas veces la vi tan seria.

―¿De qué se trata? ―Pregunté, de forma automática.

―Es sobre ese “noviecito” que decís que tengo.

―¿Y no lo tenés?

―No. No tengo ningún novio, ni lo tuve. El de las fotos es un pibe con el que salí algunas veces, no en plan de novios, sino en plan de…

―¿De garchar?

―Sí ―dijo ella―. Y no me avergüenzo de eso. Yo no estaba buscando ninguna relación seria, solamente tenía ganas de coger un rato.

A pesar de que ya había visto la foto de Tefi chupando verga, me seguía resultando incómodo saber que a mis hermanas se las estaban cogiendo. Primero Macarena con su profesor, y ahora Tefi con su… bueno, su “chongo”. Creo que no hay otra forma de definirlo.

―¿Al menos la pasaste bien? ―Pregunté, restándole importancia al asunto.

―Sí, al principio sí ―se le iluminó la cara con una fugaz sonrisa, que se borró tan rápido como llegó―. Pero después las cosas empezaron a ponerse turbias. Este… em… pibe…

―¿No me querés decir su nombre?

―Prefiero que no lo sepas. De todas formas no es alguien que vos conozcas. Lo conocí una noche que salí a bailar. En fin, este pibe empezó a sentir cosas por mí y me dijo que quería iniciar una relación seria. Es un pibe muy lindo, creo que por eso me fijé en él; sin embargo yo no quería saber nada con un noviazgo serio. Soy joven, me gusta la libertad de salir con quien yo quiera. Le planteé eso a este pibe y se me rió en la cara. Empezó a decirme que yo nunca iba a encontrar algo mejor que él, y que yo también lo amaba; pero no quería admitirlo. Lo cual no es cierto, ni siquiera lo extraño.

―Me parece que él no se tomó nada bien el rechazo.

―Y eso no fue todo. Empezó a escribirme seguido, molestándome mucho. Quería que nos viéramos y él seguía insistiendo en eso de que yo sería incapaz de encontrar otro hombre que pudiera hacerme feliz.

―No entiendo por qué dice semejante cosa, si vos sos muy linda, Tefi. Tenés un carácter de mierda; pero sos linda. ―Me fulminó con la mirada―. Seguramente muchos tipos se fijarán en vos. Bueno, eso ya lo sé… al fin y al cabo yo tengo que aguantar los comentarios de mis compañeros de fútbol. Cada vez que te ven, se ponen locos. ―Volvió a sonreír.

―Es que yo me siento linda… y no lo digo por narcisista ―dijo, como si estuviera leyendo mi mente―. Es solo un poquito de… amor propio. Me gusta que otras personas me digan que soy linda, y cuando lo hacen me siento muy bien.

―Básicamente esa es la definición de narcisismo.

―No quiero pelear con vos, Richard.

―Está bien… está bien… seguí contándome de este pibe.

―Bueno, él sigue insistiendo en que nosotros tenemos que estar juntos y como yo sigo diciéndole que no, empezó a ponerse un poquito más agresivo en sus comentarios. Me dice que yo no soy tan linda como pienso y que hay miles de mujeres más lindas que yo.

―¿Y a vos eso te afecta? Sé que hay chicas que se deprimen mucho si un tipo les dice que son feas, y además hasta se lo creen.

―Yo no le creo. A mí me da bronca que sea tan hijo de puta. Eso me pasa por meterme con alguien que no conozco. Como tengo amor propio, decidí demostrarle lo equivocado que está. Él me tiene agregada en Twitter, y yo tengo varios seguidores… ahora tengo más. Se me ocurrió la idea de publicar algunas fotos…

―¿Desnuda? ―Pregunté con los ojos abiertos como platos.

―No; casi desnuda. Fotos en tanga o bien sin ropa, pero sin mostrar nada. La cuestión es que estas imágenes le gustaron a un montón de gente, me dejan muchos comentarios. Este pibe no suele dejarme muchos mensajes públicos, pero me escribe al celu diciéndome que me estoy comportando como una puta barata y que a nadie le interesa ver mi culo fofo y flácido.

―Si tu culo es fofo y flácido, entonces yo soy Batman.

―Y vos nunca podrías ser Batman ―dijo, sonriendo―. Sos muy cagón.

―Por eso.

―Esto empezó para demostrarle a ese imbécil que, si yo quiero, puedo conseguir a muchos hombres mejores que él… y al parecer ya se está dando cuenta de que tengo razón. Porque las amenazas empezaron a transformarse en súplicas. Al parecer ahora quiere volver conmigo ―estuve a punto de hablar, pero ella me hizo callar levantando un dedo―. Ya sé qué estás pensando, y ni loca vuelvo con ese imbécil. Como te dije: yo tengo amor propio. No me gusta que me traten de esa manera, y si un tipo me trata así, para mí ya está muerto.

―Mejor. Sinceramente me daba miedo pensar que quisieras volver con él.

―Por eso no te preocupes, no va a pasar. Sin embargo todo este asunto de las fotos de Twitter empezó a despertar el interés de muchas personas. Varios me preguntaron si vendía fotos desnuda… al principio me pareció una estupidez. ¿Quién va a pagar por mis fotos habiendo tanto porno gratis en internet? Pero en estos últimos días empecé a darme cuenta de que hay muchas chicas que venden sus fotos íntimas en internet… y con todo este asunto de la cuarentena, estoy segura de que pronto habrá más que se animen a hacerlo, quizás por necesidad.

―Como vos.

―Sí. Yo lo estuve pensando bien y creo que puedo hacerlo. Cuando me dijiste eso de venderle fotos a tus amigos, lo vi como una buena oportunidad para empezar con el negocio.

―Olvidate de eso, Tefi. Lo dije de bronca nomás, porque soy un boludo. No quiero que mis amigos tengan fotos de mis hermanas desnudas.

―Bueno, pero es probable que alguno de tus amigos ya haya visto mis fotos de Twitter… yo no puedo controlar a todos los que me siguen.

―¿Cuánta gente te sigue?

―De momento son unos tres mil; pero cada día se suma más gente nueva… y de verdad hay muchos que me suplican por fotos más… explícitas.

―A ver… yo vi algunas de tus fotos, y son realmente buenas ―se me empezó a despertar la verga al recordarlas―. Si realmente te proponés a venderlas, seguramente te va a ir bien. Sos una chica muy linda.

―Gracias. Viniendo de vos significa mucho, porque sé que me odiás, y te debe costar admitir que yo soy linda.

―Yo no te odio, Tefi. Ya te lo dije. Si odio a alguien en esta casa, tal vez sea a Ayelén; pero siempre quise llevarme bien con todas mis hermanas. Especialmente con vos, porque tenemos casi la misma edad.

―Si realmente te querías llevar bien conmigo, robarme las fotos para hacerte una paja no es la mejor opción.

―¿Podemos hablar de otra cosa? Ya te pedí perdón por eso, y me da vergüenza que me hayas visto justo en ese momento…

―¿Qué te da más vergüenza? ―Dijo, con una sonrisa picarona―. ¿Que yo te haya sorprendido pajeándote? ¿Que haya visto cómo acabás? ¿O que yo sepa que lo hiciste mirando mis fotos?

Sabía que su única intención era hacerme sufrir.

―¡Mirá que sos cruel, che!

―Dale, respondeme… y yo te perdono. ¿Cuál de las tres cosas te da más vergüenza?

―¿Me perdonás en serio?

―Sí, en serio. Decime la verdad y no te molesto más con esto.

―Emm… ―me miré el pene flácido que, de a poco, se iba despertando. No sé qué le estaba pasando al muy traicionero, pero si seguía así, pronto tendría una fuerte erección frente a mi hermana. Evalué sus preguntas y ya había pasado por las dos primera situaciones, cuando mi mamá me sorprendió masturbándome y le acabé en la cara. Por eso la respuesta me pareció obvia―. La tercera opción.

―¿Cuál era la tercera? Ya no me acuerdo.

―Sí te acordás.

―Tal vez… pero quiero que vos lo digas ―volvió a mirarme con una sonrisa sádica, la muy maldita lo estaba disfrutando.

―Que pienses que lo hice mirando tus fotos.

―No lo “pienso”. Estoy segura. De lo contrario no te hubieras apurado tanto a apagar el celular.

―Podría haber tenido en pantalla alguna foto comprometedora.

―Sí, como una foto de mi concha, por ejemplo. Porque sé que me saqué varias fotos de la concha y ahora están en tu celular. ¿Te gusta mi concha? ¿Por eso te hiciste la paja mirándola?

―No, nada que ver, Tefi

Pude sentir la tensión en todo mi cuerpo… especialmente en la verga, que seguía endureciéndose. Me di cuenta de que los ojos de mi hermana bajaron y ya no me importó tanto tener una erección, porque supuse que eso le incomodaría más a ella que a mí. Cuando se me puso completamente dura, me incliné un poco hacia atrás, en la cama, como si estuviera ofreciéndole la pija a mi hermana. Tefi abrió mucho los ojos y noté que sus mejillas se ponían rojas.

Ahora la tenía donde yo quería, ella me había acorralado con sus comentarios; pero yo podía pagarle con la misma moneda. Estaba buscando las palabras exactas, cuando ella dijo:

―Tenés buena pija.

Me quedé totalmente helado. Yo pensaba decirle algo como “¿Por qué me mirás tanto la verga? ¿Te gusta?”. Sin embargo ella me ganó de mano, como suele hacer siempre. Estoy seguro de que dijo eso solo para que yo no se lo pudiera echar en cara. La muy maldita estaba varios pasos por delante de mí y me había dejado sin la única pequeña ventaja que yo tenía.

―Em… este… ¿te parece? ―Balbuceé, como un idiota.

―Sí. Con la cara de boludo que tenés, pensé que serías un “pitocorto”; pero tengo que admitir que estás bien dotado. Bastante mejor que el pelotudo que yo me cogí. ―Tal vez ella se estuviera muriendo por dentro al decirme esas palabras; sin embargo su estrategia fue muy buena. Ya no sabía qué responderle. Me quedé totalmente en blanco―. Richard, te lo digo en serio: si querés llevarte mejor con tus hermanas, robarle fotos íntimas para hacerte la paja no es la mejor idea. ―No me dijo estas palabras con enojo, sino que empleó un tono maternal, similar al que usa Gisela… odio que Tefi me hable de esa manera―. ¿Cómo te vas a hacer una paja mirando la concha de una de tus hermanas?

―Perdón ―dije, agachando la cabeza. Me miré la verga erecta y me sentí incluso peor―. Ni siquiera sé por qué lo hice. Fue un impulso.

―Yo tengo muchos impulsos, y me arrepiento de varios de ellos. Te perdono, porque te prometí que lo iba a hacer si confesabas. Pero eso no significa que estemos a mano. ¿Está claro? Me debés una… bien grande. ―Dijo estas últimas palabras mirando directo hacia mi verga. Me pregunté qué tendría en mente.

―Te prometo que no lo vuelvo a hacer.

―No sé… me cuesta creerte, más sabiendo que tenés mis fotos en tu celular.

―Borralas.

―No, si realmente vas a cumplir tu promesa de no usarlas más para pajearte, entonces borralas vos. ¿Lo vas a hacer?

―Sí, las voy a borrar.

Lo dije con tan poca convicción que ella empezó a reírse de mí.

―No te creo. Pero bueno, es tu deber hacerlo, porque es lo correcto. ¿No es eso lo que te enseñaron esos superhéroes que tanto te gusta leer? ¿A hacer siempre lo correcto? No me imagino a Superman haciendo algo como lo que vos hiciste.

―No, la verdad es que yo tampoco lo imagino haciendo eso…

La muy maldita había conseguido que me sintiera verdaderamente culpable. Si bien Superman no es mi superhéroe favorito (ese sería Spider-Man), el concepto de hacer “lo correcto” lo respeto mucho, y yo había mostrado una actitud reprochable. Sentía que, de alguna manera, le había fallado a mis mentores superheroicos. Y la cosa se pondría aún peor, si no encontraba la fuerza de voluntad suficiente para eliminar las fotos de Estefanía de mi celular.

-----------

Un día después del altercado con Tefi, aún no había borrado las fotos; pero al menos evité mirarlas. Era una pequeña victoria para mí. Me encontraba muy tranquilo en el living, jugando al Clash Royale en el celular, cuando apareció Gisela, con una amplia sonrisa.

―Vení ―me dijo―. Vamos a mi pieza, que te quiero comentar algo.

Suspendí mi juego, de todas maneras ya estaba al borde de la derrota. Entré a la pieza de Gisela algo nervioso, no tenía idea de qué quería decirme. Temí que se hubiera enterado de mi altercado con Tefi, pero no sé cómo podría enterarse de eso.

―¿Qué pasa? ―Pregunté, sentándome en su cama, mientras ella cerraba la puerta.

―¿Te acordás la charla que tuvimos hace unos días? ―La miré confundido. Ella tomó asiento en una cómoda silla de oficina, que había comprado exclusivamente para poder trabajar más cómoda desde casa―. Me pediste que te presentara a alguna de mis amigas.

―Ahhh… sí… sí… ahora me acuerdo ―la verdad es que ni siquiera estuve pensando en ese tema. Supuse que Gisela me había hecho una promesa vacía y que en realidad no pretendía presentarme a ninguna de sus amigas.

―Tengo tres posibles candidatas… bueno, mejor dicho dos. La tercera mejor no la contemos. Me fijé en las chicas más jóvenes de mi oficina, una es recepcionista, se llama Brenda. Es preciosa. La otra se llama Melina y entró a trabajar hace poco, como secretaria. También es muy bonita y simpática. Pero ninguna de las dos encaja con las características que vos me pediste.

―¿Las características? ―Tampoco me acordaba de eso.

―Sí… vos me dijiste que preferías una chica bien tetona ―se apretó sus grandes pechos y me puse rojo de la vergüenza. Recordé que había dicho eso como un acto fallido, al mirarle las tetas a ella―. También me pediste que fuera rubia ―eso lo había dicho para desviar la atención y que la chica no se pareciera tanto a Gisela―. La única que encaja con esa descripción es la tercera, Celeste.

―¿Y cuál es el problema con ella? ¿Por qué la descartaste tan rápido? ¿Es casada?

―Bueno, sí… es casada.

―Yo no soy celoso ―dije, con una gran sonrisa. De pronto me parecía de lo más interesante poder conversar con una mujer bonita, con un buen par de tetas.

―Es que ese no es el único problema…

―¿Es fea de cara? ¿Bizca? ¿Narigona?

―No, no… Celeste es muy bonita. El problema es que ella está acostumbrada a… a otro tipo de hombres.

―¿A qué te referís? ¿A hombres más grandes que yo?

―Puede ser… pero en realidad me refiero a que… ―empecé a notarla algo nerviosa―. No sé cómo explicar esto sin que suene vulgar. Pero siendo honesta, tengo que advertirte que Celeste es lo que se podría considerar como una “come hombres”. Es decir, cuando ella tiene una aventura en mente, se manda de frente, sin muchas sutilezas. Está acostumbrada a tipos que puedan seguirle el ritmo.

―¿Y vos pensás que yo no puedo seguirle el ritmo?

―La verdad es que no, Richard ―dijo, mordiéndose el labio inferior―. Esa mujer tiene mucha calle. Mucha experiencia. Digamos que es como si pretendieras aprender a manejar con un Ferrari de lujo.

―Pero… pero… ―ella tenía razón, mi experiencia tratando con mujeres era prácticamente nula; sin embargo mientras más describía a Celeste, más ganas me daban de conocerla―. Pero vos me podés ayudar ―dije, por fin―. Dame consejos. Yo no pretendo encontrarme con ella, menos ahora que estamos en plena cuarentena, y no sabemos cuánto va a durar. Me conformo con poder enviarle algunos mensajes de texto.

―Preferiría que intentaras con Brenda, la recepcionista. De verdad que es muy bonita, es una chica sencilla y algo tímida. Creo que con ella te llevarías mejor.

―¿Tiene las tetas grandes?

―Mm… no mucho, la verdad es que las tiene bastante chicas. Pero no tenés que ser tan superficial, Richard.

―Gise… cuando esté buscando una chica para casarme, voy a dejar de ser superficial; pero ahora lo único que me interesa es… ―me quedé mudo, sin poder completar la frase.

―Sí, ya entendí. No hace falta que me lo expliques. Bueno, hagamos una cosa: yo te paso el teléfono de Celeste, y le aviso que vos le vas a estar escribiendo pronto. Pero si la cosa no funciona con ella, prometeme que vas a intentar con Brenda o con Melina.

―Dale, te lo prometo si vos prometés que me vas a ayudar. Porque yo no sé muy bien qué decir.

―Uf… si no sabés qué decir, con Celeste vas muerto, nene. Pero bueno, voy a intentar ayudarte todo lo que pueda. También voy a hablar con ella, en una de esas la puedo convencer de que te tenga un poquito de paciencia. Al fin y al cabo nosotras nos llevamos bien, y ella puede hacer una pequeña excepción por mi hermanito.

―No me digas “hermanito”, que rima con “boludito”. Si le decís a Celeste que tu “hermanito” le va a escribir, se va a reír de mí.

―Sí, tenés razón. Es que yo siempre te vi a través de los ojos de una hermana mayor. Me sorprende ver lo grande que estás ahora. ―Ella me mostró una sonrisa extraña, impropia de la Gisela que yo conozco―. Ahora que lo pienso, vos tenés algo muy importante a favor. Estoy segura de que con eso vas a captar la atención de Celeste ―dijo, señalando mi entrepierna―. Como a buena “come hombres”, le atraen los que tienen… buen tamaño…

―Sí… sí… ya entendí ―me puso sumamente incómodo escuchar hablar a Gisela sobre el tamaño de mi pene y me di cuenta de que para ella también resultó un alivio no tener que ahondar en tantas explicaciones―. Pasame el número de Celeste, y veremos qué tal se dan las cosas.

―Está bien. Bueno, ya hablamos de esto, que es un poquito más íntimo y privado. Ahora vamos a living a tomar unos mates, necesito despejarme un poco, me pasé toda la mañana encerrada en esta pieza, trabajando.

Me hacía mucha ilusión pasar un rato tranquilo con Gisela, ya que desde que inició la cuarentena ella tuvo que esforzarse el doble en su trabajo. Aparentemente había caído sobre ella el peso de organizar todo el trabajo a distancia, con el resto de sus compañeros de oficina.

Pero cuando llegamos al living nos encontramos con el foco de la discordia hecho persona: Ayelén. La chica rubia estaba caminando lo más tranquila, dirigiéndose hacia la cocina, vestía una remera blanca sin mangas y una tanga diminuta que se le metía entre sus redondas y firmes nalgas.

―¡A vos te quería encontrar! ―Exclamó mi prima, al ver a Gisela―. Te tengo una noticia maravillosa. Aunque creo que a vos no te va a gustar tanto. Ya hablé con la tía Alicia y ella estuvo de acuerdo con mi propuesta. Si alguien quiere andar en tanga por la casa, es libre de hacerlo… hasta Richard se puede poner una tanga, si le da la regalada gana ―dijo esto último en un sarcástico tono de burla.

―¡Yo no pienso ponerme ninguna tanga! ―Me defendí, al instante. No me va ni un poquito eso de estar vistiendo ropa de mujer, ni siquiera en broma.

―Pero… pero… ¿cómo lograste convencer a mi mamá? Si ella odia que nosotras andemos en ropa interior por la casa.

―¡Ja! Eso es secreto. Yo tengo mis propios métodos. Lo importante es que ella ya lo aceptó y yo puedo andar en tanga todo el día, sin que nadie me pueda decir nada.

Gisela abrió la puerta que comunica el living con la cocina. Allí estaban mi mamá y mi tía, charlando entre ellas, mientras preparaban la comida para la cena.

―Mamá… ¿es cierto lo que dice Ayelén? ¿Cómo es eso de que ahora todas podemos andar en tanga por la casa?

Alicia se quedó dura como una estatua, bajó la cabeza y dijo:

―Esta cuarentena nos está afectando a todos. Yo solo quiero que se sientan cómodos. Si a Ayelén le resulta más cómodo andar en ropa interior, entonces que lo haga. Estamos dentro de la casa y somos familia, no creo que haya ningún problema si alguna se siente más cómoda usando solamente ropa interior.

Gisela y yo nos miramos confundidos, esas palabras no parecían haber salido de la boca de mi madre. La Alicia que nosotros conocíamos nunca hubiera permitido que las mujeres de la casa deambulen con “ropa indecente”, mucho menos en presencia de un varón.

―La mayoría somos mujeres ―dijo Gisela―. ¿Pero qué pasa con Richard?

―Creo que tu hermano ya está lo suficientemente grande como para poder convivir con mujeres, aunque éstas lleven puesta únicamente una tanga.

Había algo raro en el tono de voz de mi madre, y en ningún momento se animó a mirarnos a los ojos. No sabía qué método había usado Ayelén para convencerla, pero estaba seguro de que aquí había algo raro.

―¿Sabés qué es lo mejor de todo? ―Le preguntó Ayelén a Gisela, con una sonrisa socarrona―. Que vos perdiste la apuesta… vas a tener que pasar al menos una semana en tanga. Te guste o no.

Gisela se puso pálida, como si la hubieran condenado a treinta años de prisión.

En ese momento llegó Tefi, que al parecer había escuchado toda la conversación. Con total tranquilidad dijo:

―A mí esto de andar en tanga por la casa me gusta mucho. Ya estoy cansada de tener que cuidarme de ponerme un pantalón cada vez que salgo de mi pieza. Estoy segura de que a Macarena también le va a encantar la noticia. Esa chica andaría desnuda por la vida, si no fuera ilegal salir a la calle sin ropa.

Diario de Cuarentena:

"Ahora sí que estoy jodido. Empezó la cuarentanga… me voy a tener que atar la pija con una soga, porque la voy a tener dura todo el puto día".


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